La vida es cíclica. Por eso siempre tenemos la necesidad de regresar a Ítaca. Volver a ese hogar donde una vez fuiste feliz, donde te sientes a salvo, donde sabes que siempre serás bienvenido. Donde tu madre te espera con la merienda preparada y los brazos abiertos. Y eso es el cine para mí. El cine que me importa, me refiero. El cine que me hizo amar el cine. El cine que me hizo querer hacer cine. Volver a la infancia. Al primer amor. A tus primeros pasos. Tu primer desengaño… El eterno retorno. En esta película hay mucho de ese cine. Ford, Hawks, Tarkowsky, Lean, Pekimpah, Fuller… Son tantos los directores y tantas las películas que estuvieron allí, al principio, cuando aún no sabía que el cine sería tan importante en mi vida. La tregua rinde homenaje a todos ellos, a todas esas películas fundacionales que me hicieron ser director de cine. Esas películas que, cuando vuelvo a verlas, lo llamo volver a Ítaca, volver al hogar. Porque en esas películas vuelvo a ser un niño que se sorprende con cada fotograma y vuelvo a ser feliz. Es mi carta de amor al cine que amo.
La tregua surgió desde el principio como una necesidad imperiosa de tener que hacerla. Cuando el productor César Benítez me contó la historia de republicanos que terminaron en los gulags soviéticos junto a soldados nacionales que fueron a luchar con Hitler en la división azul, supe que necesitaba contar esta historia.
Desgraciadamente, esta historia siempre estará vigente, pero, más desgraciadamente aún, es ahora más vigente que nunca. El odio ideológico nos ha llevado a alejarnos de nuestros principios como seres humanos. Podemos llegar a justificar barbaridades que moralmente nunca justificaríamos, tan solo porque nuestra ideología así nos lo exige. Esta película habla sobre la pérdida de humanidad y la recuperación de la misma. “No hay hombre más libre que aquel que estuvo preso”, porque para poder levantarte primero tienes que haber caído. Una película que nos habla sobre quiénes somos y quienes queremos ser.
Desde el principio tenía claro que esta era una película humanista, por lo que tenía que anteponer las historias y las emociones a la trama. Con el sentido de la aventura de Sturges y el humanismo de Kurosawa o Renoir.
Hemos tenido mucha suerte con el casting. Las historias están todas contadas, lo que cambia son las personas/personajes a quienes les pasa; y aquí tenemos personas, vaya si las tenemos. Cada actor ha realizado un trabajo maravilloso no solo de composición sino de humanidad. Esto era muy importante, ya que al haber dos bandos divididos –nacionales y republicanos– corríamos el riesgo de que el público tomara partido según sus ideales. Mi idea era lograr que no pudieran hacerlo, que terminasen comprendiendo a cada ser humano de la película independientemente de sus ideales, al igual que hacen los personajes. Tras la tregua ideológica, empiezan a mirarse no como enemigos sino como personas, y empiezan a darse cuenta de lo mucho que tienen en común. Porque, seamos sinceros, ¿cuántas cenas de navidad se habrían salvado si los familiares hubieran aparcado sus ideologías antes de sentarse a la mesa?
No voy a seguir hablando de la película, prefiero expresarme a través de los fotogramas, que sea ella la que hable. Lo que sí quiero expresar es la alegría de poder estrenarla en el festival de San Sebastián. No hace falta decir la importancia y repercusión de este festival, eso se lo ha ganado el festival por sí solo a lo largo de las décadas. Pero si voy a recordar aquí y ahora a ese adolescente que se fue a estudiar a Madrid y que, antes de empezar a hacer películas, pudo escaparse un par de veces a ese festival. En ese Kursaal que tanto queremos porque tanto nos ha dado. La película se rodó en el País Vasco, lo que me permitió escaparme un par de veces a San Sebastián y soñar con estrenar allí. Ese primer festival serio al que fui siendo un chaval.
No tengo ni idea cómo funcionará la película o qué sentirá el espectador al verla, pero sí sé lo que sentiré yo al proyectarla aquí. Porque, de alguna forma, el festival de San Sebastián es también volver a Ítaca. Como ya dije, la vida es cíclica. Y yo quiero volver a ese hogar donde siempre fui feliz.