El curioso impenitente
El figurinismo solemos ligarlo a la actividad teatral desde la época de los griegos, pero lo cierto es que allí donde alguien se vista de una manera especial para llevar a cabo una representación frente a un público surge el figurinista. Inevitable es pensar en tantas ceremonias, fundamentalmente religiosas, en las que la ropa que lleven los actuantes ofrece información, a veces muy detallada, sobre lo que allí está pasando.
A partir del Renacimiento tanto los vestidos como las máscaras cobran especial importancia en las representaciones escénicas, entendiendo estas no sólo como actividades teatrales, sino como eventos sociales protagonizados por los diferentes poderes, llegando al punto de que en el siglo XVIII la nobleza monárquica, eclesiástica, militar, etc competía con sus ropajes con elementos decorativos especialmente singulares.
El figurinismo va recayendo cada vez más en figuras importantes del mundo de la pintura, tímidamente en el siglo XIX y de manera rotunda en el siglo XX, en el que encontramos en España nombres como Picasso, Dalí, Barradas, Gris, María Rosa Bendala, Fontanals, Álvaro Retana, Vitín Cortezo, Nieva, Narros, Viudes, Burgos, Elisa Ruiz, Pepe Zamora, Maruja Mallo, Rosa García Andujar, Sonia Grande, Paco Delgado, Felipe de Lima, Isidre Prunes, Gabriela Salaberri, Fabià Puigserver, Montse Amenós, Mampaso y muchos otros que, en muchas ocasiones se mueven entre la pintura, el dibujo y el trabajo de vestuaristas.
En esas coordenadas encontramos brillando con luz propia al figurinista Pedro Moreno, quien ha transitado por el mundo de la alta costura, el dibujo, la escenografía, la pintura y, sobre todo, la creación de personajes de los que se puede extraer información valiosa y certera con sólo observar cómo los ha vestido Moreno.
Sus creaciones se han movido tanto en el teatro, como en la danza, el cine, la ópera, la zarzuela… Trabajos por los que se le ha definido como poeta del estilismo y se le ha situado entre los más grandes figurinistas españoles del siglo XX.
Hombre especialmente comprometido con el tiempo que le ha tocado vivir, ha sabido como pocos unir vanguardia, genialidad, investigación, expresionismo, talento, y con un método que aúna toda su actividad: trabajar, trabajar y trabajar. Y para ello “se guarrea las manos”, como él dice, y explora colores, texturas, volúmenes como sólo el más minucioso artesano pudiera hacer. Este joven octogenario sólo entiende su trabajo si en él hay pasión y algo nuevo que descubrir. Quizá es por ello que de un tiempo a esta parte ha puesto en barbecho al figurinista que lleva dentro y su taller cada vez se llena más de grandes pinturas, dibujos inquietantes, libros que cuentan su mundo interior y una suerte de piedras pequeñas con las que ha encontrado la forma de dar una nueva vida a esos personajes que no se cansa de observar en el mundo del arte, en sus compulsivas lecturas de lo mejor de la literatura universal, en sus largos paseos por el Madrid de los Austrias, por el Madrid que desde su juventud le tiene abducido.
Su labor ha sido multipremiada con dos Goyas, máximo galardón que otorga la Academia de Cine, varios Premios Max, el Premio Adrià Gual de Figurinismo, el Premio Lorenzo Luzuriaga, el Premio Nacional de Teatro y la Medalla de Oro de la Academia de las Artes Escénicas de España, entre otras distinciones.
Rosana Torres