El espectador voyeur | Encuentro con Marco Berger

6 noviembre, 2019

El cineasta argentino Marco Berger, uno de los mayores exponentes del cine gay latinoamericano, pasó ayer por la Academia de Cine dentro del marco del Festival LesGaiCineMad, que programó en la institución la cinta Taekwondo, uno de los trabajos más reconocidos de Berger, que actualmente se encuentra en promoción de su último largometraje, Un rubio.

Berger explicó que el origen de Taekwondo se fraguó durante el rodaje de un documental, donde el montador le habló de una quinta –una finca en las afueras de Buenos Aires– que su familia iba a vender. Berger visitó el espació y cayó rendido ante “esa medio decadencia de una construcción faraónica que hablaba del esplendor perdido de la economía argentina de los noventa”. En seguida, imaginó a nueve chicos jóvenes andando por la quinta. “Quería retratar el universo masculino heterosexual, que tiene mucho de homoerótico, en ese juego amistoso que se puede confundir con el deseo. Nueve jóvenes heterosexuales solos en la casa lo primero que harían sería desnudarse”, comentó.

Su primer impulso fue “hacer un juego cinematográfico, algo cercano al documental. Como muchos actores de mi país querían trabajar conmigo, hice una gran convocatoria. Se presentaron 900, que quedaron en 90 tras las pruebas, y de eso me quedé con los nueve mejores”. El objetivo, rodar con ellos en la casa sin diálogos escritos durante unos días. “Sin embargo, con todo listo, al coprotagonista le agarró un pánico porque no se veía capaz de improvisar. Así que todos los diálogos los escribí entre el viernes y el lunes, que empezábamos a rodar”.

El rodaje fue todo un “ejercicio de cintura” para adaptarse a las situaciones que iban surgiendo. “Al contar con tantos actores, podíamos ir dividiendo los planos, para que unos se fueran aprendiendo la letra mientras trabajábamos con otros”, explicó Berger. “Estoy de acuerdo con Michel Gondry cuando dice que en el cine es mejor cantidad a calidad, al menos para formarse. Me parece que rodar y rodar es la única forma de aprender”; por ello sacó adelante esta cinta “con 2000 dólares, que debe ser lo que cuesta un solo día de maquillaje de Penélope Cruz”, bromeó.

Escoger a los actores es dirigirlos

El realizador, que tiene formación actoral y una escuela de actuación donde da cinco talleres por semana, aseguró conocer “muy bien a los actores, y tengo una técnica que robé a Woody Allen: para elegir intérpretes hay que escoger a actores buenos e inteligentes, no a aquellos que más se parecen al personaje que imaginas. Hay que quedarse con aquellos que, cuando lean el guión, puedan entender la película y trabajar solos, para que el director trabaje sobre esa intuición suya. La dirección de actores consiste sobre todo en la selección de los actores”.

Ante la etiqueta de “cine gay”, con la que los críticos suelen definir su obra y que Berger abraza, el cineasta confesó que dejó de “especular muy pronto sobre qué querían los demás de mí. Me costó media vida poder estudiar cine, estuve desde los 18 a los 27 intentando entraren la escuela de cine”. Por eso, cuando encaró su primer cortometraje, “lo hice para agradar, ajustándome a lo que creía que gustaría a los demás. Con ese corto no pasó nada, fue una decepción. Así que entendí que debía hacer las cosas para mí”. Fue entonces cuando comenzó a retratas sus “únicas” obsesiones: el deseo homoerótico, el cuerpo masculino, las relaciones entre hombres. “Mi segundo corto, El reloj, iba sobre eso. Y con él fui a Cannes y a más de 100 festivales. Entendí que cuanto más me guste a mí, más va a interesar. Porque el arte y el cine es un ejercicio de voyeurismo, a todos nos gusta ver qué hay dentro de la cabeza de un artista”.

Fotos © Susana Bolívar

 

 

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