El cine siempre tiene un sentido de búsqueda para José Luis Guerin, una de las voces más representativas del cine de autor que cuenta con una filmografía en la que conviven documentales, ficciones, cortos e instalaciones de diferentes formatos. Nacido en Barcelon, en 1960, Guerín, que se hizo cineasta en las salas, en los cineclubs y en las filmotecas, vuelve a la primera línea con Historias del buen valle, una coproducción hispanofrancesa entre Los Ilusos Films –Jonás Trueba– y el director que presenta Vallbona, un barrio del extrarradio de la Ciudad Condal aislado por un río, vías férreas y autopistas que vive el tránsito del mundo rural al urbano.
“Hay una colisión de arquitecturas distintas porque coexisten algunas de las casitas que construyeron los primeros migrantes con los nuevos bloques, lo que es la ciudad dormitorio, donde las personas solo van a dormir, no tienen ningún vínculo con el barrio”, expone el autor, que en este relato sobre los márgenes de Barcelona muestra la diversidad lingüística y de acentos del lugar. “En la película se escuchan 14 idiomas”, subraya este “frecuentador de las periferias” que enseñó al público, “en el que siempre pienso en términos cualitativos, de intensidad, no de cantidad”, la transformación del barrio del Raval de la capital de Cataluña en la que es su obra más conocida, En construcción.
Guerin ha presentado todos sus trabajos en festivales internacionales –estrenó en el Festival de Berlín su primer largometraje, Los motivos de Berta; llevó a Cannes Innisfree y Tren de sombras, concursó en Venecia con En la ciudad de Sylvia y pasó por Locarno y Sevilla con La academia de las musas–. Con Historias del buen valle regresa a la competición oficial de Zinemaldia casi 25 años después de lograr el Premio Especial del Jurado y el Premio FIPRESCI con En construcción.
¿Cómo acabó Vallbona en Historias del buen valle?
El MACBA (Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona) realizó una exposición sobre barrios de Barcelona y me adjudicaron Vallbona, que apenas conocía. Empecé haciendo un trabajo, me fui metiendo y vi que necesitaba desarrollar mi relación con ese lugar y sus vecinos, lo que dio lugar a esta película.
Nunca diferencio entre las películas que proceden directamente de mí y las de encargo porque lo importante es si me implico o no y, como no concibo el trabajo de otra manera, pues me implico en todo lo que hago. Por eso, es un poco irrelevante el tema que me ofrecen, porque sé que tengo que descubrirlo proyectando mi mirada.
¿Qué encontró en esa barriada para filmarla durante tres años?
El mundo entero. Cuando me acerco a una realidad local y pequeñita siempre lo hago con la ilusión de que eso va a ser trascendido. Está muy bien que la televisión sea local, incluso localista. En cambio, el cine siempre tiene una vocación universalista, y esa lectura del mundo a partir de un lugar casi desconocido, pequeño, muy humilde, se me hizo fascinante.
Hace películas con el deseo de asistir a una revelación, de descubrir algo. ¿Qué le ha calado de Historias del buen valle?
He aprendido mucho en esta película, desde comprender mejor la gestación de una ciudad a entender el fenómeno urbano de las ferias como espacios que nos dan todos los servicios a los que vivimos en el centro y no reciben nada a cambio. También me ha permitido tener un conocimiento profundo de personas, de vivencias, que no es un aprendizaje didáctico ni docente, sino que es vivencial porque te afecta como persona, También me ha hecho replantearme cosas sobre la identidad y la memoria.
Además, entender más profundamente una periferia te sirve para interpretar las demás. Me interesa mucho la periferia porque los centros urbanos son para turistas, y los comercios son franquicias impersonales. Los centros de las ciudades se parecen a los centros comerciales de los aeropuertos. El placer de la vida cotidiana se encuentra más en las periferias.
El cine de las periferias.
La periferia que retrato se encuentra en el tránsito entre el mundo rural y el urbano. Esas periferias donde aún quedan huertos, los ecos de un mundo antiguo, que está mutando y que va siendo devorado por la nueva ciudad. La periferia tiene muchas limitaciones, una cierta marginalidad, pero también permite formas de vida que han sido completamente radicadas del centro. Es una forma de resistencia. Mi aproximación no es una mirada victimista, sino que observa esas cualidades de singularidad que permite la periferia.
¿Contaba con un planteamiento preestablecido o ha ido sin guion?
Ha sido un proceso de documentación progresiva que se ha ido dando a lo largo del tiempo. Apenas hay literatura sobre este barrio, así que lo esencial me vino de la observación y de los diálogos con la gente que vive allí.
Siempre parto de una perspectiva humanista, para acercarme a ese lugar y entenderlo lo he de hacer a través de la mirada de una serie de vecinos, que son los que van a representar y dar una identidad a ese lugar. Como cineasta, me encontré con un dato problemático porque todos, cuando les preguntaba qué debería mostrar una película sobre su barrio, me dijeron que había llegado tarde. Para ellos, la historia era un poco la épica de los primeros pioneros, emigrantes sobre todo del sur de España, que construyeron sus casitas por la noche, en la clandestinidad. El espíritu de colaboración entre ellos, esa vida casi de pueblo que llevaban y todas las luchas vecinales para conseguir las cosas más básicas de las que disfruta la ciudad desde siempre. Esos servicios que damos por descontados en el centro como la luz, el agua o las alcantarillas, que en el caso de las periferias es consecuencia de una lucha intensísima y mantenida en el tiempo. Esa historia, que no se cuenta pero que se entiende implícitamente, es muy parecida en todas las periferias de España. Pero yo estoy muy interesado en el presente, incluso en el futuro, por lo que el reto era buscar qué es lo que está pasando en un presente en el que los vecinos dicen que ya no pasa nada.
¿Le resultó fácil encontrar historias, personajes y exponerlos?
Lo fascinante es cómo se colisionan unas con otras, la yuxtaposición de miradas es lo que te lleva a filmar de una determinada manera un paisaje. En mis primeros encuentros con el barrio pensaba: esto no se puede ni encuadrar. Pero vas entendiendo el lugar y te ves capaz de hacer encuadres a una familia de India cultivando sus plantas junto a las vías del tren o a un payés catalán de toda la vida que persiste con su huerto. Ese conocimiento es lo que te da la clave para encuadrar, organizar las secuencias y plasmar la diversidad de imaginarios que pueblan ese lugar.
El barrio es un recipiente de estos imaginarios que están creando una nueva identidad. El imaginario original del barrio ahora se está reformulando con toda la migración del siglo XXI. La identidad, en contra de lo que piensan algunos nacionalistas, se construye cada día, es algo en movimiento, se está creando. Lo fascinante es que estaba filmando un barrio con una identidad amorfa todavía, pero que está perfilando su identidad, la identidad de los nuevos tiempos.
¿Qué historia de las que cuenta le ha sorprendido más?
La de una abuela portuguesa que descubre a su nieta los misterios del campo en esos arrabales. Ahí reconocí historias personales mías, de mi infancia. Te acercas a una realidad que, en principio, es extraña, a un barrio que no conocía, y sin embargo puedes encontrar los ecos de tus historias más íntimas.
En este barrio barcelonés hay un importante porcentaje de población migrante. En 2001, cuando logró el Goya al Mejor Documental por En construcción, el premio lo recogió uno de sus protagonistas, que denunció la persecución al pueblo palestino, mensaje que arrancó los aplausos de los asistentes.
Recuerdo que en ese momento le dije a Abdel Aziz que había exagerado un poco, y hoy me como mis palabras porque fue muy preciso. Nunca imaginé el genocidio al que asistimos, no imaginaba que podía llegar a este extremo. Creo que la mayor parte de la población nos sentimos humillados al vernos representados por unas instituciones que no hacen nada al respecto.
El paso del tiempo
Los festivales internacionales han sido una plataforma para sus películas.
Cuando haces una película lo último que piensas es en si va a ir a festivales, si va a agradar a los críticos… Te debes solo a tu trabajo, que es muy intenso.
Me hace mucha ilusión volver al Festival de San Sebastián. Me gusta mucho que la película tenga el mejor escaparate posible como es la sección oficial competitiva. Lo que me molesta es la retórica de la competición que inunda todos los titulares, que son ‘Guerín compite por la Concha’. Yo no compito con nadie, solo quiero mostrar mi trabajo de la mejor manera. Esta sociedad competitiva lo contamina todo, hasta las películas que tienen una vocación tan distinta a la de competir son tratadas como coches de carrera para ver quién llega primero.
En ese camino de abanderar propuestas cinematográficas más radicales en su lenguaje, pero con una emoción muy fácil de conectar, ¿cómo ha conseguido no dejarse influir?
Uno va siguiendo su sendero para no perder su identidad. Cuando empecé a razonar sobre el cine en los setenta todos hablaban sobre su muerte y los directores que sentía más próximos no eran los que hacían grandes taquillas, eran más bien autores que utilizan el cine como un medio de expresión más personal. Ahí desarrollé mi identidad como espectador y me formé. Mi relación con el cine es tanto de espectador como de cineasta.
¿Cómo valora el gran consumo y producción de imágenes en el que estamos inmersos?
Ver una película mía entre ese gran mercado de ofertas de plataformas me provoca una crisis de identidad: ¿qué hago yo perdido aquí?, ¿qué puedo aportar en ese maremágnum de imágenes? Casi todas las imágenes que nos inundan son contingentes, sin que haya detrás un pensamiento, un sentimiento, una elaboración. Una de las cosas que podemos dar desde el cine es tiempo, elaboración. ¿Hay que otorgar sentido a imágenes muy superficiales y muy efímeras que nacen de la irracionalidad absoluta o de algo instintivo o poner imágenes que respondan a una convicción o a un sentimiento?
En Historias del buen valle hay imágenes que he ido haciendo durante tres años. Por el tiempo y la implicación que he puesto en ello, algo necesariamente ha de quedar.
¿Cuál es el valor del cine actual?
El cine sigue siendo muy importante para mí. Voy a la sala de cine, que me gusta mucho, como mínimo una vez por semana. Aunque sé que la mayoría de veces será una experiencia decepcionante, incluso en películas que no me llegan completamente encuentro pequeños valores y focos de interés.
Junto al vínculo con las salas estoy dialogando con el cine del pasado constantemente, raro es el día que no veo una película en mi casa. Mi diálogo es más natural y más fecundo con el cine del pasado porque el paso del tiempo me clarifica, sé mejor cómo mirar las cosas. Pero sigo con mucho interés el cine contemporáneo y, aunque el cine de gran consumo lo ignoro, afortunadamente salen nuevos cineastas que sigo con mucho interés.