Óscar Sempere recuerda a Gil Parrondo en su centenario

Por Óscar Sempere · 17 junio, 2021

El director artístico Óscar Sempere, que trabajó con Gil Parrondo en 26 películas, recuerda al maestro en el centenario del nacimiento del decorador, centrándose en la cinta que se vio ayer en la sesión homenaje en la Academia, Tiovivo c.1950, de José Luis Garci, y en la que Sempere trabajó a su lado como ayudante. La sesión estuvo presentada por Lola Salvador, Koldo Valles y Víctor Matellano, y contó con la presencia de la viuda de Gil Parrondo y su hija Ima.

Conocer la obra de Gil Parrondo me acerca a ese mágico mundo cinematográfico donde conviven decorados proyectados con otros construidos para ser filmados, a modo de arquitecturas efímeras, cuyo último fin es dotar de significación simbólica cualquier espacio dentro de la película. Gil ha sido el gran creador, durante setenta años, de lugares imaginarios que solo viven en el interior del cine, proyectando su universo, vistiendo cada relato con una dimensión particular, creando un mundo fantástico gracias al talento que atesoraba, al rigor, a la pasión y al amor con el que ejerció día a día su profesión.

La figura de Gil Parrondo tiene un valor cultural innegable. Trabajador incansable desde los años treinta, pionero en el desarrollo de la escenografía fílmica moderna española, podemos encontrar su impronta en esas grandes producciones que emocionaban a nuestros abuelos, pero también en los últimos estrenos en cartelera, regalándonos un vasto legado cultural.

Es fundamental el encuentro de Gil Parrondo con el director que se convertirá en protagonista de la etapa final de su carrera: José Luis Garci. En 1981 ruedan Volver a empezar, película que gana el Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa. Desde entonces y hasta su fallecimiento, colabora en todas sus películas.

José Luis Garci y Gil Parrondo pronto desarrollan una fértil amistad basada en la pasión y el amor compartido por el cine clásico, por los directores, actores y actrices de Hollywood, y por el placer de filmar en plató, por lo que rodarán gran parte de sus películas en decorados diseñados y construidos a la vieja usanza, tal y como se elaboraron en el cine durante los años treinta y cuarenta. Este hecho, poco habitual ya en el cine español, posibilita que Gil confeccione trabajos plenos, sofisticados y magníficamente elaborados en cuanto a su construcción y su ambientación, con la ayuda inestimable de Ramón Moya, como jefe de construcción, y de su gran amigo Julián Mateos, como ambientador.

La personalidad de Gil puede apreciarse en la calidad de los espacios diseñados y distinguir su sello característico en cuanto a color, diseño constructivo y mobiliario. A la hora de elegir su siempre suave gama cromática para los decorados, prefería el verde ceniciento, quizás por la añoranza de su infancia asturiana, color que, siempre que podía, intentaba incluir en sus películas.

Constructivamente, siempre trabajó desde el realismo, huyendo de su formación con los directores artísticos provenientes del teatro con los que se formó en los años cuarenta, como Sigfrido Burmann, y durante los sesenta, toda la época de Bronston. Le dolían intensamente los arcos imposibles y teatrales que diseñaron Colasanti y Moore para El Cid, pero amaba profundamente el rigor arquitectónico con el que John Box diseñaba las calles de Moscú en Doctor Zhivago.

En cuanto a la ambientación, siempre escogió el mobiliario para definir a los personajes, para engamar los decorados sin estridencias, cuidando en detalle cada elemento que él mismo escogía con gran placer, repitiendo, en la medida de lo posible y a modo de fetiche, diferentes elementos de atrezzo a lo largo de toda su filmografía.

En Tiovivo c.1950, concretamente, recrea brillantemente los ambientes del Madrid de los años cincuenta, pardo y gris, a través de 14 decorados construidos en el plató de Moya, que íbamos montando y desmontando sin parar, a lo largo de cuatro intensos meses.

El fastuoso Banco Boca, cargado de mármoles y dorados; el café, por donde pasa la vida, cuyo referente constructivo fue al Café Central; la triste pensión, núcleo de diferentes personajes en busca de una vida más amable; la taquilla de cine de la Gran Vía, apenas construida en dos metros cuadrados, dejando fuera de cuadro todo lo que ocurre en su exterior bullicioso; el metro de Madrid, con sus diferentes niveles y la publicidad acartonada de las paredes elegida con cariño y añoranza; la sacristía blanca, sobria, impoluta, rota tonalmente por un cristo de madera oscuro; el enorme taller mecánico rodado desde el interior de un pequeño despacho acristalado; o la academia de baile Swing, inspirada en los musicales de los años treinta que tantas veces vio Parrondo y convertida mágicamente, a partir de una pequeña transformación de cuatro columnas centrales, en una academia de mecanografía.

>Para mí fue un gran placer poder contemplar el valor creativo y simbólico con el que Gil diseñó cada decorado de esta película, recuperando el modelo clásico constructivo de los años treinta y cuarenta, siempre desde el riguroso realismo que le caracterizaba, y aprender de su gran sensibilidad presupuestaria, reinterpretando los espacios para levantar los diferentes decorados que componen esta película.

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