“Pilar Miró quería que el espectador viera El crimen de Cuenca como una película, le molestaba el hecho extracinematográfico que rodeó a esta producción” , indicó Víctor Matellano, director de Regresa el Cepa, documental que recupera el rodaje y el incomprensible proceso posterior de la única película española secuestrada en democracia.
Con motivo de los 40 años del rodaje de El crimen de Cuenca, la Fundación Academia de Cine, en colaboración con Juezas y Jueces para la Democracia, Artistic Films y Begin Again Films, programó un cinefórum de cine y justicia con una sesión doble, en la que se exhibió El crimen de Cuenca, cuyo estreno coincidió con el momento más complicado de la democracia española, el 23-F, y estuvo paralizado durante 19 meses por la justicia militar, su directora fue procesada y más tarde se convirtió en uno de los grandes éxitos de nuestro cine; y Regresa el Cepa, pases que se completaron con un encuentro con el director Víctor Matellano, el actor Guillermo Montesinos, la directora de producción Sol Carnicero –trabajaron en los dos títulos– y Ana Ferrer, magistrada del Tribunal Supremo.
Acompañados por parte de los implicados en las dos producciones y por Gonzalo Miró, único hijo de la cineasta, los protagonistas del coloquio recordaron la filmación de El crimen…, rodada en agosto de 1979 en Belmonte (Cuenca) y otros pueblos cercanos, cuya base fue el caso real de las torturas y el encarcelamiento que sufrieron dos pastores, Gregorio Valero y León Sánchez, acusados de la desaparición de José María Grimaldos, El Cepa, en la localidad conquense de Osa de la Vega en 1910, que volvió por la zona 15 años después, y que en la gran pantalla contó con el rostro de Guillermo Montesinos, actor que volvió a los lugares de rodaje cuarenta años después para encontrarse con los vecinos.
Su visita es el hilo conductor de Regresa el Cepa, documental en el que son entrevistados especialistas, juristas, ex responsables institucionales, guionistas, miembros del equipo y actores de la cinta de Pilar Miró, que fue “el detonante” para que agilizara la aprobación del nuevo código militar. “Un año antes se aprobó la Constitución, pero no había un desarrollo normativo de la Carta Magna. Tanto el ‘caso Grimaldos’ como el ‘caso Miró’ fueron asuntos complejos”, apuntó Ana Ferrer, a cuyas palabras Matellano añadió que, “a pesar del sufrimiento personal de Pilar Miró, el final fue interesante y esperanzador. El crimen de Cuenca es un ejemplo del gran poder que tiene el cine para ver más allá. Y su mensaje es la necesidad de tener memoria fílmica”.
La magistrada del Tribunal Supremo explicó que en ese momento hubo un reajuste de las estructuras del poder en nuestro país “que los militares no habían asimilado. Ahora sí se respeta la libertad de expresión, hemos avanzado mucho”. Una opinión que no compartieron ni Guillermo Montesinos –“en la actualidad, la libertad de expresión está coartada de una manera global. La censura viene de otra manera”– ni la directora de producción Sol Carnicero. “Cuando rodamos El crimen… no tuve la sensación de tener un problema de libertad de expresión. Todos los que hicimos la película pensábamos que se podía y se debía contar. Ahora nos autocensuramos, nos perdemos”, dijo.
Montesinos explicó que, gracias al filme de Miró, Cuenca dejó de ser “la tierra del crimen” y que tanto la película como el documental “han sido dos puntazos en mi vida profesional.
Víctima de la Transición
La tortura –término que se introdujo en el sistema jurídico en los años 80 porque antes se hablaba de ‘violencia inusitada continuada’ o de ‘malos tratos’– , la defensa de los derechos humanos, la manipulación política, la presión social –El Cepa estaba vivo y seguían siendo vistos como asesinos. Los dos pastores se tuvieron que marcharse a trabajar a Madrid de jardineros–, la autoinculpación y el miedo… ”Sentí miedo la primera vez que vi el documental, pero no durante el rodaje del filme. Y mucho dolor, pena y frustración porque no se estrenaba”, declaró Montesinos, que en una de las escenas andaba “igualito, igualito” que el Cepa, tal y como le dijeron dos vecinas del pueblo. Y es que el actor se caló la boina y pronunció “me he ido por un barrunto” –cuando el Cepa regresa al pueblo explica que se había marchado por un barrunto– “de una manera muy especial”, apostilló Carnicero, para quien El crimen de Cuenca ”cuenta lo que fue la transición”.
Pedro Ruiz, Carmelo Romero, Assumpta Serna, Fernando Lara y la alcaldesa de Belmonte, Lourdes López Porras, entre otros, asistieron al coloquio, en el que se rememoró la proyección de la cinta en el cine Ópera de Buenos Aires, donde todavía estaba la Junta Militar en el gobierno. “La sala estaba abarrotada, había 2000 personas, y cuando terminó la proyección un hombre gritó: gallegos, no os muráis nunca, un reconocimiento al valor que tiene la película al mostrar la tortura”, expresó Carmelo Romero, ex director del ICAA y del Festival de Málaga.
Matellano, que vio el filme en un cine de doble sesión cuando era adolescente, elogió a Pilar Miró, al reparto de la producción y a lo bien que aguantaba el paso del tiempo esa historia ya contada, de la que partió su documental –700 folios condensados en 80 minutos–, en el que interviene Fernando Lara. “Pilar Miró nunca se recuperó del síndrome de El crimen… La transición fue una trituradora, mucha gente se quedó por el camino, y Pilar fue una de ellas”, destacó.
Y el hijo de la cineasta, tras agradecer a los responsables de Regresa el Cepa este documental, sentenció: “cuando terminó la dictadura muchos creadores, no solo mi madre, pensaban que se podía hacer una serie de cosas, y no fue tan bonito como se pintó en aquel momento. Mi madre quería rodar una historia sobre la tortura, la amistad, la injusticia, la manipulación… y ocurrió algo que raramente pasa en el cine, como es que sirvió para cambiar cosas, para evolucionar. Hoy, 40 años después, mi madre estaría muy feliz de que estemos hablando de El crimen de Cuenca y de Regresa el Cepa, que para mí son de obligado visionado porque ayudan a entender la historia de este país”.