Tras la proyección de Carmen y Lola, se me han acercado muchos espectadores para comentar la película. Curiosos, sorprendidos y también, cómo no, críticos. No es para menos, ya que un tema como la homosexualidad dentro del mundo gitano, que nunca se había tratado en el cine, refleja una triple marginalidad: ser mujer, ser gitana y ser homosexual.
Una chica gitana de unos 15 años se me acercó en un coloquio para darme las gracias. Pensé que se refería a haber dado voz a su sexualidad. Pero me confundí. Quería darme las gracias porque dos adolescentes gitanas eran admiradas por el mundo como grandes actrices. Incluso habían estado nominadas a un Goya. “Mi padre”, me dijo, “antes de Carmen y Lola, cuando le decía que quería ser actriz me contestaba que eso era un sueño imposible. Ahora ya no puede decírmelo, y me ha dejado apuntarme a clases de teatro en el instituto. Ya hay referentes visibles a los que agarrarme”.
El cine es uno de los pocos vehículos que consigue atrapar a un espectador durante 90 minutos, alejado de los móviles, de las prisas o el trabajo. Las luces se apagan y los creadores le contamos una historia a unos ojos y una mente ávida de conocimiento y sentimientos. Eso para mí es una responsabilidad inmensa. Tenemos la oportunidad de ser escuchados sin interrupciones y contar una historia que nos salga del corazón o de la garganta. Un país bebe y se educa de su cine, da igual el formato: serie, internet, celuloide… El cine es el pasaporte a la conciencia, a la libertad, al conocimiento. Un país que no ama su cine, que no lo divulga, que no lo muestra, que no lo enseña, es un país abocado a la ignorancia.
Nosotros –los técnicos– hacemos películas, pero son los gobiernos los que tienen el deber de divulgarlas, de acercar el cine a los institutos y colegios. Ellos son los que deberían introducir el cine desde la infancia, para que su lenguaje se vuelva amigo y compañero de aula.
En París, proyectamos la película a más de 800 chavales del Liceo y tuvimos un coloquio divertidísimo durante más de una hora. Antes, los profesores habían preparado un dossier de trabajo sobre la película –de 40 páginas– sobre la cultura española, la homosexualidad y, sobre todo, el lenguaje audiovisual. Tras la proyección tenían una nueva clase donde volverían a discutir sobre la película.
Estoy deseando hacer lo mismo en mi país.