Novillos

Por Borja Cobeaga · 1 julio, 2019

El guionista y director Borja Cobeaga rememora su experiencia educativa con el cine de niño

Mi mayor suerte fue tener una madre aficionada al cine, que tuvo su gesto de mayor militancia cinéfila conmigo cuando yo tenía unos 12 años. Hay que decir que crecer en una ciudad como San Sebastián tiene ventajas en este campo, ya solo porque cada septiembre hay un festival internacional de cine, además de una fantástica semana de cine fantástico, varios cineclubs, salas de versión original… En ese Zinemaldi en cuestión programaron un ciclo de expresionismo alemán. Pasaban una película que me moría por ver: El gabinete del Doctor Caligari, con un pianista tocando en directo durante la proyección.

El problema era que el pase estaba programado a las cuatro de la tarde, una hora en la que yo tendría Ciencias Sociales o Matemáticas en el cole. Sin embargo, mi lamento duró poco. Esa tarde al volver a casa mi madre me entregó un kit que consistía en una entrada para ver El gabinete del Doctor Caligari y una nota dirigida a mis profesores. En la nota firmada por mi madre ponía: “Disculpen a mi hijo Borja porque tiene que ir al médico esta tarde”. Así que tenía permiso materno para escaquearme de clase y ver la peli en el Petit Casino, una diminuta multisala en la parte vieja de San Sebastián.

«No se puede depender de tener una madre cinéfila para educarse en el cine»

No se puede depender de tener una madre cinéfila para que el cine y la educación vayan de la mano. También tuve profesores cinéfilos que ponían pelis en clase para explicar sus materias y fui consciente de que el cine en las aulas venía más de iniciativas personales que de un programa más instaurado. El cine para comprender muchos temas, el cine en sí como arte, espectáculo, testimonio de una época. Creo que mi madre acertó cuando pensó que ver El gabinete del Doctor Caligari en vez de ir a clase no es fomentar el absentismo escolar, sino también educar.

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