Es pura energía. Campechano, jovial y con los pies en el suelo, Sergi López se pellizca por la suerte que tiene. Con vocación “de hacer el payaso”, de imaginar que es otro, que habla de otra manera y toma decisiones porque se lo exige el guion, este hombretón de Vilanova i la Geltrú, donde nació y vive, tiene un historial con el que cualquier actor soñaría. “Entre los franceses, los belgas, los ingleses y los españoles me sale trabajo, y tengo varias producciones inéditas. He competido varias veces en Cannes y en Venecia y he participado en cerca de 90 películas de directores únicos. Soy el más afortunado del pueblo”, reconoce, desde la humildad, este catalán que sigue a rajatabla el consejo que le dio Carmen Maura cuando empezaba en el cine: llega a tu hora y con el texto aprendido.
Aunque triunfó antes en Francia que en España, que le descubrió en Western uno de los primeros trabajos que hizo con Manuel Poirier–, no hace reproches al cine nacional, en el que cada vez está más presente. “Como estoy fuera de los circuitos habituales (ni en Madrid, ni en Barcelona ni en París), cuesta situarme en un lugar. No he formado parte del imaginario colectivo de la industria española, donde ahora se acuerdan más de mí”, subraya el que es uno de nuestros intérpretes más prolíficos en el ámbito europeo. Sin lamentos, López se ha puesto frente a la cámara para Terry Gilliam (El hombre que mató a Don Quijote), François Ozon (Ricky y Potiche, mujeres al poder), Guillermo del Toro (El laberinto del fauno), Stephen Frears (Negocios ocultos), Isabel Coixet (Mapa de los sonidos de Tokio), León de Aranoa (Un día perfecto), Daniel Monzón (El niño), Agustí Villaronga (Pan negro) y Marc Recha (Un día perfecto para volar), entre otros. Ahora, Sergi López también está en boca de Woody Allen e Iciar Bollain.
¿Qué enseñanzas prácticas ha sacado de acercarse a formas de trabajar diferentes?
Lo bonito de este trabajo es que no hay reglas, siempre es un riesgo. Partir de un guion que esté muy bien es importante, pero luego te vas con un equipo a rodar a un lugar y, como en una historia de amor, todo el mundo quiere que vaya bien y pone de su parte, pero entran muchas cosas en juego y eso es lo maravilloso. Hay que formar una familia, tiene que haber corazón y ganas de compartir con los demás. Y cuando el milagro ocurre, cuando la película gusta, se presenta en un festival y gana premios o alguien escribe que le ha emocionado porque el director o el productor ha tenido el talento para crear un grupo que sea capaz de generar cosas bonitas, es increíble.
Es uno de los actores más solicitados del cine continental, ha ganado el César y el Premio del Cine Europeo con Harry, el amigo que os quiere, y es el menos mediático de los intérpretes españoles con carrera internacional.
Quiero que mi presencia mediática tenga que ver con las películas que hago, que es donde me interesa que la gente me coloque. No deseo que la gente sepa qué me gusta comer, qué comen mis hijos o qué me pongo por la mañana. Protejo un cierto misterio, de hecho en Francia no saben muy bien dónde vivo, nadie sabe exactamente dónde estoy.
Mi apuesta personal es no acudir a los muchos programas de entrevistas que me han propuesto, ni participar en concursos y tampoco ir a un festival a pasearme. No me siento cómodo hablando de mí mismo, o haciendo de mí mismo en un concurso. Estar continuamente en la televisión es una dinámica que no tiene fin y la encuentro un poco tóxica. Confío en que se me contrate no por el número de seguidores que tenga en Instagram, sino por profesionales que hayan visto lo que he hecho y les interese trabajar conmigo.
En la creación de un personaje, ¿qué es lo más complejo?
Notar que está dentro de ti. Estás llenando el cajón con informaciones, ensayos, movimientos, textos y, sobre todo, con lo que te cuenta el director. Lo vas alimentando con la esperanza de que, cuando camines delante de la cámara, tengas la sensación de que hay alguien contigo, de que el personaje ha llegado. El primer día de rodaje me siento frágil, con el miedo a estar solo, a que no esté.
Si tiene que elegir, ¿con qué se queda: con el guion, el director, los compañeros?
Con la historia. El resto quiero que sea una sorpresa. Hay tantos intérpretes que me gustan que prefiero no pensar que un día voy a trabajar con tal actriz y encontrarme con compañeros que no conocía y acaban siendo formidables. En los directores confío porque, si lo que ha hecho tiene una maestría artística, pues que me proponga el personaje que quiera.
Comedia comedia
Iciar Bollain es la última de las mujeres cineastas que ha incorporado a su carrera (Isabel Coixet, Neus Ballús, Lucía Alemany, Isa Campo, Alice Rohrwacher…). Mujeres al poder.
El mundo está necesitado de la mirada femenina. Hay trabajo por hacer, pero poco a poco vamos avanzando, y tengo la sensación de que, de alguna manera, nos estamos quitando el complejo de que sean las mujeres las que manden. ¡Y mandan bien!
Bollain ha capitaneado La boda de Rosa, que llegará a los cines el 21 de agosto.
Su sello es el de un cine comprometido, con un trasfondo político-social. Iciar nunca hace películas superficiales, siempre intenta hablar de la injusticia, de la gente de la calle. Aunque en sus historias también hay algo de comedia, esta es una comedia comedia que habla de casarse con uno mismo. Es una historia de mujeres –Candela Peña, Nathalie Poza y Paula Usero, que son tres bombas de la naturaleza–, en la que los chicos somos Ramón Barea y yo. Y entre todos hacemos una especie de grupo con mucha complicidad y energía. Una familia que ha aprendido como ha podido, cuyos miembros tienes ganas de conocer porque son entrañables y divertidos.
De todas las producciones que ha interpretado, ¿cuál es la que más le ha sorprendido?
Una relación privada -su partenaire fue una de las actrices más populares en Francia, Nathalie Baye-, una historia de amor preciosa, muy romántica.
¿Hay algo que aborrezca de su profesión?
La importancia que, a veces, se le da a lo superficial –que el photocall sea más valioso que la película que presentas en un festival, estar rodeado de gente que nos adula y que siempre habla bien de nosotros, con lo que hay un riesgo de creérselo–, y para lo que no estamos suficientemente preparados para protegernos.
Brillo en los ojos
¿A quién ha conocido que le haya impactado?
A Manuel Poirier, con el que empecé. No se parece a nadie, nunca hace dos tomas iguales y no soporta que los actores hagamos y digamos lo mismo. Guillermo del Toro va más allá de ser un director, es un genio completo. Woody Allen, Bollain… cada uno tiene cosas únicas y, desde su personalidad y talento, cuentan historias muy distintas.
Junto a Penélope Cruz, Javier Bardem y Antonio Banderas, Elena Anaya y usted han entrado a formar parte de la exclusiva nómina de españoles con los que ha trabajado Woody Allen.
Mi experiencia con este señor ha sido una pasada. Tenía la idea del Allen icono del cine que ha hecho muchísimas películas de calidad, de un hombre tímido, y yo, que soy más echao palante y que tenía que filmar en inglés, me daba miedo que la relación fuera distante. Nos entendimos muy bien en Rifkin’s Festival, donde soy un pintor muy apasionado y muy loco, un artista que pinta por necesidad. Cuando Allen está rodando es feliz, me sorprendió cómo le brillaban los ojos cuando estábamos actuando; es un crack dando indicaciones en las escenas sobre el ritmo y las dinámicas de la comedia.
A raíz de las acusaciones de abuso sexual a su hija adoptiva –acusaciones que desmiente y de las que se defiende en su reciente autobiografía–, varios artistas han lamentado haber participado en sus películas.
No estoy siempre al corriente de la vida personal de los directores ni de si la productora tiene juicios pendientes. Ha sido un honor trabajar con él. Nos encontramos y fue como un flechazo, me lo pasé muy bien escuchándole, y, aunque solo fueron cinco días de rodaje, tuve la sensación de haberle conocido. Cuando estaba en la película me contaron que había tenido dos juicios y de ambos había sido absuelto, pero este tema le acompañará toda su vida. Creo en su inocencia.
El valor del cine
Ha traspasado la barrera de los 50 y sigue teniendo la oportunidad de llenar la pantalla y los escenarios. ¿Qué metas se ha propuesto alcanzar en los próximos años?
Mi sueño es seguir haciendo teatro y disfrutar de proyectos cinematográficos de gente muy distinta. Quiero intentar averiguar qué es lo que, sin darme cuenta, he hecho bien hasta aquí. Vamos cumpliendo años, todo se está moviendo y tengo que plantearme si quiero vivir más tranquilo o si cuando me muera quiero que digan ‘mira cuantas películas hizo’.
En otoño estrenará La vampira de Barcelona, la primera versión cinematográfica sobre Enriqueta Martí que también es el primer largo de ficción de Lluís Danes.
Lluís, que es un director visualmente muy potente, ha contado una historia de misterio y terror que también tiene que ver con el empoderamiento de la mujer porque, desde siempre, ser mujer es un agravante de cualquier cosa. La protagonista de este famoso caso hacía remedios caseros, y a las curanderas en aquellos tiempos las metían todas en el mismo saco: eran brujas, hijas del demonio, secuestradoras y asesinas de niños, vampiras. Esta mujer fue una cabeza de turco para no castigar a los culpables de este tráfico de niños que tenía que ver con la alta sociedad. Choca que el cine no se haya fijado antes en esta historia porque, además de ser un caso muy documentado, es muy cinematográfica.
En el sector audiovisual, ¿cómo imagina lo que nos queda del 2020?
Muy incierto, esperando cada semana a ver qué va a pasar la siguiente. El consumo de películas en la gran pantalla ya estaba tocado antes del coronavirus, puede que ahora se revalorice. Como ahora están cambiando tantas cosas y nos estamos replanteando cómo nos dirigimos al médico, al maestro… todo, igual acudir a las salas adquiere un valor más potente que el que tenía. Por mi parte, intentando recuperar el déficit que tenía, estoy viendo muchísimas películas en el confinamiento, más de las que había visto en toda mi vida. Cuanto más valor tenga el cine, aunque sea a través de plataformas, también se le dará en las salas.