Ovnis para escapar de la realidad

Fotografías de María Sánchez · 14 abril, 2021

El director Óscar Aibar y el actor Jordi Vilches se encuentran con el público en la Academia para charlar sobre su película Platillos volantes, en un encuentro moderado por Juan Vicente Córdoba

“Si viviéramos en un mundo perfecto, nadie tendría que creer en otra cosa”. Es la reflexión que ofrecía el actor Jordi Vilches ayer en la sala de la Academia de Cine, donde se encontró con el público junto al cineasta Óscar Aibar, con el que trabajó en la segunda película del director, Platillos volantes. La cinta abrió el ciclo ‘Otro cine’, organizado por la institución junto a Acción Asociación de Directores y Directoras de Cine.

El mundo imperfecto al que se refería Vilches es la España del tardofranquismo, un mundo gris en el que su personaje, junto al interpretado por Ángel de Andrés López, busca una vía de escape y la encuentra en los fenómenos misteriosos. “Es difícil de entender lo importantes que eran los ovnis en esos años”, explicó Aibar, “salían en el HOLA, salían en el programa de Íñigo. Alguien de barrio obrero como yo dejaba volaba la imaginación y soñaba con esa salvación. Mi hermano y yo teníamos un compendio de fotos e información escondido para que los hombres de negro no lo encontraran nunca”.

La cinta se inspira en el caso real de dos hombres que se suicidaron creyendo que así accederían a otro planeta. El caso impactó a Aibar, pues sucedió muy cerca de su pueblo, en Terrassa. “Quise hacer esta película fantástica de manera muy realista. Rodamos en el cinturón obrero de Catalunya, que no sale nunca en la gran pantalla, no es una zona que se filme demasiado. Para mí, esta es una película sobre la necesidad de creer en algo. De hecho, cuando los personajes dejan de creer su vida pierde el sentido. Platillos volantes es una cinta sobre la ilusión”.

Contacto con la realidad

Óscar Aibar entró también en el efecto que la cinta causó en las personas reales que inspiraron la historia. “Un día estábamos rodando y vino el hermano de la persona real en la que se inspira el personaje de Ángel de Andrés, y venía con la tarjeta de visita real que replicamos en la película”, expuso. Tenso por si el filme reabría viejas heridas, el cineasta encontró alivio en el momento del estreno: “en Terrassa hicimos un paso en que las familias hicieron las paces. Llevaban años echándose la culpa mutuamente por la muerte de su familiar, y después de verla se reconciliaron”.

El fenómeno ufológico ha perdido fuerza, pero Aibar y Vilches fueron testigos de cómo la película conectaba ocn una sensibilidad todavía muy presente en España. “En cada pase de presentación”, explicó el director, “ya veía a tres o cuatro tíos que me querían contar su avistamiento y su abducción entera. Incluso un Guardia Civil. Fue alucinante. En la película sale Iker Jiménez, que estaba empezando. Intercambiamos documentación sobre este caso y le invité al rodaje. Es el único que continuó con esa industria del misterio, una afición que se ha ido perdiendo”.

El cineasta catalán lanzó un cariñoso recuerdo al desaparecido Ángel de Andrés López. “Es lo terrorífico de las películas, que se quedan cuando la gente ya no está”, se lamentó. “Él odiaba la profesión, se sentía vacío. Estaba desengañado por su éxito en televisión, que eclipsó toda una vida de teatro independiente y de cine de calidad. Quiso hacer esta película y para él fue como recuperar esa ilusión, aunque estaba en un momento complicado. Tenía un sobrepeso muy grande y muchas obsesiones. Además de un carácter muy fuerte”.

Para Vilches tampoco fue fácil estar a su altura, aunque sí muy gratificante. “el primer día me dijo ¿tú has estudiado? Porque lo has hecho fatal”, recordó divertido. “Me llevó a su casa para pasar el texto y vi que había un jaguar metido en la piscina. Le pregunté qué hacía ahí y no me explicó, no le dio importancia. Él me lo dio todo. Todo lo que hago en la película es gracias a él”.

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