Andrea Jaurrieta: “Los monstruos no te avisan de que lo son”

Por María Gil · 9 mayo, 2024

Estrena su segunda película, Nina, protagonizada por Patricia López Arnaiz, Darío Grandinetti y Aina Picarolo.

El color «rojo venganza» acompaña a la protagonista de Nina y, durante la promoción de su nuevo largometraje, también a su directora y guionista, Andrea Jaurrieta. Más allá de pañuelos o labios rojos, su vendetta cinematográfica tiene que ver con el nicho de cine intimista que todavía se presupone muchas veces a las realizadoras. La creadora navarra se rebela contra estos límites y abraza el género en Nina, un western contemporáneo, feminista y de paisajes nada desérticos, que homenajea a Vidas rebeldes, Río Bravo o Johnny Guitar. Seis años después de su ópera prima, Ana de día, regresa con esta historia, que aborda un tema de plena actualidad como es el consentimiento. En el filme, Nina decide volver al pueblo costero donde creció, con una escopeta en el bolso y un objetivo: ajustar cuentas con Pedro, un famoso escritor al que van a rendir homenaje. Convencida de que hay que ver mucho cine para crearlo, Jaurrieta sigue este mantra en sus producciones, donde deja patente «que lo que me gusta es beber del propio cine”.

 

La película es una adaptación libre de la obra de teatro homónima de José Ramón Fernández, que a su vez es una revisión de ‘La Gaviota’, de Chéjov.  ¿Por qué se fijó en estas historias?

De la obra de teatro me interesaban mucho los personajes y esa vuelta al pueblo de un personaje herido, que ha intentado triunfar y vuelve derrotado y se encuentra con su amigo de la infancia. Estaba basado en el final de ‘La Gaviota’, cuando el personaje de Nina vuelve y dice que le han maltratado, pero que ella es una gaviota y sigue enamorada.

Y juntando las dos cosas yo decía: no puede ser. La han maltratado, le ha pasado de todo. No. Vuelve a vengarse. Y para encontrar una razón para vengarse lo que hice fue bajar la edad de Nina y me salió un tema del cuál yo quería hablar. Era la manera de mantener la esencia de la obra, pero llevarlo esa temática social que me interesa y poder jugar con el género cinematográfico.

¿Ha contado con la complicidad del dramaturgo?

Él había sido mi profesor, confiaba y me dio libertad para poder partir de ahí y hacerla libre. Le he ido mandando versiones de guion y le mandé la primera versión del montaje. Hay cosas que en la obra se comentan, pero no se ven, y yo lo he pasado a imágenes. Hay muchas cosas que se mantienen, aunque yo le haya dado ese matiz más oscuro.

“Quiero que la gente salga pensando dónde están los límites del consentimiento”

La película llega en un momento en el que el consentimiento, afortunadamente, está en el debate público ¿De qué forma Nina pone su granito de arena en este tema tan sensible?

Aunque ahora está muy de moda, yo empecé a escribir en 2019. Es un tema que ya estaba en el aire y que por eso yo también quería tocarlo. Tuve dudas, porque pensaba que eso la iba a convertir en una película más sobre el tema, pero al mismo tiempo pienso que es necesario hablar de esto. ¿Cuántas películas de acción hemos visto de un padre defendiendo la honorabilidad de su hija? ¿Ahora yo no puedo hablar porque ya hay una película hablando de esto? De nuevo es ponernos siempre en el nicho de cine para mujeres. Y no es eso. Es un tema que se ha tratado mil veces, pero siempre desde un punto de vista determinado. Y ahora, de repente, estamos empezando a hablar de este tema desde el otro punto de vista. Está explotando ahora, con una nueva generación que está empezando a hablar de las cosas más abiertamente.

No pretendo presentar a buenos y malos, sino decir que esto está pasando y nos preguntemos a la hora de la verdad tú qué harías, si se merece una venganza… quiero que la gente salga pensando y debatiendo dónde están los límites del consentimiento.

Trata este tema a través de un género tan clásico como el western.

Nació de la propia obra. La leí y me recordaba a Vidas rebeldes, de John Huston, eran personajes ausentes, había mucho dolor, misterio…no sabías muy bien qué había pasado, el personaje se volvía a ir solo al final. Eran personajes sacados de películas de western y cuando se lo propuse a José Ramón Fernández me dijo que guay y ahí ya empieza mi cinefilia porque me encanta el cine clásico y he estado revisando un montón de western. En mi primera película, Ana de día, se veía que lo que me gusta es beber del propio cine. El western me ha permitido hablar de este tema desde la violencia. De repente estoy en un código cinematográfico y lo permite. Quizá si hubiera hecho algo más realista te preguntarías ¿cómo va a ir con una escopeta?

Pero no es un western al uso.

Todos los arquetipos del western están revisionados. El héroe aquí es una heroína; los que generan los cuidados son los hombres, que en el western siempre han sido las mujeres. He cambiado el desierto por ese espacio verde y esas atmósferas del norte – se rodó en diferentes localizaciones de Mundaka y Bermeo-; el casino es el bar de pueblo, que en los westerns es el salón. Son elementos que si eres fan del western los vas a reconocer, pero que yo he intentado darles la vuelta y traérmelos a mi mundo.

“He dado la vuelta a todos los arquetipos del western”

Si Nina tiene que “tomarse la justicia por su mano” es porque nadie del entorno le ha apoyado. ¿Ve un paralelismo con la realidad, donde se pide a las víctimas que denuncien y muchas veces se encuentran solas?

Te dicen que denuncies, pero igual han pasado muchísimos años, igual es una herida que se me quedó allí y se ha hecho más grande. Y el silencio cómplice tiene que ver con que si no te ha sucedido a ti es muy fácil decir “no sé muy bien lo que pasó, no me mojo, ¿cómo me voy a poner de un lado u otro si no sé bien lo que pasó?, ¿pero tú querías?”. En esa indeterminación, que es donde es más fácil colocarse, es donde se sitúa el pueblo de Nina. Ella se da cuenta de que no solo estaba la herida concreta con este hombre, sino que tenía una herida mayor, que es que nadie la ayudó, que nadie estuvo allí. Es un reflejo de lo que pasa en la realidad y que, afortunadamente, como se van hablando cada vez más estas cosas, va pasando menos. Espero.

La sangre, la herida y la violencia

¿Cómo ha sido el trabajo con Patricia López Arnaiz, Dario Grandinetti y la joven Aina Picarolo?

El cásting ha sido una maravilla. Patricia ha trabajado muy visceralmente, desde el realismo, para poder darle verdad a esta historia. Ella cuenta mucho cuando estaba empuñando la escopeta, cómo intentaba sentir realmente lo que suponía eso. En el caso de Darío y Aina trabajé mucho la confianza entre ellos y fue muy fácil porque se entendieron súper bien. Había mucho respeto y se reían muchísimo.

Para mí hay cuatro personajes principales: los tres protagonistas y el secundario, que es Blas (Iñigo Aranburu). Defiendo mucho a los secundarios porque sin ellos no hay cine. Es un personaje que parece que pasa más desapercibido, pero siempre está ahí, es el Sancho Panza de Nina.

El rojo acompaña en todo momento a la protagonista.

Es un color muy simbólico. La sangre, la herida, la violencia, el amor…todos estos conceptos que están en la película se asocian al rojo. Eso unido a que desde la puesta en escena queríamos hacer un acercamiento al Technicolor clásico, el rojo y el verde funcionaban muy bien. Hacía mucha alusión a Joan Crawford en Johnny Guitar. Marcando ese color principal, fuimos construyendo toda la colorimetría del Technicolor de colores puros en toda la demás puesta en escena.

Y como no, los labios tenían que ser “rojo venganza”, color de los lipsticks con los que han promocionado el estreno del filme.

Pintarse los labios para mí era un gesto de coger la feminidad y hacerla potente. Darle fuerza. La escena de Nina de pintarse los labios y ponerse las gafas de sol yo lo llamaba el “momento Almodóvar”.

La película muestra la paradoja de que la persona de más prestigio de un lugar puede ser precisamente la más oscura. ¿Qué idea tenemos de los monstruos?

Si un monstruo llevara la cara pintada de verde y escrito en la frente que es un monstruo nadie caería en sus garras. El hecho de construir un personaje amable, culto, rico, que tiene muchos matices buenos para la sociedad, hace que sea más complicado acusarlo como monstruo y hace más fácil que una chica más débil, con muchas ganas de salir de allí, con ambición de triunfar, pero que ha nacido en un agujero caiga en sus garras. Los monstruos no te avisan que lo son y por eso son más aterradores.

“Hay una nueva generación está empezando a hablar más abiertamente”

El guion de Nina se gestó en Residencias Academia de Cine, en la primera edición de 2019-2020. Echando la vista atrás, ¿Cómo ve este viaje?

Hace cuatro años y medio empezó más desde la poesía de los recuerdos, de los tiempos intercambiados, de las sensaciones de la vuelta al pueblo.  Pero conforme se ha ido reescribiendo, y también en el rodaje, la potencia de esa venganza ha ganado. La reescritura final fue en montaje. Estaba rodada esa parte más poética, elementos que para mí eran muy importantes y que sufrí mucho para quitarlos, pero tenía tanta potencia el trabajo de Patricia, que arrollaba. Y no podíamos ir en contra de lo que habíamos conseguido. Creo que se ha hecho más violenta.

Creció en un pueblo de Navarra y también se fue para dedicarse al cine. ¿Se siente identificada con la historia?

Yo me fui de mi pueblo para intentar ser actriz en un principio, luego acabé dirigiendo y siempre hay algo cuando vuelves al pueblo de vergüenza, de pudor. Te miran, hablan y como te has ido a Madrid hay comentarios. Sí hay algo muy personal en esa relación con el pueblo. Afortunadamente, con la trama que motiva la venganza yo no la he sufrido, pero mucha gente a mi alrededor le ha pasado. Con la película, se me acercan y me dicen “tía, me has desbloqueado un recuerdo, me pasó esto con tal persona”. No todo el mundo llega a situaciones tan trágicas como en la película, pero sí recuerda acercamientos… así que ¡hablémoslo!

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