De Campo de Criptana a Hollywood. María Antonia Abad Fernández, verdadero nombre de Sara Montiel, salió de la nada y llegó a la gloria. Nació en marzo de 1928 y se crió en la Mancha más profunda en plena Guerra Civil española. Sus padres, labradores de sol a sol, no podían imaginar otro horizonte para su hija que superase los confines de la región, pero no había quien parara a aquella niña vivaz que terminó plagando los sueños adolescentes de muchas generaciones. Pisó Hollywood y trabajó en la industria americana, lo que le hizo compartir momentos con James Dean, Gary Cooper, Burt Lancaster, Joan Fontaine y Elizabeth Taylor. Forjó su leyenda en México y Estados Unidos, y regresó a España donde vió confirmado su éxito. Sara Montiel se había convertido en mito por ser la primera intérprete española que conquistó las Américas.
María Antonia Abad estudió desde muy pequeña en un colegio religioso en Orihuela, localidad a la que su familia se trasladó cuando pasó la Guerra Civil. Con tan solo 4 años supo que quería cantar, salía al patio con su hermana y una vecina para hacer una función. Le pusieron el mote de ‘la muñeca’ y le hacían corro cuando cantaba por Imperio Argentina. Su belleza deslumbró a Vicente Casanova, de CIFESA, en un concurso convocado para sacar a la luz a nuevas estrellas que se celebró en el Parque del Retiro de Madrid. A la capital asistió acompañada de una señora de compañía, con la que conoció a Alfredo Mayo y Amparo Rivelles, estrella de la que se vanagloriaba por tener el primer autógrafo que consiguió en su vida. En el concurso, que presentaba Bobby Deglané, cantó ‘La morena de mi copla’, tema con el que salió al escenario y con el que ganó. CIFESA la llevó entonces a Barcelona para hacerle unas pruebas cinematográficas, sin sospechar que empezaba entonces la carrera de una de las grandes estrellas de nuestro cine.
Siendo una quinceañera deslumbró por primera vez a las cámaras de cine con su presencia en Te quiero para mí –apareció en los títulos de crédito bajo el seudónimo de María Alejandra, nombre que más adelante su representante, Enrique Herreros, sustituyó por el de Sara Montiel–. Al año siguiente ya fue protagonista junto a Fernando Fernán-Gómez e imparable comenzó a aparecer en títulos como Se le fue el novio, Bambú, Don Quijote de la Mancha, Mariona Rebull, Confidencia, Pequeñeces y Locura de amor, donde compartió protagonismo con la estrella del momento, Aurora Bautista, y se metió en la piel de una princesa mala que iba contra Juana la Loca. Se codeaba ya con la intelectualidad de la época: Miguel Mihura –que siempré la llamó Antonia, incluso después de que Herreros la rebautizase con el nombre de Sara–, Severo Ochoa –con el que confesó haber tenido un affaire en sus memorias–, León Felipe –que le enseñó a leer y a escribir–, Ernest Hemingway –la enseñó a fumar–, Salvador Dalí, Paco Umbral, Luis García Berlanga, la condesa de Romanones, Camilo José Cela, Rafael Alberti, etc.
Rumbo a América
En los años cincuenta se plantó en el continente americano dispuesta a probar suerte allende nuestras fronteras. Recaló primero en México, el país azteca la recibió con los brazos abiertos tras el enorme éxito que había logrado con Locura de amor. Trabajó con los grandes actores de la época y se le consideraba una actriz de la talla de Dolores del Río, María Félix y Katy Jurado. Participó en una decena de producciones, entre las que destacaron Piel canela, Cárcel de mujeres y Frente al pecado de ayer.
Pronto llamó la atención de los americanos y su siguiente paso fue trasladarse a los Estados Unidos, donde la industria de Hollywood reclamaba más estrellas latinas del tipo de Rita Hayworth. Allí compuso su Nina, protagonista de Veracruz, cinta en la que también participaron Gary Cooper y Burt Lancaster. En sus memorias relataba anécdotas de la filmación de este largometraje. Aseguraba que había salvado a Lancaster de una serpiente coral y que Cooper le despertaba en plena madrugada para que ella le pusiese unas gotas de anestesia.
A través de su representante, consiguió un contrato con la Warner por el que haría cuatro películas en los famosos estudios. La primera de esta serie fue Dos pasiones y un amor, largometraje imprescindible a la hora de relatar su vida personal pues en él coincidió con su primer marido, el realizador Anthony Mann, con el que acabaría pasando por la vicaría en dos ocasiones. No sería el único, puesto que a lo largo de su vida contrajo matrimonio con otros tres hombres.
Siempre Saritísima
La manchega más universal fue María Antonia, Sarita, Sara, pero sobre todo fue Saritísima. Todo en su vida fue desmesurado y ella, con sus enormes ojos, seducía a su paso a todo el que se lo proponía. Pero a finales de 1955 volvió a España, pues no tenía que rodar otra película con la Warner hasta el año siguiente, y aseguraba que nadie entonces la recordaba. La volvieron a llamar para ir a hacer Yuma a Hollywood y fue, pero llevaba bajo el brazo el guion del que sería años más tarde su gran éxito en España: El último cuplé. Juan de Orduña la quería para el papel, pero estaba convencido de que ella no podría cantar.
Más por amistad que por dinero, trabajó en El último cuplé, cinta que aunque tuvo un bajo presupuesto se convirtió a finales de los años cincuenta en un éxito rotundo de taquilla. Este filme marcó una época y gran culpa del triunfo la tuvo que finalmente Sara Montiel puso su voz en los temas musicales de la historia, dejando para el recuerdo con su grave y sensual voz ritmos tan antológicos como ‘Fumando espero’ y ‘El relicario’. Se convirtió en la actriz mejor pagada de la época y en un icono cinematográfico capaz de tentar los recios mecanismos de la censura franquista. La intérprete era la indiscutible estrella que atraía al público a las salas y las producciones se confeccionaban a su medida: La violetera, Carmen la de Ronda, Mi último tango y Pecado de amor.
Y de las luces a las sombras, porque sufrió la censura, elegían el color hasta de la lencería que sacaba en las películas. El público español no supo que tenía piernas hasta 1973. “En los guiones no podía haber divorcios, ni amantes ni escotes, porque la Iglesia estaba bien metida”. En el cajón se queda su deseo de haber dirigido, porque a ella le hubiese gustado contar una historia basada en la “riquísima literatura española”.
En los sesenta continuó explotando en el celuloide su imagen de devorahombres (La reina del chancleter, La dama de Beirut y La mujer perdida). En la década siguiente, aunque contó con el apoyo de cineastas consagrados como Mario Camus y Juan Antonio Bardem, seguía interprentando el mismo tipo de roles en cintas como Esa mujer y Varietés, lo que la hizo retirarse del cine con Cinco almohadas para una noche, de Pedro Lazaga. Dijo dos veces no a Buñuel y nunca le tentó la vuelta a los rodajes y a las premieres –“Tengo mi carrera, doy mis conciertos y lo paso bomba”–.
Vivir es un placer
La violetera más universal continuó paseando su arte por España y América prodigandose en los escenarios con numerosas giras en las que cantaba, bailaba y seducía al público. Medalla de Oro de la Academia de Cine, una estrella en el Paseo de la Fama madrileño, la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo, el Golden Eagle entregado por Burt Lancaster y un tributo en el Instituto Cervantes de Nueva York, al que acudieron Vargas Llosa y Bloomberg, son solo algunos de los homenajes que recibió en vida. “Mi suerte ha sido ser como soy y trabajar mucho”, esa era la conclusión que de sus años sacaba Montiel, actriz a la que nunca le faltó el cariño del público y que dedicó sus últimos días al gimnasio, al que acudía diariamente, contestar el correo, y “de vez en cuando”, fumarse un puro. Vivió intensos acontecimientos, pero siempre guardó un recuerdo especial de México, donde conoció a muchos españoles que vivían en el exilio.
A los 85 años de edad ha fallecido en su domicilio madrileño, hogar repleto de antiguedades, cuadros y fotografías de la protagonista de Veracruz. En el epílogo de ‘Vivir es un placer’, volumen de memorias escritas por el dramaturgo Pedro Manuel Víllora, Saritísima echaba la vista atrás: “Ante todo, yo he sido… bellísima es poco, pero tenía un encanto: que era prudente, sabía escuchar y cuando hablaba era muy ingenua. Quería saber y eso les gustaba… Me he adelantado en el vestirme, el maquillarme, el peinarme. Tú ves una película mía ahora y parece hecha ayer. Está vigente mi forma de actuar, hablar y cantar. No he cambiado, me he hecho mayor…” Quedarán para siempre en la memoria sus palabras y sus actos. Saritísima, la manchega universal, quedará para el recuerdo como la primera actriz española que conquistó Hollywood.
La capilla ardiente quedará instalada en el Tanatorio de San Isidro.