Pedro
del Rey

Montador

Pedro del Rey no dudaría en volverse a sentar en una moviola, en volver a señalar las tomas buenas con un lápiz graso, en volver a montar una película. Y básicamente, porque el montaje no es sólo su vida, sino sus gafas, el prisma a través del que mira las cosas. De hecho, confiesa que cuando ve una película, y las devora cada día, no puede evitar pensar en el ritmo, en el montaje, en que a esa secuencia le sobran planos de recurso. Eso se llama sabiduría, y quizá sea la sabiduría más honda, la que se aprende con las manos.

Empezó a amar el cine en una sala, sin sospechar siquiera que algún día se dedicaría a él, sin saber tampoco que existía algo que se llamaba montaje.  Todo empezó por el marido de su hermana, su gran amigo, su mentor, José Antonio Rojo, sobrino a su vez de la montadora María Paredes. ¿Qué es el montaje sino un saber ancestral que pasa de unos a otros? Fue Rojo el que le metió por primera vez en una sala de los estudios CEA a repasar planos. También fue él el que le dijo que aceptase la oferta que le hizo Eduardo Manzanos de convertirse en montador.

Después llegó Carlos Saura y le ofreció montar Los golfos. Él era consciente de que estaba montando una gran película, pero Saura lo era mucho más. Tenían una joya en la moviola, un parteaguas de la historia del cine español. Se acercó a esa generación que abrió los límites del cine español.

Montó las primeras películas de Manuel Summers, con esos ritmos frenéticos y esos picados. Montó La tía Tula, con esos espacios agobiantes. También Nueve cartas a Berta, del gran montador Basilio Martín Patino.

Pero sobre todo él recuerda la experiencia con Don Luis, en el montaje de Viridiana. Fue la única vez que no comenzó a montar solo, y que esperó al director. Don Luis era afable, y sólo le corrigió una toma de unos pies. Don Luis creía que había una toma mejor que la seleccionada. Pedro admite que debería haberse dado cuenta: Don Luis le pidió que estuviese presente en el set de rodaje. También recuerda a Ferreri en el suelo del estudio de doblaje dando instrucciones a los actores. El ritmo lento, agónico pero divertidísimo de El cochecito también se lo debemos a él.

Pedro leía diez veces el guion antes de rodar, y lo releía infinitas veces durante el montaje. Él sabía perfectamente cuál era el ritmo que tenían que tener los diálogos, los personajes, los cambios de planos. Por eso a veces sugería finales diferentes o pedía que se dejase de rodar, que ya había material suficiente. Porque él, además de con los ojos, pensaba con las manos. Y las manos nunca engañan.

Luis E. Parés

Fotogalería de
Pedro
del Rey

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Entrevista
Luis E. Parés
Realización y montaje
Kabiria
Fotografía
Enrique Cidoncha
Centro de Conservación y Restauración (CCR) Filmoteca Española
2024