Con su nueva película, Karmele, explora la memoria, las heridas íntimas y colectivas de una familia atravesada por el franquismo. Ahora, por primera vez, se enfrenta a la adaptación de una novela al largometraje. La obra La hora de despertarnos juntos, de Kirmen Uribe, le brindó a Asier Altuna el punto de partida: un relato en el que confluyen la guerra, el exilio, la música y el amor. Pero también un espejo en el que reverbera una historia familiar. El resultado es una película ambiciosa, íntima y política a la vez, que se estrena en la Sección Oficial Fuera de Concurso del Festival de San Sebastián, una edición en la que Altuna, junto a su compañero Telmo Esnal, también recogerá el Premio Zinemira otorgado por el certamen y las asociaciones de productores vascos, que reconoce la trayectoria de personalidades destacadas del cine euskaldún.
Es la primera vez que adapta una novela al cine. ¿Qué desafíos le planteó esa traslación de la literatura a la pantalla?
Surgen dificultades a la hora de decidir qué se va a contar, a través de quién y de qué manera. Pero, además de Karmele, me interesaba mucho poner el foco en la transmisión entre generaciones, en la casa, que para mí es tan importante como el exilio que viven los personajes. Estoy contento de haberla hecho mía y, aunque parezca difícil tratándose de una adaptación de una historia real, creo que tiene muchos elementos que se repiten en el cine que hago.
¿Qué encontró en la obra de Kirmen Uribe que le hizo decidirse a llevarla al cine?
La historia me atrapó tanto que no había vuelta atrás. Me cautivaron los personajes, me fascinó la figura de Karmele y, además, encontré ingredientes muy cinematográficos: la guerra, los exilios, la música, el espionaje… Pero lo que me impactó de verdad fueron las similitudes con la historia de mi propia familia: el golpe de Estado, la confiscación de bienes, las dificultades para trabajar. Todo eso me sonaba mucho porque lo vivieron en casa. También me parecía muy importante contar la guerra a través de la cultura como arma contra el fascismo, con aquel movimiento del Gobierno vasco que intentaba llamar la atención de las democracias europeas, denunciando el golpe y la pérdida de libertades.
En un momento político como el actual, ¿qué sentido tiene volver la mirada hacia un episodio como el que narra la película?
Esa fue mi apuesta: contar esta historia evitando la épica de la guerra y mostrando las vidas de personas reales, con sus inquietudes, sus problemas y sus dificultades cotidianas.
¿Qué papel desempeñó la familia de Karmele en el proceso de escritura y rodaje?
Conocí a sus tres hijos, y ese fue otro de los motivos que me impulsó a contar esta historia. Después de leer el libro me reuní con ellos y con Kirmen Uribe, y les hice una entrevista. Fue emocionante escuchar cómo habían vivido la historia de su madre, de su padre, de sus abuelos. Me siento orgulloso de haber contado una memoria viva. La relación con los hijos ha sido muy bonita. Además, nietos y bisnietos participaron en el rodaje como figurantes, y hace poco les mostramos la película. Fue un momento muy emocionante.
¿Cómo ha sido la colaboración con Kirmen Uribe durante todo este trayecto?
Al principio tuve la tentación de plantear una serie, porque había mucho que contar [ríe]. Al final, a través de la intuición, vas definiendo el guion. En este proceso me ayudó mucho Michel Gaztambide, que es un gran guionista y un gran amigo. Y Kirmen ha sido un apoyo constante, siempre disponible. Para él la historia tiene un componente emocional muy fuerte, porque es de su propio pueblo y su madre era amiga de una de las hijas.
La película pone el acento en la intimidad de una pareja y de una familia, atravesadas por la guerra y la represión franquista. ¿Cómo trabajó esa dimensión con los actores protagonistas?
Los ensayos fueron muy enriquecedores, y lo interesante es que fuimos modificando el guion hasta llegar al rodaje. A través de las conversaciones con Kirmen y con los actores fuimos creando esos personajes, hasta que acabaron siendo nuestros.
Se trata también de un proyecto técnicamente muy ambicioso, con un fuerte peso de la música, el sonido y los efectos especiales. ¿Cómo se enfrentó a esa complejidad?
Le tenía muchísimo respeto a esta película. Era un reto importante, en el que lo he puesto todo. Sobre todo, hubo un trabajo de preparación espectacular: la música que suena en la película estaba grabada antes del rodaje; con Félix Bergés, de El Ranchito, trabajamos los efectos especiales; la fotografía de Javier Aguirre y el vestuario de Nerea Torrijos fueron determinantes. Ha habido un esfuerzo enorme de todos los departamentos. Es una película muy ambiciosa y muy importante para mí, pero creo que no dejo de ser yo. Estoy orgulloso de haber contado la historia de esta familia.
La película se presenta en el Festival de San Sebastián, un lugar que usted conoce bien desde que acudía como espectador. ¿Qué significa estrenar en casa?
Estoy muy agradecido. Imagínese: conozco el festival desde los 20 años, cuando iba como espectador, y allí he visto muchas películas que me marcaron. Estrenar ahora en Donosti, con una historia de aquí, es muy especial. Este festival siempre es un buen lugar para mostrar películas y atraer público al cine. Y esta es una obra para disfrutar en pantalla grande. La experiencia compartida de una sala de cine tiene un valor enorme.
Este año coinciden varios estrenos en euskera. ¿Cómo valora este momento para el cine en su lengua?
Es muy significativo y me parece fundamental. De alguna manera hemos normalizado contar historias en euskera, algo impensable hace años. Tenemos el apoyo del festival, de la televisión vasca y de las instituciones, y eso es una suerte. Estrenar en San Sebastián lo convierte en una celebración, porque el festival siempre nos ha respaldado.
El festival le otorga, además, el Premio Zinemira —junto a Telmo Esnal— por su trayectoria. ¿Cómo recibe este reconocimiento?
Menos mal que tengo la película en marcha y varios guiones escritos, porque si no empezaría a preocuparme [ríe]. Hace 20 años, cuando estrenamos Aupa Etxebeste era impensable hacer películas en euskera, ahora es una celebración.