Uno de los creadores más singulares de la segunda mitad del siglo XX, Francisco Regueiro, fue el protagonista del homenaje que la Academia de Cine dedicó en mayo a uno de los ‘Maestros’ del cine español. Acompañado del director, Javier Rebollo, que citó los elementos característicos de la filmografía de este artista polifacético –ha sido caricaturista, escritor, periodista e incluso futbolista–el responsable de Madregilda y Padre nuestro, echó mano de recuerdos y de mucho humor para repasar su carrera, a la que se niega a poner fin. Prueba de ello los proyectos que sigue escribiendo cada día, a sus 86 años, y una declaración de intenciones: “No pienso morirme”.
Imitando a los personajes de sus películas, Regueiro y Rebollo se presentaron ante la audiencia recitando su DNI. Hechas las presentaciones numéricas, llegaron las respuestas a aquello que hace único el universo propio del cineasta vallisoletano.
“Sangre, sudor, semen… los fluidos están en su cine”, enumeró Rebollo que no se olvidó de “los trenes”. Regueiro aludió a su infancia en Valladolid. «Ha sido siempre un emporio industrial de la Renfe. Y en mí siempre, desde los 8 años, ha habido ese sentimiento de huida, de ser distinto, que no sabías a dónde te iba a llevar. Recuerdo saltar la tapia de la estación y ver los trenes pasar”, explicó el cineasta que veía cine en el gallinero del Teatro Calderón de la ciudad. “Me invitaba mi hermano, cosa que parece que dio sus frutos”, apostilló.
“Eran tiempos muy duros los del Franquismo, pero eran los míos, era mi infancia. Esto lo conté en Madregilda. El director de fotografía me preguntaba por qué esos tonos dorados, y le dije que yo había sido feliz de niño, en una provincia tan cerrada como Valladolid tenía cerca las cosas que me gustaban. Le pedí que ilumináramos hermosamente el horror que se da en la película”, confesó.
Para Rebollo, este horror de Regueiro tiene un lado tierno, “siempre hay una ternura por los monstruos, en sus filmes los entiendes”, aseguró. “El horror si lo retratas de otra manera es menos horror. Los personajes asumen su monstruosidad y no tienen otra opción que ser solitarios”, corroboró el homenajeado, que citó las enseñanzas de Juan Antonio Bardem en Calle Mayor. “Él luchaba por querer a los personajes. Me decía ‘son seres humanos, por encima de todo, no lo olvides’”, recordó el pucelano, que también mencionó al polaco Krzysztof Kieślowski, porque ambos comparten la influencia de la religión católica en su vida.
La suerte con Paramount
“Los guiones de Paco son literatura. Tienen alma y hasta que no los rueda no los convierte el cine”, defendió Rebollo, que aludió a la publicación del guion de Duerme, duerme, mi amor como novela, donde la editorial no tuvo que hacer mucho más que quitar las separatas y acotaciones para el rodaje. “Mis amigos escritores me desanimaron. Me veían como la competencia y me aconsejaban que no me dedicara a la literatura. Trataban de que no entrara en su jardín”, confesó el realizador vallisoletano, que sí encontró un espíritu de colaboración artística en la faceta de guionista, con Ángel Fernández Santos y Manuel Ruiz Castillo.
Este homenaje en la institución también contó con la presencia de la protagonista de Duerme, duerme, mi amor, María José Alfonso, que rememoró lo divertido que fue el rodaje de esta historia sobre una pareja que sufre una gran crisis conyugal y que se estrenó en 1975. Ella pasa casi toda la cinta durmiendo. “Me pareció muy rompedora en aquella época, era una especie de guion surrealista, era una cosa distinta de lo que estaba haciendo y ahora es casi costumbrista, ahora puede ser también cinema verité”, aseguró sobre esta comedia negra, que critica la hipocresía de la sociedad española y como la represión emocional en el Franquismo provoca una incomunicación entre marido y mujer.
“He escrito cuatro veces más películas de las que he dirigido. Como faltaba la industria, te demoras en la página en blanco”, lamentó Regueiro, que bromeó sobre aquellos años “que no se vivía del cine español, sino de tu novia”. En el caso de Duerme, duerme, mi amor, que llegó tras una mala etapa, le sonrió la fortuna porque su guion cayó en manos de un ejecutivo de Paramount, compañía que les dio un adelanto de distribución que permitió producirla más rápidamente. “La ‘cagalera’ bendijo esta película”, bromeó Regueiro, “cuando se encontraba mal, lo que tenía a mano para leer era mi guion”.
Bombas visuales
La escena de una mujer que tira un váter por la ventana es uno de los ejemplos que surgieron para hablar de su personal estilo. “Tu cine es muy visual, son imágenes fundacionales, pequeñas bombas visuales que se pueden extraer, que son casi dibujos”, elogió Rebollo. “Hay que tener cuidado. Si introduces una idea o una imagen hermosa todo lo devora, porque son frágiles. De repente surge una historia brillante, pero que como en la poesía lo modifica todo”, avisó Regueiro, que se definió como “un ladrón de historias. No he perdido ese descaro de acercarme a la gente, como cuando era pequeño y estábamos pendientes de cuando salía a correr el dueño de una empresa de bombones de Valladolid e íbamos a su encuentro para que nos regalara chocolate. De este material uno saca las historias. Estás todo el día con la historia, con los personajes”.
En este diálogo entre compañeros de profesión, entre y maestro y discípulo, Rebollo confesó su deseo de rodar algún día un remake de Amador, “si Regueiro me deja”. Ambos comparten su afición por las postales, una correspondencia epistolar que Rebollo perdió en un viaje a Rusia –“me robaron la cartera”–, y que pidió recuperar al pucelano, con quien también coincide en ser de los pocos cineastas sin teléfono móvil.
Tras veinte años sin rodar, son muchas las ideas para futuras películas que Regueiro fue desgranando en este homenaje, y tiene entre manos cuatro proyectos que pelean por su atención. “No me quitará nadie esta mano donde surge mi dibujo o con la que escribo mis historias”, sentenció.