Carla Simón y Dominga Sotomayor – Correspondencias
Correspondencia visual entre Carla Simón y Dominga Sotomayor en la que comparten cachitos de su vida y lo que las ha llevado a contar las historias que cuentan en la gran pantalla y a convertirse en las creadoras que son hoy en día. Reflexiones acerca del cine, la familia, la herencia y la maternidad que se cruzan con realidades que modifican por momentos la percepción que tienen del mundo las cineastas.
El registro familiar de imágenes es el punto de partida de esta Correspondencia entre Dominga Sotomayor y tú. ¿Cómo te enfrentaste a la revisión de ese archivo íntimo?
Sin haberlo pactado antes, Dominga y yo nos aproximamos a las imágenes de nuestra familia de manera distinta. Ella trabajó con archivos que ya tenía, desde el cortometraje que rodaron sus abuelos a la campaña del “no” en la que participó su madre o las grabaciones de su infancia en vida comunitaria.
Las imágenes que contienen mis cartas las rodé el año pasado con una cámara super8. Todas menos las de mi madre biológica. La decisión de filmar en analógico surgió ante mi necesidad de inmortalizar la casa de mis abuelos antes de vaciarla. Mi abuela acababa de morir, su piso había sido el punto de encuentro de toda la familia, el hogar común, y ahora iba a desaparecer para siempre. El film me obligaba a pensar cada imagen, a componer cuadros, a esperar la luz adecuada. Me pasé ahí tres días, sola, despidiéndome del lugar. También incluí a las mujeres de mi familia. En mis ficciones me inspiro en ellas, pero esta vez quería retratarlas. Creo que filmar es un acto de amor, hacia los sitios y hacia la gente que capturas, pero en este caso era literal, siempre surge algo mágico al filmar a la gente que amas. La parte de archivo de mis cartas está en los audios. Recuperé las cintas que grabamos con mi hermana de pequeñas, y una de las muchas conversaciones que tengo con mi abuela.
¿Cómo modifica la cámara los recuerdos? ¿Construimos nuestra memoria con las herramientas del cine?
Mi abuela era la última persona de su generación que quedaba en mi familia, ¿quién contará las historias de sus padres? ¿y la de sus abuelos? ¿quién será capaz de reconstruir sus relatos a su misma manera? Cuando se pierde una generación, desaparece gran parte de la memoria familiar, y la única manera de luchar contra esto es el registro literario, fotográfico o cinematográfico de estas historias. Pero también el registro de lo cotidiano, para mí el más valioso.
La cámara captura momentos que nuestra memoria olvidaría fácilmente. A menudo nos parece tener recuerdos de un día concreto, pero en realidad lo que recordamos es su fotografía o su grabación. La memoria individual es selectiva, subjetiva, fragmentaria, pero en el momento en que se posee un archivo familiar, pasa a ser colectiva, a construir un legado, lo materializa y, seguramente, también lo condiciona.
En el corto expresas tus dudas sobre si se puede ser madre y cineasta. ¿A qué condiciones materiales se enfrenta una directora a la hora de decidir ser madre?
Tener hijos no supone lo mismo para un hombre que para una mujer. Nosotras nos quedamos embarazadas, parimos y amamantamos. Debemos o queremos detener nuestras carreras durante unos meses para vivir esta experiencia, para traer a alguien al mundo. Pero el cine bebe de nuestra pasión, de nuestra dedicación y de todo nuestro tiempo… Se puede ser cineasta y madre, sí, porque muchas lo han hecho, pero a las que aún no lo hemos vivido nos surgen ciertos miedos. ¿Cómo seguiré dedicando el tiempo que le dedico al cine? ¿Y si de repente me cambian las prioridades? ¿Cómo me sentiré después de vivir una experiencia tan transformadora? Para mi, la condición esencial es tener una pareja o estar rodeada de gente que entienda tus procesos creativos, que los respete, y que a partir de aquí se puedan construir relaciones de igualdad.
¿Crees que la dimensión maternal se relaciona de alguna manera con el ejercicio* cinematográfico?
Sin duda. Entiendo el proceso de creación de una película como una gestación larga, llena de ilusión y de dudas, placentera y dolorosa a partes iguales. Y luego das a luz, en el rodaje, cuando ves por primera vez todo aquello que habías imaginado, se materializa, nace, y lo capturas a través de la cámara. Y después hay que cuidar este material, editarlo o educarlo para que sea la mejor versión de aquello que se creó. Hasta que la película crece, y vuela sola hacia los espectadores, igual que vuelan los hijos cuando se convierten en adultos, hacia sus nuevas relaciones.
El corto parte del pasado pero proyecta un futuro dudoso para las nuevas generaciones. “Prefiero este caos a la falta de dignidad”, dice Sotomayor. ¿Qué papel crees que juega el cine en los movimientos sociales actuales?
A veces pienso que hacer cine independiente en la sociedad en la que vivimos es ya de por si un acto político. El mundo se mueve tan rápido, tenemos tan poco tiempo para reflexionar, que la lentitud del proceso cinematográfico nos obliga a parar, a observar, a sentir.
Dominga se preguntaba qué sentido tiene hacer cine cuando tu país está inmerso en una revolución. Con la última carta de Dominga me di cuenta hasta qué punto lo político y social de un país condiciona nuestra vida, nuestra cotidianidad, nuestras pasiones, nuestras relaciones. De ahí que cualquier historia, por íntima que sea, está enmarcada en un contexto que termina reflejando una situación política y social específica. Esta es la fuerza del cine, te da la posibilidad de expresarte desde la sutileza, contar siempre más de lo que parece, viajar de lo íntimo a lo social.
Marina Palacio – Ya no duermo
Este corto, realizado en familia, nos muestra a Miguel (12) y a su tío Kechus (60), que quieren rodar una película de vampiros. En ese intento por crear algo juntos se alternan realidad y ficción, en un juego que muestra además la particular relación que se establece entre niño y adulto.
Presentas tu debut en el certamen de tu ciudad, ¿qué relación tienes con el festival y qué supondrá ver allí tu trabajo?
Desde bien pequeña he sido parte del público del Festival. Recuerdo muchas tardes de espera, tras el colegio, viendo pasar a personas del mundo del cine por la alfombra roja. Para mí, es un regalo poder formar ahora parte de algo que empecé a mirar con curiosidad y después a seguir con interés. Es un honor que se proyecte mi película en San Sebastián y compartir lugar con cineastas de trayectorias tan increíbles.
Ya no duermo es una pequeño historia sobre el lenguaje cinematográfico, ¿cómo surge la idea? ¿Cuánto hay de guion?
La idea surge de una necesidad de compartir la experiencia de hacer cine con mi padre, que es el protagonista de este cortometraje y que siempre había imaginado hacer películas pero nunca tuvo ninguna experiencia relacionada con ello. La película no es sólo el reflejo de este proceso creativo en familia, sino también del mundo de ideas y de las pasiones de mi padre. Parte del guión, no todo, se creó en la fase de montaje, que se fue alternando, mes tras mes, con el proceso de rodaje. A veces siento que el guión se construyó por sí solo, a medida que la improvisación y el juego con el azar me fueron regalando imágenes que, poco a poco, y probando a situarlas unas al lado de las otras, acabaron por conformar una pequeña historia.
El niño protagonista participa de todos los procesos del rodaje: puesta en escena, maquillaje, sonido… ¿cuánto hay de inocencia o de fantasía en el propio trabajo cinematográfico?
Pienso que hay de ambas. Lo que más me fascina de haber trabajado con mi primo acompañado de mi padre es ver cómo esa inocencia pasa por ellos de igual manera. Incluso más por la figura del adulto, sin importar edades. Partir de la improvisación y generar escenas sin ensayos previos para ser recogidas en una sola toma irrepetible, para mí ha sido como dejar una ventana abierta de par en par a la fantasía.
La relación monstruo-infancia-cine emparenta el corto con El espíritu de la colmena. ¿Por qué lo monstruoso, visto en pantalla, nos fascina?
Quizás porque no tiene explicación. A las personas, muchas veces, nos atrae todo aquello que no tiene un por qué o un para qué. Es como explorar un mundo que desde el comienzo sabes que no se parecerá nada al tuyo. Entonces, aparece una curiosidad que a veces parece que sólo guardan los niños. Ahora bien, El espíritu de la colmena es una película que admiro muchísimo. Quién pudiera hacer algo así.
Laida Lertxundi – Autoficción
Tomando prestado su título de un género literario, la película reconoce la indeterminación tanto de la ficción como del ser. Elementos de film noir se reducen a gestos inexpresivos bajo la brillante luz del sol de California. Grabaciones de campo realizadas en Nueva Zelanda se escuchan mientras las mujeres hablan entre ellas sobre la maternidad, el aborto, las rupturas y la ansiedad. Un desfile en favor de los derechos civiles se mueve lentamente por una calle. Los cuerpos aparecen en estados de cansancio, heridos o en reposo, mientras que las canciones de Irma Thomas y Goldberg evocan el paso del tiempo y un futuro incierto.