El cine español más heterogéneo, en Zabaltegi-Tabakalera

Por Enrique Aparicio · 26 septiembre, 2025

La considerada como sección más abierta del Festival de San Sebastián –concurren cortometrajes y largometrajes de toda índole– vuelve a revelar algunas de las propuestas más arriesgadas de nuestro cine

Zinemaldia vuelve a convocar al cine español más diverso en Zabaltegi-Tabakalera, sección en la que participan películas independientemente de su duración corta o larga, su procedencia o su género. Cortos, largos, documental, ficción, coproducción: en esta 73 edición del Festival de San Sebastián, hay al menos una propuesta de nuestro cine para cada una de las opciones.

Una película de miedo

Un padre y un hijo se hacen cargo de cuidar un hotel clausurado al público durante la temporada baja. Pero no, no hablamos de El resplandor. El nuevo trabajo de Sergio Oskman, Una película de miedo, nació en sus palabras “de un impulso inocente: mi hijo tenía doce años y le empezaban a interesar las películas de miedo. Siendo cineasta, se me ocurrió rodarnos en situaciones que se pudiesen parecer a las de una película de terror. Quería registrar cómo mi hijo exorcizaba sus últimos miedos infantiles”.

Pero el cineasta nacido en São Paulo llegó “tarde. Nada más empezar a rodar en un hotel abandonado en Lisboa, me di cuenta de que nada de lo que había preparado asustaba al niño. Mientras él se divertía jugando a hacer cine, yo me iba dando cuenta, sumido en el pánico, de que el material que iba capturando no llegaría a buen puerto. No se podía hacer una película de miedo que no diese miedo”.

El resultado es una cápsula del tiempo en la que se nos muestra a un niño a punto de dejar de serlo, en la que el cine se empapa de realidad. “El niño de la película había crecido, ya no existía. Tanto él como su padre, a mis ojos, eran ahora fantasmas atrapados en un hotel atrapado en una película”.

Fantasmas que convocaron a otros. “Me puse frenéticamente a abrir cajones”, explica Oskman, “a revisar imágenes guardadas de mi padre, de mis abuelos, a repasar fragmentos de películas que rodé y que nunca pude terminar”. Y ahí, se reveló el verdadero pavor. “Me percaté de cuál era el verdadero miedo: el mío. Y me puse a indagar, en el mismo montaje, si uno está inexorablemente condenado a heredar los fantasmas que han asustado a sus padres”.

Encajar las piezas no resultó fácil. “El proceso de montaje fue larguísimo y repleto de abismos”, reconoce, y para cuando concluyó, la vida real se había ido despegando de la historia. “Un día, mi hijo entró súbitamente en la sala. Lo miré y me percaté asustado de que, aunque solo hubiese transcurrido año y medio, él ya no se parecía en nada al niño que yo veía en pantalla”. Para recordar cómo era, siempre le queda ver de nuevo Una película de miedo.

El último arrebato

Si hay una unidad de medida para calibrar hasta qué punto una película es de culto, en nuestro cine basta con compararla con la pasión que sigue desatando Arrebato, de Iván Zulueta. Envenenados por la sustancia que lleva extendiéndose desde su estreno, que se acerca al medio siglo, Marta Medina y Enrique López Lavigne le dedican el documental El último arrebato a esta película “que no tiene ningún semejante ni en forma ni en estructura. Arrebato es una película isla”.

Los directores describen el largometraje como “un filme misterioso tanto por lo que ocurre dentro de la pantalla como por lo que ocurrió fuera de la pantalla: en Arrebato el cine y la vida no son espacios estancos, sino que en este tipo de películas ambos planos se mezclan y se influyen.  Además es una película premonitoria, porque Zulueta, en su vida, acaba siguiendo los pasos de sus protagonistas y, como ellos, acaba desapareciendo de alguna forma, lo que añade a la película un carácter mágico, casi legendario”.

Los directores se ponen también delante de la cámara para conducir el documental a través de testimonios diversos y descubrimientos emocionantes. “Era la única forma de conectar emocionalmente y no sentirnos unos impostores. En la búsqueda de esta película, nos hemos encontrado con personas muy cercanas a Zulueta que nunca habían hablado en público de él”. ¿Queda algo de Arrebato en el cine español actual? “Es una película mutante que cambia a cada visionado”, explican. “Será siempre una obra influyente porque habla de la adicción a las imágenes, a los cromos y olores de nuestra infancia, al amor y al desamor… a la vida y la muerte”.

Siempre será un misterio cómo hubieran sido las siguientes películas del cineasta donostiarra de haber existido –tras Arrebato se retiró de la vida pública y solo llegó a firmar dos cortos años más tarde–; Medina y Lavigne revelan que “según nos han contado quienes estuvieron cerca de él, acabó bastante tocado en el proceso de Arrebato. No sólo por lo largo y tortuoso que fue, con un montaje de más de ocho meses, sino porque, en cierta manera, se vació totalmente dentro de la película. El problema con la heroína de Zulueta hacía aún más difícil el levantar un proyecto”.

El relativo fracaso de la película en su estreno no ayudó. “Le pasó factura, y decidió refugiarse en su casa familiar de Donosti y alejarse de Madrid, el epicentro del cine. Zulueta siempre tuvo en mente volver a dirigir un largo (en el Festival de Málaga de 2008, un año antes de morir, lo dice en una rueda de prensa), y tuvo varios proyectos en diferentes estados de desarrollo, pero al final nunca llegaron a materializarse”.

Ilusionados con que su documental “empuje al diálogo sobre Arrebato y sobre el cine de Zulueta”, los cineastas creen que “no hay tanta tanta gente que haya visto la película, que hoy tiene un estatus de culto”. Su esperanza: “ojalá empuje a la gente que quiere hacer películas a coger una cámara y salir a rodar”.

Estrany riu

Cuenta el cineasta Jaume Claret Muxart que con su ópera prima quería “homenajear los viajes que hacía con mi familia, recorriendo diferentes ríos. El primero que hicimos fue el Danubio, cuando yo tenía once años”. Se le quedó en la memoria “porque es un río misterioso, que no entiendo, y eso me lleva a querer filmarlo. Así que la elección fue obvia, también por la simbología que tiene. Además es un río silencioso que le da un aire crepuscular”.

La familia de su Estrany riu reproduce ese mismo viaje mientras el mayor de los tres hermanos vive el doloroso paso de la adolescencia a la edad adulta, marcado por el primer desamor. Encontrar al actor para el papel no fue sencillo. “Cuando me planteé el casting hablé con Carla Simón, que me animó a estar muy presente en el mismo. Encontré a Martina Roura, que es actriz pero que organiza muy bien las cosas, y lo hicimos juntos sin director o directora de casting como tal. Estuvimos cuatro meses viendo 850 chicos”, rememora el director.

El elegido fue Jan Monter. “Era el número 600, el último de esa tarde. Estábamos agotados, pero se sentó, nos miró y nos cambió la cara, él siempre lo recuerda”. La decisión fue entonces inmediata: “supimos que era él, por la mirada que tiene, que te atrapa, por el misterio que emana. Además, estaba en esa edad en la que no sabes a veces cómo moverte, cómo expresarte, y me interesaba registrar eso”.

El silencio del río se contagia también al protagonista, que incapaz de verbalizar lo que siente se adentra en un metraje que juega con los límites del a fantasía. “Si hay algo que puedo narrar a través de la imagen y el sonido, no necesito la palabra”, explica Claret Muxart. “A veces la palabra puede ser un miedo, pero también es necesaria para lograr naturalismo, creo que la usaré más en próximos proyectos. En este caso tenía claro que la película llega un momento en que se pierda la palabra, porque los personajes no sabes si se están entendiendo, si hablan el mismo idioma”.

La película, rodada en 16 milímetros –“me gusta la tensión que genera en el rodaje, que los actores sientan algo parecido al teatro, saber que lo tienes que hacer bien sí o sí”–, envuelve de misterio esa tránsito tan vulnerable hacia la madurez por la puerta de un primer amor entre dos chicos, que el espectador tendrá que dilucidar si ha ocurrido o no de verdad.

La buena hermana

Esta coproducción entre Alemania y España también se verá en San Sebastián. Está dirigida por Sarah Miro Fischer (Stuttgart, 1993), que realizó estudios de cine en Bogotá antes de trasladarse a la Academia Alemana de Cine y Televisión de Berlín, y protagonizada por Laura Balzer, Marie Bloching, Jane Chirwa y Proschat Madani. La historia se centra en un personaje femenino, Rose, que tiene un vínculo muy cercano con su querido hermano mayor, Sam. Cuando una mujer acusa a Sam de violación, se le pide a Rose que testifique en una investigación en su contra. Esto pondrá a prueba tanto su relación como su integridad moral.

Variaciones

La cineasta Lur Olaizola Lizarralde participa en la sección con el corto Bariazioak (Variaciones), protagonizado por Edurne Azkarate, Sonia Almarcha, Jon Ander Urresti y Gema Lizarralde. El centro de la historia es un duelo que se cuela por las costuras del protagonista. “Creo que a veces las palabras no son suficientes para transmitir sensaciones o emociones”, explica la directora. “En cambio, el cine tiene la capacidad de hacerlo. Yo quería compartir algo tan universal y, al mismo tiempo, tan personal como es el duelo”.

Ese dolor por la pérdida se asoma en las notas de las ‘Variaciones Goldberg’ de Bach. “Tengo la sensación de que la relación con el arte es algo muy subjetivo y tiene que ver con cómo te posiciones en la vida. En mi caso sí que el arte es fundamental para vivir”. En mitad del cortometraje, aparecerá de alguna forma el fantasma del ser querido: “es otra de las magias del cine. Además del increíble poder de transmitir emociones que ya he mencionado al principio, el cine también permite mostrar fantasmas”.

Estar en el Zinemaldi es “muy importante”, para la cineasta vasca “Es un sueño que el corto se vea en una pantalla grande en una sala llena de gente. Creo que es lo mejor que te puede pasar cuando haces una película. Pero, además, el festival te da una visibilidad que es fundamental para poder seguir adelante con las películas futuras”.

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