Arantxa Echevarría: «Feministas somos todos, hay que ser activista»

5 septiembre, 2018

Estrena Carmen y Lola el 7 de septiembre, tras su paso por la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes

Arantxa Echevarría ha constatado que «no es fácil ser mujer y directora de cine». Autoproduciéndose, gracias a la ayuda del ICAA y a Orange, ha debutado en el largometraje a los 49 años con Carmen y Lola. Esta historia de dos adolescentes gitanas enamoradas contra una comunidad ha convertido a la bilbaína en la primera cineasta española en estar en la Quincena de Realizadores de Cannes. «Hay muy poco cine social en nuestro país, porque las televisiones apuestan por proyectos más comerciales, pero levantar la alfombra para ver el polvo que hay debajo es algo necesario. Después de hechos como los de La Manada, te das cuenta de que hay mucho por hacer todavía», asegura. El 7 de septiembre llega a los cines su ópera prima, un canto a las primeras veces y, sobre todo, al primer amor. 

Por María Gil

Después de años con poca presencia española en Cannes, en su última edición había seis largometrajes. ¿Qué ha visto el festival en Carmen y Lola?

Creo que les ha gustado la frescura, la visión que quería darle de semi-documental. Es una película sobre el amor y rodada con una mirada del amor, y yo creo que esa frescura y esa intensidad narrativa está también en mi forma de ver la vida. De ser una perfecta desconocida a nivel mundial, de pronto, te coloca en el panorama del cine. Sobre todo, me alegra la visibilidad sobre el tema.

 

¿De dónde surge esta historia?

Quería hablar de la adolescencia, ese momento tan complicado en el que eres vulnerable, pero a la vez quieres ser muy individual y luchas contra todo. 

No tienes lógica racional, sino que te mueven los impulsos. Y en ese momento tienes que tomar muchísimas decisiones. ¿Qué estudias? ¿Qué quieres ser de mayor? ¿Cuál es tu orientación sexual? Cosas que quizá es muy pronto para que nos planteemos. Y, encima, te enamoras. Todo el mundo se acuerda de ese primer amor. 

Y luego, en 2009, vi una noticia en el periódico de la primera boda homosexual de dos chicas gitanas. Ellas estaban de espaldas, con seudónimos, y nadie había ido a la ceremonia, cuando supuestamente tiene que ser el momento más bonito de tu vida. Entonces me planteé, ¿qué pasaría si cojo esa foto de espaldas, le doy la vuelta y se ven las caras?

No fue fácil encontrar gitanas lesbianas que contaran su experiencia.

Me fui a asociaciones, hablé con colectivos LGTB, miré por todos lados y no las encontraba. Algunas me decían: las hay, pero dudo que quieran hablar y además con una paya. Hubo un momento en que pensé que no podría hacerla, que tenía que esperar a que la situación se normalizara más y quisieran dar la cara. Pero un día se me ocurrió meterme en un chat LGTB con el nick Gitanawapa, –como ocurre en la cinta– y, un tiempo después, de repente una chica me preguntó de qué familia era. Y pensé “aquí he dado con una gitana que quiere hablar”. Empezamos a conversar y me di cuenta de que no quería ligar sino preguntarme por mi propia experiencia.

¿Cómo logró que accedieran a colaborar en el proyecto?
Durante dos años seguí en contacto con ella, empezaron a aparecer más chicas, e hicimos un círculo de unas 16, que hablábamos a diario y me contaban cada una sus experiencias, que son terribles. La película es bastante menos dramática que la realidad, pero no quise jugar a estereotipos de situaciones muy raras que pasan en la vida real. Fueron dos años de trabajo con las chicas. Y luego me tocó entrar en el mundo gitano cotidiano y eso fue un proceso muy largo, de ganarme su confianza contándoles lo que quería hacer. Primero se llevaban las manos a la cabeza, diciendo ¡estás loca! ¡Eso es de payos! Y poco a poco, conociéndome, viendo que lo que quería era su respeto y su opinión en todo momento, me granjeé su confianza, que es lo que más estimo, que las chicas y la comunidad se fiaran de mí.

Son 150 gitanos sin experiencia previa delante de la cámara. ¿Por qué esta apuesta por actores no profesionales?

Hubo un momento en que hicimos un inicio de casting más convencional, me fui a escuelas de teatro, asociaciones y no había chicas que pudieran interpretar a los personajes. Que las interpretaran payas me parecía una falsedad, iba a encontrar mi propio prejuicio de contar una realidad que está pasando. Lo que hicimos fue ir a la calle, a mercadillos, barrios, sitios de roneo, empapelamos la ciudad y entonces empezaron a aparecer.

 

La homosexualidad tiene muchos tabúes para ellos.

Vinieron pastores evangelistas al casting que querían saber qué estaba haciendo porque pensaban que era una abominación y que lo que quería contar era ‘el demonio’. Alguna chica que quería hacer el papel de protagonista, iba a casa y hablaba con su familia y luego me decía ‘no me dejan. Creen que esto me puede arruinar el futuro y la vida’. Porque les cuesta mucho diferenciar un papel de la realidad. Entonces, la exposición pública de ver a una chica besándose con otra, lo más seguro es que le acarree que esa chica no se pueda pedir. Hubo momentos muy dolorosos en los que pensé que no conseguiría hacer la película y luego fue muy gratificante cuando aparecieron gitanos muy modernos a los que le parece estupendo el proyecto y querían que contase esta historia.

 

¿Cómo lo vivieron las actrices protagonistas?

Zaira tiene una personalidad, una fuerza y una energía increíbles y es súper feminista, quizá no lo sabe, pero lo es. Me dijo ‘es un papel, yo no soy lesbiana. Si quisiera ser actriz podría hacer muchos papeles, igual que podría hacer de mujer casada y no estoy casada’, y que lo que tenía que hacer es pedir permiso en su casa. En esa época era menor de edad, además. Rosy era mayor de edad, podría tomar sus decisiones ella misma, pero está casada. Y Marco, que es un gitano estupendo, le dijo que sí. Siempre con el permiso del entorno, que es muy importante para ellos, conseguí convencerles.

Ser diferente, penalizado

¿Carmen y Lola puede generar un cambio? 

En redes sociales no hago más que recibir mensajes de gitanos y gitanas, heterosexuales, gays, lesbianas, e incluso diferentes. Alguien que se tiña el pelo de color rosa ya está haciendo una lucha, por el individuo dentro de una sociedad tan conservadora. Para mí es un subidón. Es lo que yo deseaba. Para ellos, que haya un referente payo no importa porque son otros códigos y otra cultura. Ojalá la película ayude a que cualquiera mire a su hermana o su hermano y le diga ‘yo te quiero como eres y te apoyo en todo’. Si consigo que una sola persona haga eso, supondría un premio más grande que ir a Cannes. Enel filmetodos los personajes tienen que tomar una decisión que cambia su vida. Habla de las decisiones de los individuos y la capacidad de transformar la realidad. Muchas veces pensamos que no es posible, y ahí están los abuelos saliendo a la calle para pedir que se arreglen las pensiones. Tenemos la energía y la fuerza para cambiar las cosas como individuos y es un error pensar que somos parte del rebaño.
 

Hay muchas comunidades que estigmatizan la homo–sexualidad. ¿Podría haber surgido esta historia en otro lugar?

Si eres afgana, olvídate, o keniata, que está penalizado con la cárcel. Pero no hace falta irse tan lejos. Están en la esquina. Lo situé en una comunidad gitana, porque quería hacer algo shakesperiano, un Romeo y Julieta, pero podría haber sido cualquier barrio o pueblo pequeño castigado por la crisis y por la falta de trabajo, donde tengas la mala suerte de que tu padre sea muy conservador. Salir del armario ahí es muy complicado, porque ser diferente dentro de una comunidad está penalizado. Siendo adolescente, hay que tener muchas agallas para decir sí a tu homosexualidad y tu individualidad y decir no a tu madre y a tu padre, cuando son tu centro y es de donde bebes las convenciones morales y sociales.

 

Las mujeres siguen siendo minoría como directoras. ¿Nos estamos perdiendo historias y realidades porque faltan más miradas femeninas?

Es terrible. Imagínate que esta película la hubiera dirigido un hombre, ahí tienes La vida de Adèle. Es otra sensibilidad, otra mirada. En un primer amor romántico a mí me sobraba el sexo. Por que yo recuerdo mi propia experiencia y hay mucho pudor. Ahora hay un momento muy bonito de realizadoras mujeres con historias muy diferentes. Ni mejores, ni peores, diferentes. Lo que ha pasado es que nunca hemos tenido la oportunidad de contar nada. Y ahora, cuando nos la están dando, tenemos tanto que decir… imagina la de guiones que tengo en la cabeza, que llevo desde los doce años queriendo ser directora de cine.

Se define como mujer, feminista y activista.

Feminismo significa que quieres la igualdad entre hombres y mujeres, lo que significa que todos lo somos, incluidos los hombres. Hay que ser activista porque yo creo que el cine es una comunicación directa para contar costas y yo como mujer necesito contar historias de mujeres, porque se me dan mejor y porque las conozco mejor y que no sea un hombre el que escriba sobre mí. Que sea yo, porque tengo la capacidad para hacerlo. 

 

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