Dani de la Torre aún recuerda a ese profesor de instituto que les ponía películas de Charles Chaplin y Buster Keaton después de clase, por ello no puede evitar preocuparse por los que ahora llenan los colegios: los espectadores y directores del futuro. “Esa magia que tiene el cine, que te atrapa desde niño, tenemos que aprovecharla. Con el cine se pueden explicar muchas cosas y se pueden solucionar muchas cosas”, defiende este director “mainstream”, que está inmerso en su segunda película, La sombra de la ley, que estrenará el próximo año. En ella repite con Luis Tosar y Atresmedia, fórmula que le llevó a lograr ocho nominaciones en la 30 edición de los Premios Goya con su ópera prima. Recién incorporado a la Academia, el realizador sueña con una industria española grande desde el lado en el que se siente más cómodo, “el de los guionistas y los técnicos. Me abruman las alfombras rojas”.
¿De niño soñaba con ser director?
Siempre me gustó el cine, desde pequeño. La primera película que vi en salas fue E.T. y me quedé impactado. De alguna manera me atrajo que pudieras emocionar así al público. Cuando era adolescente, mi madre me compró una videocámara y hacía cortos con mis amigos y mi familia, y me empezó a obsesionar todo este mundo. Luego estudié Imagen y empecé a trabajar en la televisión autonómica de Galicia. Y paralelamente hacía mis primeros cortos profesionales, luego una miniserie para televisión… y una cosa llevó a la otra.
Y llegó El desconocido.
Y ahí descubres un poco que tienes tu lugar, que tus historias interesan a la gente y lograr eso es súper potente. Poder conectar con el público y, de alguna manera, con tu visión, contar una historia es algo mágico, y eso solo te lo puede dar el cine.
¿Hasta qué punto son importantes los espectadores a la hora de plantear sus historias?
El tipo de películas que hago yo es un poco ‘para todos los públicos’ y de entretenimiento, pero buscando más capas y contar algo que interese. Si a mí me interesa como espectador, me pongo del otro lado y digo ‘me encantaría contar esta historia desde mi punto de vista’. Yo pienso primero como espectador y luego como director.
A veces el tema está en la propia realidad.
Pasó con El desconocido, que el tema surgió de las preferentes. La sociedad estaba clamando venganza y justicia y eso fue el germen. Además, tú tienes que pensar en dos años vista como mínimo. La historia te puede gustar, pero igual cuando se estrene el tema ha pasado o han sacado dos cintas iguales y una serie. Es un poco la injusticia que tiene a veces la historia con algunas películas, que se estrenan desencajadas en el tiempo.
¿Somos conscientes del buen cine de género que se hace en España?
Lo que nos gusta a todos es ver una buena historia, independientemente del género. Ahora estamos en una etapa maravillosa, porque estamos haciendo todo tipo de géneros sin complejos. El grandísimo nivel técnico en España nos arropa y nos permite soñar que podemos hacer thrillers potentes, comedias arriesgadas o películas de superhéroes. El cine español ha crecido mucho como industria, no solo a nivel creadores, que siempre hemos tenido muy buenos directores.
¿Por qué el thriller conecta tanto con el espectador?
De alguna manera juega con la tensión, con lo sorprendente, con lo novedoso, con esa parte oscura que todos llevamos dentro, que a lo mejor no queremos reconocer, pero sí queremos ver. Y eso lo estamos viviendo también en el boom de series como Mindhunter o The Killing.
El cine para sentirse vivo
El año pasado ganó el Goya a Mejor Película una cinta que Raúl Arévalo tardó ocho años en levantar. Este año también destaca la gran cantidad de óperas primas que han irrumpido en los premios. ¿Tiene la sensación de que cuesta llegar?
Creo que es más fácil hacer una primera película que hace 20 años. A mí levantar El desconocido me llevó cuatro años, entre que encuentras un proyecto adecuado y empiezas a intentar financiarlo. En el caso de los directores noveles de este año, ves las cintas y son espectaculares, no parecen para nada primeras películas. A lo mejor es más difícil para un director novel levantar la segunda. Pero la financiación es un tema que no solo afecta a los directores noveles. Es un tema de los productores, del estilo de cine que quieres hacer, las ayudas, el tipo de historias que se financian, las televisiones… Yo me quedo con que hay un grandísimo nivel de creación y eso es lo que importa, por encima de que sean primeras, segundas o terceras películas. Es lo más grande que se puede aportar a una sociedad y a la cultura de un país.
¿Qué batallas quedan por librar?
Una de las asignaturas pendientes que nos quedan es buscar un nicho para el cine independiente y hacerlo de alguna manera accesible y que la gente lo conozca, porque se pierden grandísimas historias por falta de promoción o por falta de ventanas de exhibición. Me sigue faltando un circuito de distribución de cine independiente. A mí, como director mainstream, el cine independiente y de autor también me inspira y me motiva. Es donde realmente ves el riesgo y el talento y el que cambia las cosas. Los dos unidos son poderosísimos.
Acaba de incorporarse a la Academia. ¿Qué cree que debería visibilizar la institución?
Es fundamental que haya una sinergia entre el mundo de la educación y de la cultura. Que la formación vaya unida a la historia del cine. En mi caso, el cine me ha ayudado muchísimo, ya no solo como espectador, sino como persona, y me ha hecho pensar, llorar, sentir, de alguna manera sentirme vivo, y ver pensamientos diferentes al tuyo, que te hacen cuestionarte cosas.
La Academia podría luchar como colectivo para lograr esa conexión con la sociedad, mostrar que somos personas normales, que trabajamos para la industria y que tenemos los mismos problemas que el resto. No somos la gente de la alfombra roja. Por eso creo que lo fundamental no es debatirlo aquí en la Academia, sino en las escuelas.