Cualquier pretexto es bueno para evocar a Rafael Azcona, cuyo nombre en el cine siempre se menciona con veneración hacia su persona y admiración hacia su obra. La excusa de la Academia de Cine fueron los diez años sin el creador de tantas películas importantes del cine español, al que el miércoles por la tarde algunos de los muchos amigos que tuvieron el privilegio de compartir cosas con él hicieron memoria para, a partir de anécdotas, momentos, vivencias, sobremesas y conversaciones, recordarle.
El guionista riojano se hubiera sonrojado antes las palabras que le dedicaron sus buenos amigos Fernando y David Trueba, José Luis Cuerda, José Luis García Sánchez, Carlos Saura, Antonio Giménez Rico, Pedro Olea, Manuel Vicent, Bernardo Sánchez Salas y Juan Estelrich.
“Un acto como este no lo hubiera tolerado”. Las palabras que pronunció el escritor Manuel Vicent definen a la perfección la discreta personalidad del guionista de El pisito, El cochecito, Plácido, El verdugo, La escopeta nacional o Belle Epoque. A Azcona le gustaba ser el hombre invisible, pero en el acto que acogió la sala de proyecciones de la Academia, que colgó el cartel de aforo completo, estuvo en primer plano.
Una peana de libros, deuvedés y latas de películas de cine con el cartel de Plácido, la película que se proyectó tras el turno de palabras de sus amigos, adornó el escenario al que subió José Luis Cuerda, que trabajó con Azcona en El bosque animado, La lengua de las mariposas y Los girasoles ciegos. Se emocionó al hablar de Azcona, que le había regalado la corbata que llevaba. “Decía que los guionistas eran como las putas, que trabajaban para satisfacer al cliente. Pero él redactaba un primer borrador, lo daba a los productores, les escuchaba y después escribía una segunda versión, que daba por buena. Me apuesto la vida que así no trabajan las putas”, dijo el director manchego.
También desde el escenario, el cineasta Juan Estelrich contó que conoció a Rafael “por mi padre, eran amigos desde que hicieron el mediometraje Se vende un tranvía en 1959”, y descubrió que Azcona era “muy madridista”; que decía cosas como “si hay que sacarse el carné para conducir como es que no se saca otro para casarse que es mucho más peligroso”; y que era “un cuentacuentos, en tiempo y forma precisas”.
“Recuerdo a Rafael en agosto, alejarse hacia la tapia del cementerio y llorar porque el féretro de su amigo era demasiado grande y lo sepultureros se pusieron a picar el hoyo y a darle golpes al ataúd para que entrara en la fosa. Era una escena que parecía que la hubiera escrito él”, relató el autor de Pintadas.
Poemas, literatura y comedias con García Sánchez
Fernando Trueba –escribieron juntos El año de las luces, Belle Epoque y La niña de tus ojos– leyó cuatro poemas de Azcona y un mail, el primero fue Evidencia. “No hay cojones, nos moriremos sin saber el nombre exacto de las cosas”. Y José Luis García Sánchez reivindicó que estuviera en los libros de texto. “Para mí es uno de los literatos dramáticos más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Es un literato de categoría sólo comparable con Valle-Inclán y Cervantes“.
«Era una persona muy profunda y muy sentida. Nunca quería escribir un guión si no le contabas lo que querías hacer. Decía ‘si esto me gusta, lo trato. Le gustaba mucho lo que pasaba en la calle”, subrayó Carlos Saura.
Con Pedro Olea, Azcona hablaba “del telediario, de lo que pasaba por delante en cafés cercanos a su casa. Después se encerraba y a la semana volvía con un tratamiento del guión”.
Autor de los guiones de sus películas Pim, pam, pum…fuego y Un hombre llamado Flor de Otoño, Olea intentótrabajar con él mucho después. “Rafa voy a hacer unas cosas de brujas y me decía ‘yo de brujas no se nada’; Rafa voy a hacer una de piratas y me decía ‘de piratas no sé nada’, y un día me dijo: ‘a a mí a estas alturas solo me gusta hacer comedias con García Sánchez’”, relató.
Antonio Giménez Rico, por su parte, reprodujo una frase de Billy Wilder -‘de cada 500 buenos guionistas solo 5 saben construir un guión’-. ”Uno de ellos es Rafael Azcona”.
Cuando Manuel Vicent llegó a Madrid su obsesión era conocerlo, “porque era mi ídolo. Y en el Café Gijón me dijeron que frecuentaba el Café Comercial. Le pregunté a un camarero ‘¿oiga aquí viene el famoso Rafael Azcona? Y me dijo ‘sí es ese señor debajo de la servilleta’. Estaba dormido en mitad del café. Vestía jersey verde de grano grueso, pantalón de pana y zapatos rudos de andar por barro. Esperé a que despertara, pero me tuve que ir antes”, rememoró.
‘La vida, ¡qué esplendor!’
Unidos por la literatura, el cine, el humor y el periodismo, el escritor compartió con Azcona muchas sobremesas. “Una vez que en plena fiebre veraniega con todo el mundo viajando a la playa le pregunté ¿no te vas? Me respondió: ‘yo ya salí, yo soy de Logroño”.
Y de Logroño, la ciudad de los dos, llegó Bernardo Sánchez Salas, un estudioso de su obra. «Él pensaba que la vida merecía la pena si podía levantarse y ver que podía desayunar un tomate con anchoa. Podía creer en la especie humana si al poner el canal internacional había muchos soles en la previsión meteorológica de todo el mundo. Decía que había muchas razones para creer en la vida. ‘La vida, qué esplendor’, mientras Rafael estaba en esa mesa querías ser el último en dejarla, él se levantaba el primero para pagar, para invitar, como tantas veces”, evocó.
Por la primera comida del día merece la pena vivir
David Trueba se alegra de haber acudido “a la universidad de Rafael Azcona que no expende títulos, pero en la que uno aprende mucho”. Tras destacar la agudeza de Azcona, el director y guionista recordó el entierro de Julio Alejandro, guionista de Luis Buñuel. “Se querían esparcir sus cenizas y sembrar una encina. Pero nadie pensó que había que cavar un hueco. Todo era muy solemne y en algún momento alguien preguntó ¿alguien tiene una pala? Una monja, que era familiar del muerto, dijo que tenía algo que podría servir, abrió su bolso y sacó una navaja enorme y preguntó ¿esto sirve? Rafael me dijo: ‘Mira, éso es lo que el cine español no es capaz de retratar’. ¿Y sabes por qué tiene esa monja esa navaja? ‘No’, le contesté, y él me dijo: ‘¡Por las violaciones!’”.
El menor de los Trueba, que le dedicó el documental Rafael Azcona, oficio de guionista, termino su participación con una jocosa salida del guionista. “Un día vino y me dijo ‘tú tienes que saber cuál es el sentido de la vida. Es la gran pregunta. Yo lo he encontrado: es desayunar”.
Mariano Barroso, presidente en funciones de la Academia de Cine, dio las gracias a los intervinientes e invitados, especialmente a Susan Youldelman, la viuda de Azcona, por compartir el homenaje “al guionista brillante y al amigo humilde”. Un acto que condujo el director general de la institución, Joan Álvarez -”si Rafael hubiera nacido en otro país las autoridades le habrían hecho numerosos homenajes y puesto su nombre a unas cuantas plazas, calles o colegios”- en el que se leyeron textos de Juan Cruz y Tina Sainz ‘en recuerdo a Azcona’.
Y con la imagen del Goya de Honor que Rafael Azcona no recogió en 1998 por su patológica timidez, Barroso clausuró la primera parte del acto, que continuó con la proyección de Plácido, de Luis G. Berlanga. El presidente en funciones de la Academia expresó su deseo de que este homenaje fuera el primero de los muchos que realice la institución. «Hay grandes personalidades de nuestro cine que reconocer, muchos de ellos están hoy aquí. Voy a proponer a la Junta Directiva una línea de homenajes, pero no solo en recuerdo, sino a profesionales vivos. El primero de ellos destinado a Carlos Saura», manifestó.