“Nos volvemos creativos cuando no nos encontramos en nuestro lugar habitual, cuando nos enfrentamos a situaciones que no conocemos. El hábito no es creativo”. Pedro Almodóvar bien podría haber firmado esta sentencia, pero sale de Los muertos, el último de los cuentos que conforman el clásico de James Joyce Dublineses. Su adaptación al cine conforma el testamento fílmico de John Huston, que se despidió así del arte y de la vida en un 1987 que para el manchego suponía un inicio, el de su productora, con la que se estrenó con La ley del deseo.
Las palabras de Joyce y las imágenes de Huston son importantes en La habitación de al lado, la materialización de lo que durante décadas parecía que nunca terminaría por llegar: la primera película de Almodóvar en inglés y con reparto internacional. Tras practicar con los cortometrajes La voz humana –primera colaboración con Tilda Swinton, rostro inevitablemente almodovariano– y Extraña forma de vida, el de Calzada de Calatrava hace las maletas para situar en Nueva York el arranque de esta historia, también una adaptación, en este caso de Cuál es tu tormento de Sigrid Nunez.
Una reportera de guerra con cáncer terminal –Swinton– recupera el contacto con una vieja amiga escritora –una Julianne Moore que perfecciona eso tan difícil que es interpretar la escucha–, a la que pide que sea la compañera de sus últimos días. Una muerte elegida, “limpia y digna”, con la que Almodóvar se posiciona en el debate global sobre la eutanasia. ““Debemos poder vivir en libertad y tener libertad para morir”, considera, y como viene siendo habitual en su cine reciente, el mensaje se arropa de imágenes sobrias y personajes cuyo ánimo tiene mucho que ver con el recuerdo.
El Premio Donostia del Festival de San Sebastián le llega estrenando sus 75 años y semanas después del León de Oro de Venecia. Más allá de los reconocimientos, que agradece, Almodóvar insiste en que su “objetivo principal es seguir haciendo cine”, un espectáculo que sigue concibiendo para ser disfrutado en las salas: “para que una película te arrebate, es muy importante que seas insignificante comparado con la pantalla”.
¿Ya quería hablar de la muerte o la idea llegó con la lectura de Cuál es tu tormento?
No estaba premeditado. El libro de Sigrid Nunez es inadaptable para el cine, consiste en un personaje deambulando con una gran pluralidad de situaciones, pero había dos de ellas que me gustaron mucho, y las dos tenían relación con la muerte. El libro me inspiró el guion y me puse a desarrollarlo sin volver a leer el libro, obedeciendo a lo que me iba demandando la historia: hablar de esas dos mujeres que conviven durante unas semanas con la muerte, con la muerte inminente de una de ellas.
Me interesaba mucho porque me pasa como al personaje de Julianne Moore, soy una persona muy inmadura con respecto a la realidad de la muerte. La muerte se muestra todos los días, pero nunca he llegado a entenderla ni a aceptarla. Cuando la muerte aparece en alguna de mis historias, puedo llegar a sufrir escribiendo. En este caso la quería mostrar, como dice el personaje de Tilda Swinton, de manera limpia y digna, y que naciera de la vitalidad de quien va a morir. Eso era esencial. Ese ha sido mi modo de aceptar la muerte, como decisión de una persona.
«Cuando la muerte aparece en alguna de mis historias, puedo llegar a sufrir escribiendo»
La película habla de la eutanasia, un debate que habría que tener de manera más intensa. En España, aunque hay una ley, no se está aplicando con las facilidades que debería, por lo que dicen las noticias. Creo que debería bastar con la voluntad de la persona y con el veredicto de un médico que confirme que está condenada tristemente al sufrimiento. No deberían intervenir ni jueces, ni abogados, ni familiares; eso contamina la decisión. La eutanasia es un derecho fundamental, debemos poder vivir en libertad y tener libertad para morir.
Me gustaría pedir a la gente que no está de acuerdo con la eutanasia que respete la decisión de otras personas, una decisión que además a ellos no les afecta. Las personas debemos poder tomar decisiones sobre nosotras mismas sin interferencias, porque eso muchas veces tiene como consecuencia alargar el dolor.
El personaje de Tilda Swinton quiere marcharse con dignidad no solo a nivel legal: con su mejor aspecto y el un día soleado.
Quiere irse exultante, como quien se va a una fiesta. Tilda es la actriz ideal para ese personaje. Cuando rodábamos, a veces la veía y me daba la impresión de que se volvía transparente. Y los pocos momentos que tiene de disfrute, los disfruta de manera plena. Es una verdadera lección. Tilda entendía muy bien el personaje y le ha dado una gran trascendencia, para mí es el mejor personaje de su carrera. Era un verdadero espectáculo verlas rodar a las dos, es un dúo impresionante.
¿Qué ha encontrado en Tilda Swinton y Julianne Moore para entregarles estos personajes?
Con Tilda ya había trabajado en La voz humana y nos habíamos hecho muy amigos, tenía ganas de trabajar con ella de nuevo. Cuando me salió esta historia, pensé que el personaje de la reportera de guerra era suyo. Y también pensé en Julianne Moore en primer lugar para hacer de su amiga. La conocía mucho menos, de coincidir en esas ceremonias donde parece que eres amigo de todo el mundo y realmente solo te ves un momento. Ella tiene algo como de modestia que le iba al personaje. Porque Tilda es espectacular hasta con una bata de hospital, pertenece a otra dimensión. No he visto a nadie adelgazar como lo ha hecho ella para la película y que no se le quedara la cara hecha un higo.
Las dos fueron la primera opción y las dos dijeron que sí de inmediato. Una vez ya trabajando, lo que pides es que lleguen al fondo de cada frase, de cada secuencia, y que su interpretación alcance la máxima emoción, explicando cómo es cada personaje. En este caso son dos grandes amigas pero muy opuestas entre sí. De un modo natural, lo que requieres es complicidad, porque es un trabajo que hacer a medias con el actor, y para eso tiene que confiar en ti, y tú en él. Hemos tenido mucha química y se dio desde el primer instante. He tenido mucha suerte, porque eso a veces no se da, lo cual no quiere decir que no se pueda hacer un buen trabajo sin ella.
¿Cómo ha ejecutado el trasvase de idiomas?
Es algo que me preocupaba mucho, también a El deseo como productora, porque mi inglés es suficiente para hablar con las actrices y darles indicaciones, o para hacer entrevistas, pero no para saber si la traducción es exacta. Nos preocupamos de buscar a un escritor que tenía practica en trabajar con directores con otra lengua, por ejemplo con Luca Guadagnino, para que el inglés no sonara a inglés traducido sino orgánico. De hecho, hubo dos personas que hicieron esto, porque después otra revisó el trabajo del primero.
Y además, lo que fue definitivo, durante los ensayos Julianne –tal vez porque es americana– me dijo varias veces que algo que se decía, aunque se entendía, no era el mejor modo de decirlo. Ahí yo tenía una lucha interior porque es su idioma, y le dimos muchas vueltas, pero acabé haciéndole caso porque confié en ella. Así que ese último filtro, muy interesante, fue con las propias actrices.
Nos ha preocupado mucho que el inglés de la película resulte natural, aunque mis diálogos no son precisamente naturalistas. La gente tampoco dice en España “¿hay alguna posibilidad, por pequeña que sea, de salvar lo nuestro?”, o “una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma”. En inglés mis diálogos tampoco son cotidianos, aunque en ese sentido tenía a mi favor que son dos mujeres muy cultas, dos escritoras, que hablan de Virginia Woolf como quien habla de chismes.
«Nos ha preocupado que el inglés de la película sea natural, aunque mis diálogos no son naturalistas»
Hay una referencia fílmica muy importante: Los muertos, de John Huston.
El cuento de James Joyce y la película de John Huston, que no están referidos en Cuál es tu tormento, se convierten en algo importantísimo en la narración de la película. Primero en la habitación del hospital, cuando ven nevar, y Tilda cita el final de ese texto de una manera impresionante. Es una especie de milagro esa nieve al atardecer, en plena primavera neoyorkina. Y esas palabras se convierten después en una especie de ritornello al que ella vuelve.
Los muertos para mí tiene mucho significado, el título para empezar. Además es que ese final es uno de los más bellos que yo haya visto nunca, cuando Anjelica Huston se va de la fiesta, y se queda quieta en la escalera un par de minutos, que es mucho tiempo en cine, escuchando la canción de su tía. En varios de mis guiones he querido que un personaje se quede así de quieto, pero después no me he atrevido.
Eso se suma a las fotografías de John Huston durante el rodaje, un hombre visiblemente enfermo conectado a un respirador pero que sigue rodando, y que rueda además una obra maestra… Recuerdo cuando vi esa foto por primera vez y pensé: yo también quiero rodar toda la vida, y si tiene que ser en silla de ruedas, lo haré.
Hay ciertos mensajes políticos enunciados en la película, sobre todo en el personaje de John Turturro. ¿Era importante para usted?
Tuve un cierto miedo con esa secuencia. Es larga y detiene la película en un momento crucial. Pero me parecía importante esa especie de monólogo pesimista y muy crítico con la situación del mundo entero y especialmente de Estados Unidos, donde se la están jugando en unas elecciones. Como dice ese personaje, no hay nada peor que la ultraderecha y el neoliberalismo feroz, y ahora mismo van de la mano. Era importante dar ese mensaje primero porque es real, y después porque para el personaje de Julianne Moore, que está en proceso de cambio, es una lección de cómo vivir en el apocalipsis.
Suena excesivo, pero ella está viviendo con una mujer que agoniza en un mundo que agoniza. Y gracias precisamente a esa mujer está aprendiendo a darle valor a cada instante, lo cual es posible incluso en esta situación. Eso creo que es importante: a pesar de los problemas que no asolan, hay que recuperar cierto optimismo, sobre todo para nuestra propia convivencia. Porque si no, nos dejamos llevar por mundo que está polarizado en un tono constante de odio y de mentiras, que muchas veces se lanzan de modo anónimo.
Almudena Grandes me dedicó uno de sus libros y escribió que la alegría es un gran modo de resistencia. Y tiene razón, porque si no caemos en la desesperación, en no ver soluciones. Cada uno, desde su posición en la sociedad, debe intentar no sucumbir y elegir el optimismo. No es una fórmula mágica, pero tendría una influencia para contrarrestar esta atmósfera insoportable.
«Cada uno, desde su posición en la sociedad, debe intentar no sucumbir y elegir el optimismo»
Recibe el Donostia, un premio honorífico, semanas después del León de Oro, un premio competitivo.
Mi objetivo principal es seguir haciendo cine. Si me premian, lo agradezco y espero decir algo que tenga un interés, pero no es lo primordial. Venecia fue el primer festival internacional que puso una de mis películas, Entre tinieblas, y San Sebastián incluso antes programó Pepi, Luci y Bom, así que les estoy agradecido. Recuerdo muy bien ese festival de 1980, en el que coincidimos con el documental de Ventura Pons sobre Ocaña, que también estaba allí, y con Arrebato, de Iván Zulueta. Fue divertidísimo y estoy seguro de que en ningún festival, al menos hasta entonces, se había hablado tanto en los coloquios sobre drogas, pollas y travestis [risas]. Fue divertidísimo hablar con esa libertad, porque la estábamos estrenando y había que celebrarla.
Cannes y Venecia me gustan, pero son un palizón, vuelves hecho unos zorros. Aunque San Sebastián también es un festival de categoría A, es más modesto, y el público donostiarra, cálido donde los haya, se vuelca. Así que es un gustazo. San Sebastián siempre llena las salas y eso es muy grato para quienes vamos a mostrar las películas. Además todo el mundo acaba enamorado de la ciudad, y convencido de que es el certamen donde mejor se come, que también es importante. La gastronomía también es cultura.
Después de una vida dedicada al cine, ¿sigue admirándolo como los chiquillos de La mala educación?
Sigo yendo al cine una o dos veces por semana, y continúa siendo un ritual. Susan Sontag escribió en un artículo lo esencial que es, para que el cine te arrebate, verlo en una sala, en la oscuridad y rodeado de desconocidos. Y es verdad. Es una experiencia importante que se comparte con gente que no conoces, y eso es muy poderoso.
Sigo haciendo labor de apostolado, porque concibo el cine como un espectáculo para ver en salas. Espero que la gente joven entienda lo que supone asistir a una sala y descubrir una película en su inmensidad: es muy importante que seas insignificante comparado con la pantalla, para que esta tenga el poder hipnótico que puede tener cuando te pones frente a una gran película. Así que sí, sigo siendo un fiel creyente y un fiel espectador.