Agustín Díaz Yanes regresa a la gran pantalla tras ocho años de silencio, y lo hace con Un fantasma en la batalla, película “que solo me ha dado satisfacciones. He disfrutado mucho haciéndola”. Guionista de éxito, este madrileño empezó a dirigir tarde, y lo hizo empujado por su amiga Victoria Abril, para quien había escrito Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto. Lo suyo fue un bautismo de altura que conquistó ocho Premios Goya, una Concha de Plata para la actriz y el Premio Especial del Jurado en el Festival de San Sebastián, en cuya sección oficial fuera de concurso presenta la historia de una joven guardia civil que trabajó durante más de una década como agente encubierta en la organización terrorista ETA. Gran taurino, este hijo de banderillero ha roto la costumbre de repetir reparto en su aproximación al terrorismo etarra, que tiene como protagonistas a Susana Abaitua, Andrés Gertrúdix, Iraia Elias y Raúl Arévalo. Díaz Yanes, Tano para los amigos, vuelve a relacionarse con el cine gracias a Belén Atienza, Sandra Hermida y J.A.Bayona, unos productores “muy creativos que me han ayudado mucho en todo. Hemos hecho todo lo que se tenía que hacer, nunca ha habido obstáculos”, señala este fan del cine polar francés, que ahora quiere hacer una película “de libre imaginación”. Y avisa de que, después de haber hecho todo en el cine “un poco tardío”, ahora va “como un cohete”.
Su regreso ha despertado mucha expectación. Su anterior rodaje fue Oro, en 2016.
Ha pasado mucho tiempo. Pensaba que ya no iba a hacer más películas. Llegas a cierta edad y te van apartando, lo que es normal porque viene otra generación. Belén [Atienza] me sacó del ostracismo, me preguntó si tenía algún proyecto, le conté que tenía una cosa sobre ETA, le gustó y me convenció de que volviera a dirigir.
Se convirtió en director porque Victoria Abril le pidió que dirigiera el guion que había escrito, Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto. Y ha vuelto a sentarse en la silla de director por Belén Atienza.
Mi confianza en las mujeres es ilimitada. Con Belén tengo una gran amistad, fue mi productora en Alatriste y siempre me ha cuidado. Estoy encantado y muy agradecido de haber hecho Un fantasma en la batalla, que, al principio, me asustó mucho porque era muy complicada, tenía muchos escenarios. A los pocos días me encontré bien rodando y, sin falsa modestia, creo que hemos hecho una buena película.
La lista de películas sobre lo ocurrido en España durante décadas de terrorismo de ETA y sobre sus consecuencias políticas y sociales aún es demasiado pequeña.
Nuestra cinematografía no es como la francesa, ni como la americana o la inglesa. Estaba convencido de que en estos últimos años iban a surgir un montón de películas y documentales sobre ETA. No es comparable, pero con la guerra de Vietnam en Estados Unidos salieron enseguida multitud de filmes sobre ese conflicto, unos buenos, otros malos y algunos extraordinarios que ganaron varios premios Oscar. ETA, la gran herida social y política en nuestro país, estaba silenciada, muy pocos se metían en este tema. Lo hizo Imanol Uribe y otros cineastas antes que él, pero hubo un parón y ahora se han vuelto a hacer más proyectos, y se harán más porque creo que es necesario.
Esto también pasa con la guerra civil. España tiene una cosa rara con los acontecimientos políticos importantes. El terrorismo de ETA fue muy importante durante la democracia porque la marcó de muchas maneras. A veces, los productores no quieren tocar asuntos de actualidad, aunque en otros países los abordan y no pasa nada. En Italia, por ejemplo, se han realizado numerosos trabajos sobre las Brigadas Rojas. Filmando Un fantasma… me he dado cuenta de que había cosas que se me habían olvidado, y cuando las he recuperado pensé: esto es tremendo.
El cine representa una buena herramienta para contarnos cómo somos, qué hacemos y qué nos pasa.
He vivido en Estados Unidos y allí no se acuerdan de Vietnam, se acuerdan por las películas que se han hecho sobre este asunto, que son las que marcan. No hago cine para enseñar y tampoco para demostrar nada, aunque me gustaría que los jóvenes que vean esta película se hagan una idea de cómo fueron esos años, que no fueron nada fáciles.
Lo primero que hablamos es que tenía que ser una película con protagonistas. Esta es una historia inventada, no es un hecho real, porque ha habido muchos infiltrados e infiltradas. La emoción también tenía que tener un gran peso y queríamos que esta historia de España y de ETA la entendiera un sueco.
Una gran parte del filme transcurre en el sur de Francia, en esas carreteras maravillosas, idílicas, donde se da la barbarie. Estudié mucho cómo los franceses trabajaban la cuestión de los coches. Intentamos hacer una película clásica con algunos elementos fuertes del polar francés. El problema era cómo integrar los documentos que se habían hecho para televisión dentro de la narrativa de la película. Yo tenía la visión de JFK: Caso abierto, pero me resultaba muy difícil explicar esta estructura tan rara de las imágenes de archivo de los atentados mezcladas con la realidad. Nuestro montador, Bernat Vilaplana, hizo una propuesta que se acomodaba a lo que yo soñaba.
El otro escollo fue que quería trabajar con actrices del País Vasco. Mariano Barroso me recomendó fervientemente a Susana Abaitua, que es extraordinaria. Y la directora de casting [Juana Martínez] me planteó a Iraia Elías, que daba física y mentalmente el personaje de etarra que tenía en la cabeza.
En esta historia, excepto con Ariadna Gil, aparca la regla de repetir intérpretes.
Es que querían que fueran del País Vasco, que lo hubieran vivido, que no tuvieran que interpretar, sino vivirlo y actuar.
Sobre ETA, ¿se ha hecho el cine que se quería o que se podía?
Todos hacemos lo que queremos en parte, y lo que podemos en gran parte. Un sector de la industria tiene que estar convencida de que se puede hacer. Las primeras películas que hizo Uribe, de las que soy fan, eran más libres. Elías Querejeta también tuvo su influencia en esto. Los directores eran más libres antes que en los últimos años, donde todo está más mediatizado. No me creo eso de ‘esto no funciona’, no funciona hasta que funciona. Apocalypse Now y El cazador fueron hits mundiales, y La batalla de Argel, una de mis películas favoritas de todos los tiempos, no estaba destinada a ser un blockbuster y al final lo ha sido. Nunca se sabe, hay que ser modesto y procurar hacer las películas con su principio, nudo y desenlace, y que estas sean lo más visibles que podamos.
En este rastreo que ha hecho sobre el pasado, ¿qué es lo que más le ha llamado la atención?
Empezamos con el asesinato de Gregorio Ordóñez y en los documentos se va viendo que, al principio, va muy poca gente a los actos. Las manifestaciones por Miguel Ángel Blanco en Madrid y Bilbao fueron multitudinarias, todo el mundo estaba allí. Lentamente, la gente va perdiendo el miedo y toma las calles en defensa de la vida y para homenajear a todas las víctimas asesinadas por ETA.
Hay varias películas sobre terroristas en las que estos aparecen rodeados de un halo romántico.
Yo eso no lo haría, pero tanto en el cine como en la literatura hay libertad absoluta para contar lo que se te ocurra. Cuando matas a una persona a sangre fría y con una pistola en la nuca… nunca hay romanticismo, es otra cosa.
Cuando una película se inspira en hechos reales, ¿hay fronteras morales?
Cuando empezamos a diseñar la película, uno de los mayores problemas que tenía era si rodábamos o no los atentados. Y ahí fue cuando surgió la idea de los documentos. Todavía está todo muy cercano. Hicimos unos pases especiales para todos los familiares de las víctimas de los asesinatos que muestra la película y fue muy duro. En ese momento percibí que habíamos acertado en la propuesta de los documentos porque si lo hubiera hecho yo… Se muestra lo que pasó, así que nadie te puede decir que has cargado tintas. No tengo ningún problema en mostrar la violencia en mis películas, pero la ficticia.
Muchas personas no quieren mirar atrás porque creen que el pasado es pasado.
El pasado no va a cambiar el presente, pero es necesario conocerlo. Cometieron más de 850 asesinatos, es bueno saber lo que pasó y pensar sobre ello. España es un país muy peleado con su pasado, con muchas cosas que no deberían haber ocurrido. Todos los países tienen un pecado original y el nuestro es la guerra civil, el de los americanos la esclavitud, el de los alemanes el holocausto… La única forma de tirar para delante es llegar a ciertos consensos en lo que ha ocurrido.
¿Qué tiene más que decir el cine sobre ETA?
Muchas cosas. La ETA que mostró Imanol Uribe no es la ETA de Un fantasma en la batalla. Falta una película desde dentro de ETA. He estudiado el mecanismo de decisión de los asesinatos por parte de los etarras, lo que daría para una película dura porque estos asuntos son muy difíciles de ver. Los temas históricos cuestan mucho, hay que tener mucha precisión, no puedes meter la pata y menos en temas tan complicados como este, lo que te hace estar siempre un poco asustado porque no hay licencias.
La infiltrada, dirigida por Arantxa Echevarría, consiguió el Goya a la Mejor Película (ex aequo) y a la Mejor Actriz Protagonista (Carolina Yuste); fue la segunda película española más taquillera del 2024, y uno de los mayores thrillers de los últimos tiempos.
Con los años, la egolatría te la vas quitando. Cuantas más películas sean parecidas a las tuyas y sean buenas, mejor. Ellos han hecho su película, que está muy bien, han triunfado y me alegro mucho. Ahora me toca a mí. Espero que a nosotros también nos vaya tan bien, no en taquilla, pero si como fenómeno, que la gente la vea y hable de ella.
“He llegado hasta donde he podido”
Vuelve a Zinemaldia 30 años después de conseguir la Concha de Plata para Victoria Abril y el Premio Especial del Jurado con su ópera prima, Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto.
Me hace mucha ilusión porque allí empezó mi carrera. Yo hago cine gracias a Victoria y al Festival de San Sebastián, donde la película explotó. Estoy deseando saber cómo se recibe. Las películas, hasta que no pasan diez años desde que las has hecho, no se sabe si son buenas, malas o regulares.
¿Qué le resulta más fácil cuando crea?
Escribir. Un guion lo puedes tirar a la basura y no pasa nada. Cuando estás rodando con un equipo muy grande con diferentes sensibilidades a las tuyas, no puedes equivocarte. Dirigir es muy estresante. Cuando terminas una película no estás muy convencido de qué película has hecho, lo vas viendo después y te vas alterando porque te faltan cosas o te vas emocionando porque te ha salido todo bien.
¿De qué se siente más orgulloso de su carrera?
De haber llegado hasta aquí, con sus luces y sombras. Como decía Paco Camino y dice también la protagonista de la película, ‘he llegado hasta donde he podido’. El cine es una actividad tan variable que estar haciendo películas con mi edad es un lujo. El cine me ha permitido conocer a gente estupenda, pasarlo muy bien y tener un trabajo en el que me he sentido muy cómodo y en el que puedo seguir.
Hablando del futuro, ¿su siguiente proyecto será Madrid Sur?
No, se me ha pasado el arroz. Es una película muy muy cara, gigante. La siguiente que quiero hacer también es grande. Ahora tengo que tener mucho cuidado en lo que hago, no puedo estar pensando en siete proyectos.
Un fantasma en la batalla es una producción de Belén Atienza, Sandra Hermida y J.A. Bayona para Netflix, plataforma que la proyectará el 17 de octubre tras estrenarla en cines españoles el día 3 de ese mismo mes.