Bailar sobre la arena | Encuentro sobre El amor brujo

2 abril, 2019

Gades y Saura, Saura y Gades, “un sello en el que cada uno de ellos pusieron el 200% de sí mismos”, en palabras de Eugenia Eiriz, directora general de la Fundación Antonio Gades y viuda del bailaor, que ayer charló en la Academia junto a Antonio Najarro, director del Ballet Nacional de España, en un encuentro moderado por Jesús Cimarro y Rosángeles Valls, presidente y vicepresidenta de la Academia de las Artes Escénicas de España, tras el pase de El amor brujo (1986), con el que se puso fin al ciclo ‘Acción y telón’, que durante tres lunes consecutivos a explorado la unión de cine, teatro y danza.

“Las películas de Antonio Gades y Carlos Saura, que firman conjuntamente, tienen muchísimo de la forma de entender la danza de la compañía, que radica en darle importancia a la gente, observarla y retratarla. Gades entendía como fundamental mostrar a la gente del pueblo, de la calle”, explicó Eiriz. “En toda la película hay una constante alusión a las costumbres gitanas de Granada. El guitarrista Antonio Solera, gitano del Sacromonte, les invitó a compartir de primera mano cómo se vivía en ese lugar. Aparecen en la cinta la madre de Manolete, de Antonio Solera… viejas gitanas de verdad, las únicas capaces de hacer determinados bailes”.

Por su parte, a Antonio Najarro le impacta “la genialidad de Saura, esa idea de mostrar el escenario, que se muestra al principio de la película, lo que genera la sensación de estar en un teatro. Esa mezcla de sensaciones, de vivir una interpretación teatral en el cine, es muy especial”, comentó el bailarín, para el que “están los coreógrafos que muestran su complejidad y luego está Antonio Gades, al que con solo un gesto o una mirada le basta para transmitir. Eso hace que llegue de verdad. Sus guiños y sus formas, los pasos individuales… siempre te llegan y configuran esa marca Gades”. De la cinta, destacó la originalidad de “no abusar del sonido real del zapateado, que es un elemento del que se suele tirar. Aquí pisan sobre arena, y es fascinante el sonido que se crea”

El amor brujo, que cerraba la trilogía que Gades y Saura habían iniciado con Bodas de sangre y continuado con Carmen, fue una producción no exenta de problemas. “Había varias sesiones de rodajes con un carro tirado por un burro”, explicó Eiriz, “que siempre tenía que ser el mismo, claro. Y casualmente, siempre lo robaban siempre el día antes de rodar. Y también casualmente, al burro siempre lo encontraban por una cierta cantidad de dinero”. Además, “hubo un incendio atroz en el decorado, a causa de los focos. Fue un rodaje muy difícil, y eso se nota. Es la película menos realista de las tres, Saura y Gades decían que la historia de Falla no se entendía fácilmente, y a ellos les gustaba retratar la realidad”.

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