Isabel Lamberti: “La cámara elige qué es lo importante”

Por Enrique F. Aparicio · 21 septiembre, 2020

Una noticia breve sobre los niños de la Cañada Real que debían caminar tres horas todos los días para ir a clase llevó a Isabel Lamberti (Bühl, Alemania. 1987) hasta la familia Gabarre Mendoza, a quienes retrató en su premiado cortometraje Volando voy. Varios años después, otra noticia –la destrucción de los hogares que durante décadas habían construido en la Cañada– ha propiciado el reencuentro entre cineasta y personajes. Porque en La última primavera, los protagonistas se visten de sí mismos para dar enfoque narrativo –con el objetivo de “proteger a la familia”– en una cinta que apela desde los engranajes de la ficción a que nos fijemos en la verdad que nos muestra. En ese espacio entre cámara y personas-personajes, Lamberti construye un relato al que no “podemos llamar la realidad” pero que tiene como objetivo mejorarla.

Presenta su primer largo en San Sebastián, festival por el que ya ha pasado con provecho con sus cortos. ¿Qué le puede aportar Zinemaldia a La última primavera?

Zinemaldia siempre ha sido el hogar para esta película, y ha sido parte de la película en muchos de sus pasos hacia la realización. Por eso estamos muy contentos de haber llegado hasta aquí. Es agradable tener las miradas puestas en la película en un sitio donde te sientes seguro. Y esperamos que nuestra presentación en Zinemaldia sea el comienzo de un largo viaje internacional para esta película.

¿Cuál cree que es el papel de los festivales en los nuevos escenarios de distribución de las películas?

Los festivales todavía siguen siendo lugares donde descubrir internacionalmente películas de cine de autor por primera vez. Y eso se mantendrá igual con los nuevos modelos de distribución. Mantienen una buena y cuidada selección, y gracias a ello –con suerte– se puede distribuir. Como cada vez hay más y más películas realizadas cada año, la curaduría va a ser cada vez más importante, sin importar cómo van a ser distribuidas las películas.

La cinta recupera algunos de los personajes de su corto Volando voy, ¿cómo entró en contacto con ellos? ¿Por qué ha querido retratarlos de nuevo?

Un pequeño artículo en un periódico local sobre un grupo de niños de la Cañada Real, que tenían que caminar desde casa a la escuela todos los días durante 2 o 3 horas por un lugar desierto –debido a la falta de infraestructuras y transportes entre el área y las escuelas–, me llevó previamente a la familia Gabarre Mendoza. Para mí, esta distancia entre las casas y las instituciones era un símbolo perfecto de lo que significa la exclusión, y quería hacer mi película de graduación sobre este camino.

Después de conocer a los dos niños, David y Jesús, a través de mucha ayuda de trabajadores sociales y después de haber acabado la película, siempre he mantenido contacto con la familia completa. Definitivamente había una relación especial entre nosotros. Durante los años los he visto crecer, cambiar y dar la bienvenida a nuevos miembros. Para mí, su hogar en la Cañada Real también era un lugar especial. Un microcosmos real en una sociedad que está cambiando rápidamente hacia la homogeneidad, sin lugar para un estilo de vida alternativo. Cuando me enteré que todo el área iba a ser derruida, decidimos hacer una última película allí sobre este proceso, y esta vez con toda la familia.

Los límites entre documental y ficción son difusos, ¿es la narración una herramienta útil a la hora de empatizar con otras realidades?

Usamos la narración por dos razones, una razón más práctica y una razón moral importante. Por un lado, no podíamos predecir cuándo iba a ser desalojada la familia, por lo que intentamos controlar este proceso de alguna manera. Decidimos dejar a la familia actuar sobre su futuro. Otra razón fue que un montón de momentos clave en el proceso de desalojo ya habían sucedido en el pasado. Por lo tanto, decidimos recrearlos según los necesitábamos para contar una historia emotiva y comprensiva.

La segunda razón más importante por la que usamos la narración es que queríamos proteger a la familia. Especialmente viniendo de un grupo minoritario y viviendo en un barrio estigmatizado, que en su mayoría es visto negativamente, teníamos (como extranjeros) que tener cuidado retratando algo como ‘realidad’, porque se puede discutir que la realidad objetiva no existe. Sería ‘nuestra’ realidad, la cual sería muy limitada debido al hecho de que no vivimos allí ni somos miembros de la familia. No estamos en posición de retratarles y llamarlo ‘la verdad’. El documental es por lo tanto, una palabra con mucho peso. Llamando a la película ficción subrayamos este hecho. Ahora no está claro lo que son y lo que está escrito; así les protege. 

«La Cañada Real es microcosmos real en una sociedad que está cambiando rápidamente hacia la homogeneidad»

¿Qué efecto provoca la cámara de cine en aquello que retrata? ¿Lo altera?

La cámara selecciona y enfatiza un momento. Elige a dónde tienes que mirar, y lo que es importante, origina perspectiva y te genera cercanía e intimidad. Hace de lo objetivo subjetivo, y el espectador pasa a ser partícipe de la historia.

¿En qué medida los intérpretes-personajes generan también la historia?

Basamos la historia de La última primavera principalmente en la realidad. La familia tenía que irse del barrio, iban a ser desalojados. Además, después de conocer a la familia durante 5 años, los conocía muy bien y a pesar de que usábamos tramas de ficción, siempre nos mantuvimos cercanos a ellos y por lo tanto a lo que podía haber pasado y cómo habrían reaccionado en esa situación. La trama más ficticia es la de David Jr, que nunca ha formado parte de una organización criminal. Aunque esa organización sí que existió en el barrio y las imágenes vistas en las noticias eran reales, les disparó la policía durante una redada unos años antes.

La familia protagonista se enfrenta con escasas herramientas a uno de los aspectos más deshumanizados de las instituciones: la burocracia. ¿Constituye eso una forma estilizada de abandono?

La burocracia hace a los grupos marginales todavía más impotentes. Especialmente cuando quieren elegir su propio estilo de vida fuera de lo normal. A pesar de ser triste, hay organizaciones con medios para luchar por los menos poderosos. Por ejemplo, La Fundación Secretariado Gitano ha hecho un trabajo increíble en el barrio y si no fuera por ellos las cosas habrían sido peores. Pero al final, hay límites en lo que pueden hacer. 

¿Cree que el cine tiene el poder de cambiar la realidad de aquello que muestra?

Por supuesto. Solo se necesita un espectador impactado con poder para cambiar algo. Probablemente no se cambiará todo de una vez, es un proceso. Pero humanizando a las ‘víctimas’, en vez de ser números, ya crea un impacto y por lo tanto cómo lo contamos al mundo y a los habitantes que nos rodean.

¿Cómo cree que retratara el cine el cambio mundial de la pandemia que vivimos?

En este momento es demasiado pronto para dar una respuesta a esta pregunta. Depende de muchos factores, entre otros de la duración de la pandemia. Todavía estamos tratando todos de encontrar una manera de seguir adelante con nuevos proyectos a pesar de las dificultades presentes actualmente. Estamos viendo aparecer las primeras novelas y ensayos basados en la vida con la pandemia, pero el mundo del cine es algo diferente.

No tengo dudas de que la pandemia puede acabar en historias muy interesantes desde muchos puntos de vista, tanto desde el enfoque psicológico o social, por poner solo un par de ejemplos. Y seguramente se harán muy buenas películas al respecto. Espero, eso sí me gustaría apostar por que el cine recobre pronto su normalidad y que no se vuelque exclusivamente a retratar la vida con pandemia. Hay tanto por decir aún sobre todo tipo de cosas que sería una pena si el mundo del cine perdiera de vista todos los aspectos del ser humano para concentrarse tan solo en uno, por muy impactante que este sea.

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