Kike Maíllo: «En Toro hay una España nueva que tiene que matar a una España antigua»

Por Juan MG Morán · Foto: ©José Haro · 22 abril, 2016

Salta al thriller con una road movie patria, impetuosa y violenta

«Ahora ganamos mundiales y hacemos películas de robots. A este país ya no lo conoce ni la madre que lo parió», una España en las antípodas de la que describió en su discurso de agradecimiento por el Goya Kike Maíllo es la que ha querido retratar en su segunda película, Toro. Al realizador le parece «un encaje perfecto» presentar esta cinta en la jornada inaugural del Festival de Málaga, ciudad en la que se desarrolla parte del metraje y que representa una Costa del Sol simbólica y raída por el filibusterismo y la corrupción de nuestros días. Tras pasar casi tres años acompañando a Eva por el mundo, se tomó su tiempo para ver si decidía seguir apelando a la ciencia ficción o le apetecía tocar otra tecla.

 

Han pasado casi cinco años desde el estreno de su ópera prima…

Para mí todo pasó como antes de ayer. Ahora sacamos un libro en el que explicamos cómo nació esta película, que está construido en forma de dietario y la primera entrada es de septiembre de 2012. Esto habla de lo que cuesta hacer y levantar las películas. Hay que trabajarlas mucho.

¿Cómo llega a esta historia?

Conozco a Fernando Navarro, uno de los guionistas, y como queremos hacer una película juntos empezamos a charlar de cosas que nos gustan. Por el camino nos enamoramos de un personaje muy violento, para el que aún no teníamos definida una trama, en una España tan civilizada como la actual, pero que se coge la justicia por su mano y es capaz de llevar su moral hasta las últimas consecuencias. Ese personaje era Toro. Casi al mismo tiempo conocimos a López Lavigne, que quería producir una película de esas características, un thriller de bajos fondos.

Los bajos fondos de una España podrida, ¿qué país quería retratar?

Quería hablar de una manera parabólica de una segunda transición. En este país hay una España falsamente cristiana que utiliza los usos y formas de la liturgia pero que no es muy piadosa ni cree mucho en la fe, y, por otro lado, hay una España más honesta que se revuelve y no está dispuesta a soportar las corruptelas y las telarañas de la España vieja. En Toro hay una España nueva que tiene que matar a una España antigua. Hay que matar al padre de alguna manera.

En su historia los golpes duelen, la violencia está a flor de piel.

Me da la sensación de que hay que meterse en una sala de cine para vivir cosas, me da en la nariz que el cine ofrece algo distinto. Tenía claro que me interesaba hacer una película de experiencia.

Oralidad y naturalismo

¿En qué momento llegan a esta historia sus actores?

Antes de escribir el guión ya nos acercamos a Mario Casas y Luis Tosar, porque teníamos muy claros los roles que desempeñarían. Por un lado, un héroe romántico muy convulso, y por otro, ese personaje que es casi una serpiente y no puedes saber de qué pie cojea.

Esa santísima trinidad la completa Pepe Sacristán.

Su nombre surge después. El personaje de Romano, antagónico, estaba pensado para un actor que tuviese unos 55 años, pero al no dar con un intérprete lo suficientemente sugerente, decidimos subir la edad del personaje para poder llegar a una generación de actores muy prestigiosos. Con José Sacristán me di cuenta que podía hacer algo increíble con ese papel, trabajando muy desde la voz, en una tesitura menos física de lo que en principio teníamos contemplado. Sustituimos ese físico por un arma bajo el brazo y Romano se convirtió en un malo muy engalanado, capaz de citar a Lorca y hablar de santos al mismo tiempo.

Los métodos interpretativos de los tres, tan diferentes, triangulan a la perfección.

Es importante tener mucho tiempo de ensayos, que los actores se conozcan entre sí, ver cómo hablan unos y otros para que las piezas no se desacoplen. Sobre todo cuando, como dices, esas técnicas son tan diferentes. Había secuencias más dialécticas en las que Sacristán determinaba la sonoridad de la escena, y cuando esa sonoridad se daba había que trabajar menos en el naturalismo de los más jóvenes.

Vuelve a trabajar sobre la arquitectura y el espacio de una forma muy contundente.

Para mí el aspecto formal es importantísimo. En Eva, aún siendo un filme futurista, teníamos una idea de ciudad que apelaba al pasado, y en Toro tenemos la idea contraria, una Costa del Sol un tanto inventada en la que vemos el salvajismo urbanístico y cierta decadencia.

Cómo se fragua la colaboración con el músico Joe Crepúsculo?

Al empezar a montar nos damos cuenta que la música incidental clásica, a la americana, no se está pegando a las imágenes. Necesitábamos un aliado para la plástica de la película, y en paralelo López Lavigne me enseñó dos o tres cortes musicales que hizo Joe Crepúsculo para una película que nunca se llegó a rodar.

Parece que le convenció.

Él tiene su carrera como súper artista indie pero siempre ha tenido cierta sensibilidad para crear música para el audiovisual y cuando yo escucho esos cortes me encantan. Le encargamos entonces dos piezas referenciales que le sugiriera Toro tras su visionado. Llegamos a flipar, porque en ellas recogía esa grandilocuencia y épica del spaguetti western italiano y, al mismo tiempo, unas melodías muy sesentas que se pegaban mucho a las escenas.

Aunque ha trabajado en la gestación de sus dos películas, vuelve a no firmar el guión. ¿Bocetea sus propias historias?

Estoy trabajando en alguna que coquetea con la ciencia ficción. A pesar de eso, me gusta la sensación de participar de una manera muy directa en el guión pero no tener que firmar los libretos. Eso me da una libertad y es un acto de justicia: no creo que los directores que no se sientan delante del ordenador deban firmar los guiones.

En su próxima película, ¿con qué nos sorprenderá?

Voy a intentar seguir dos líneas, una más internacional en la que aspiraremos a ser más ambiciosos en la construcción de tramas relacionada con lo fantástico, y luego seguir apelando a una trama más hispana. Seguramente más femenina, por cambiar.

 

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