Aro Berria surgió al preguntar a mis padres por la comunidad en la que vivieron poco antes de que yo naciera. Inspirándome en su recorrido, la película sigue a un grupo de jóvenes militantes que, tras el fin del franquismo, dejan atrás la lucha obrera y se adentran en una comunidad aislada en las montañas. Allí, junto a decenas de personas, emprenden una búsqueda interior marcada por experiencias catárticas compartidas.
Tenía un año cuando cayó el muro de Berlín. Crecí entre relatos fragmentados de los años ochenta. En mi imaginario, esa década en Euskal Herria estaba protagonizada por el esqueleto de una industria desmantelada y la lucha armada, como un eco distorsionado de las movilizaciones obreras de los setenta. La creación de esta película me ha permitido revisar críticamente ese imaginario heredado.
La perspectiva de Aro Berria se desvía de los temas más recurrentes en los relatos sobre el contexto vasco de la época —como la lucha armada o la identidad nacional— para centrarse en la autonomía del movimiento obrero guipuzcoano y en los proyectos de vida comunitaria que surgieron al calor de las revueltas sociales de los 70. Explora los anhelos y contradicciones de quienes se vieron atraídos por la vida en comunidad en un momento de profunda transformación social y política.
La película se estructura en dos partes: una asamblea de trabajadores en una fábrica guipuzcoana en 1978, justo antes de la firma del Convenio del Metal, y las prácticas de una comuna que se instaló pocos años después en un antiguo convento. Esta comunidad, llamada Arco Iris, se popularizó en los 8ochentapor sus cursos de orientación New Age, que atrajeron a miles de personas.
Estas dos situaciones históricas permiten ahondar en las tensiones propias de una época de transición, marcada por el desencanto político y la búsqueda de nuevas formas de vida y organización social. También apuntan a una voluntad de transformación subjetiva y a una necesidad de catarsis vinculada al cuestionamiento de los mandatos tradicionales.
Desde el punto de vista metodológico, la película se construyó a partir del trabajo con material documental y archivo de la época —actas, publicaciones autoeditadas, testimonios, archivos audiovisuales— que fueron compartidos con el equipo. El elenco participó activamente en el proceso creativo a través de puestas en situación inmersivas. Las escenas grupales se desarrollaron a partir de ensayos previos, y algunos diálogos surgieron durante el propio rodaje. Además, un grupo de intérpretes participó en una serie de cursos inspirados en los que se hacían en la comunidad original y registramos este proceso en clave documental.
El guion funcionó como estructura inicial, pero fue transformándose a lo largo del proceso, tanto por la aportación colectiva como por las contingencias derivadas de su propia materialización. De esta forma, además de recrear los hechos, pretendo acercarme de forma sensible y reflexiva a las situaciones representadas. Y así, proporcionar un espacio de reflexión compartido con el equipo para encarnar una vivencia emocional de los conflictos y deseos de sus protagonistas originales.
Encontré la clave para abordar la película al comprender la relación entre las movilizaciones de los 70, la fractura del horizonte utópico y el auge de las experiencias de vida en comunidad. Esta perspectiva me ha permitido valorar profundamente aquella experiencia colectiva, con sus anhelos y frustraciones, y entender mejor la genealogía de debates que aún resuenan en nuestra sociedad.