Un siglo antes que Julio Iglesias o Rosalía, un artista de origen español conquistó el planeta desde Estados Unidos. En un mundo en el que la imagen en movimiento todavía era un experimento, el payaso Marcelino Orbés (1873-1927), nacido en Jaca, llegó a ser uno de los showman más famosos de Europa y América. “En sus mejores tiempos, Marcelino llenaba con dos pases diarios el Hippodrome de Nueva York, un auditorio con tres veces la capacidad del Teatro Real de Madrid. Al cabo de un año, le veían dos millones y medio de personas, ni Bruce Springsteen tiene ese público en una gira”, explica Germán Roda, director del documental que se propone rescatar del olvido la vida de un hombre que parece sacada de una novela, una película o un espectáculo de vodevil.
En 2004, Mariano García publicó en el Heraldo de Aragón una noticia sobre la existencia de este misterioso personaje, de cuya existencia parecía no haber quedado rastro. Roda quedó “muy sorprendido. Siempre ha habido artistas malditos, pero en este caso era una figura de fama mundial y no sabíamos que era español. Contacté con el periodista, que en 2018 editó un libro [también llamado Marcelino, el mejor payaso del mundo], y a partir de ahí comenzamos a hablar sobre llevar la historia al documental”. Para el cineasta, la de este clown tenía “todos los ingredientes de una buena historia: por una parte el proceso de documentación para sacar a la luz que Marcelino era de Jaca. Después, el escenario del cambio de siglo, donde tantas cosas están pasando a la vez. La vida de Marcelino da cuenta de esos cambios, concretamente del paso del espectáculo en vivo al cine y del cine mudo al cine sonoro”. En esas transiciones es donde la nacionalidad y la huella biográfica de Marcelino se pierden.
Originario de Jaca y de estrato más que humilde, con seis o siete años se enroló en un circo y ya no volvió a España más que a actuar. El pequeño adoptó el apellido de la troupe de los Martini donde comenzó a trabajar, por lo que «al principio el público pensaba que era italiano. Cuando triunfó en Francia, se cambio el nombre de Marcelino a Marceline, para hacerlo más internacional, y al llegar a Londres pensaban que era francés”, desmenuza Roda. Es en la sala Hippodrome de Londres donde el reconvertido Marcelino arranca su edad de oro de artista internacional. En una de las producciones donde participa, un niño hace de gato y provoca diariamente una cómica caída del payaso, siempre celebrada con grandes carcajadas. Ese niño era Charles Chaplin. A Marcelino todavía le queda un salto: América. “Cuando llega a Nueva York, ya a nadie importa de dónde era este hombre”, señala.
Para poner imágenes a su historia, había que tirar de imaginación. Los años de esplendor de Marcelino declinan cuando un nuevo invento sustituye a la clásica pista del circo: el cinematógrafo. Aunque el payaso llegó a hacer películas, que fueron reseñadas en revistas de la época, “no se conservan imágenes de Marcelino en movimiento. Tenemos fotografías y críticas de revistas de la época. Con esa información, decidimos ficcionar escenas de su vida y algunos de sus números, a partir del trabajo de recopilación de información. La propuesta fue recrearlo con un payaso actual, Pepe Viyuela, metido en la mente de un payaso de hace un siglo, Marcelino”, concluye Roda.
El gesto universal y eterno
Pepe Viyuela recortó “la información que salió en el Heraldo de Aragón, y al cabo de los años me enteré de la publicación del libro. Después me llamó Germán Roda para proponerme encarnarlo. Toda una serie de carambolas han llevado a que participe en la recuperación de esta figura, y creo que a los payasos nos hace mucha ilusión”. Este payaso del siglo XXI ha recreado los números de Marcelino, de los que no se conserva demasiada información. “No podíamos igualar su nivel de producción, porque trabajaba con elefantes, coches a toda velocidad, millones de bailarinas… Hemos rescatado la esencia de ese payaso torpe, que falla, que es la línea que yo también he trabajado”, explica Viyuela.
Para este clown, que se pone en la piel de Marcelino en escenas ficcionadas para el documental, “el sustrato y la esencia de la comicidad de los payasos sigue siendo la misma desde la época grecolatina, pasando por los bufones, la comedia del arte, el circo, el vodevil… Es algo eterno y universal. Un gesto, un tropiezo, una mueca… se entienden en cualquier parte. Ese es el lenguaje de Marcelino, que sigue vivo por ejemplo en Mr. Bean, que es más reciente pero sigue usando los recursos de hace milenios. El gesto no cambia, aunque sí lo hace la manera en que nos llega”.
El gesto de Marcelino, con todo, quedó congelado cuando los circos fueron sustituidos por pantallas de cine. «Se quedó en el camino. No sé si por desinterés o porque no se supo adaptar al medio”. Pepe Viyuela cree que “el cambio de formato genera sus víctimas. Le pasó a Buster Keaton en el paso del cine mudo al sonoro. Ahora pasa con lo digital, a la hora de distribuir el entretenimiento. Yo vengo de la televisión casi en blanco y negro, y estamos en un momento global y a una velocidad tan loca que te puede pasar por encima. Yo sigo muy cómodo en el formato medieval, en el que se movía también Marcelino: el directo, la pista, el escenario”.
«Un gesto, un tropiezo o una mueca se entienden en cualquier parte»
¿Fue Marcelino uno más de esos payasos tristes que ríen por fuera y lloran por dentro? Su vida, tan esplendorosa en lo profesional, fue cuando menos tormentosa. Tuvo problemas con sus diversas esposas y acabó quitándose la vida, arruinado y olvidado, con una pistola que pudo comprar empeñando su alfiler de corbata. “Lo del payaso triste es un cliché que no solo corresponde a los payasos, sino a todos”, cree Viyuela. “Casi por definición, los seres humanos nos equivocamos, fracasamos. Cometemos errores e intentamos disimularlos. El payaso usa ese fracaso para generar una fiesta, para hacernos reír e identificarnos con lo que vemos. Es liberador para el público reírse con alguien que fracasa, porque le quita peso, vemos que no pasa nada”.
El protagonista de La gran aventura de Mortadelo y Filemón o la serie Aída no ha tenido “una vida desgraciada, no respondo a ese cliché de payaso depresivo. Pero cuando se juntan las dos cosas, seguro que ser payaso se convierte en una fórmula muy buena para escapar de esa tristeza. Lo que te da el escenario es una sobredosis de adrenalina e ilusión, porque hacer reír a la gente es muy bonito, y hace que puedas superar la apatía o la frustración durante un rato. El hecho de ver a los demás disfrutar es contagioso. Cuando uno tiene una vida como Marcelino, espero que al menos en el escenario sí fuera feliz. Ahí se genera esa contradicción”, concluye. Las contradicciones de Marcelino, artísticas y vitales, pueden seguir enseñándonos algo importante incluso cien años después.