Si la realidad supera a la ficción, las cintas que comparten nominación a Mejor Película Documental en los Premios Goya 2021 son buena muestra de ello. Una biografía capaz de tumbar el odio generalizado a un personaje, un seguimiento a la tragedia migratoria no exento de poesía, un artificio basado en found footage y un mosaico de la historia reciente son las cuatro historias que han llevado a Alberto Ortega y Charlie Arnaiz (Anatomía de un dandy), Paula Palacios (Cartas mojadas), Luis López Carrasco (El año del descubrimiento) y Nuria Giménez Lorang (My Mexican Bretzel) hasta los máximos galardones del cine español.
“La no ficción tiene enorme diversidad, y las nominaciones dan cuenta de la pluralidad estética que puede acoger este género”, explicó López Carrasco. “Los públicos se construyen a lo largo de muchos años, y la producción documental se ha ido gestando a lo largo de décadas, con hitos como En construcción, de José Luis Guerín. También ha dado mucho empaque que haya másteres de la universidad Pompeu Fabra de Barcelona y en la Autónoma de Madrid, y que las plataformas de contenido aporten éxitos como El caso Asunta o El pionero. Eso genera curiosidad en el público”.
Coindició con el Alberto Ortega, para quien “las apuestas comerciales atraen al público”. Que tanta variedad temática y estética comparta “una sola categoría de documental me parece hasta poco, porque hay tantos subgéneros como en la ficción”. Palacios reconoció que “estamos nominadas cuatro películas que son muy diferentes, pero esa es la esencia del documental. Si preguntamos a la gente cómo ha vivido el mismo hecho, el resultado es distinto. Por eso el cómo es tan importante como el qué”.
Realidad frente a verdad
“Estamos viendo cómo campañas publicitarias tiran de la estética del documental”, reflexionó Ortega, “porque lo importante es contar historias, y las formas de la no ficción pueden ser muy eficaces para eso”. Preguntados por la eterna cuestión de la verdad del documental, el codirector de Anatomía de un dandy subrayó que “hay que saber que cuando te metes en edición transformas la realidad, que siempre hay manipulación. Hay que ocultar, hay que obviar, hay que acentuar… No es mentir, es organizar las piezas para que digan algo”.
Para Paula Palacios, “el documental tiene realidad; la verdad y la mentira son cuestiones de otra índole. El documental se permite otras cosas que el reportaje televisivo no, porque es un formato que juega a la veracidad. Lo que presenta el documental no es mentira, pero puede haber poesía, una evasión de literalidad. Por ejemplo, elegir un plano de una mano frente al plano general del barco entero”.
El autor de El año del descubrimiento explicó que “una película es una representación, una selección de la realidad. En la película no sabemos cómo han llegado esas personas ahí. Y en el montaje puedes hacer con esa representación lo que quieras. El documental es un pacto de lectura: esto es realidad. En El año… participan personas de manera íntima, y sabíamos que eso podía tener un efecto en sus propias vidas. Yo les comentaba los temas y un poco las preguntas, pero una vez teníamos la secuencia nos decían: he hablado de estos temas que pueden tener consecuencias. Hay que tener delicadeza con la gente que está aportando sus vidas”.
Nuria Giménez Lorang juega con los límites entre ficción y realidad en My Mexican Bretzel, usando un material grabado de manera doméstica por sus abuelos: “desde el momento en que se coloca la cámara hay una intervención. Mi madre, la hija de los protagonistas involuntarios de la película, me dijo: has hecho un retrato más verdadero que si hubieses contado la historia real. La manipulación o el juego pueden contener la verdad, en minúsculas”.
