La familia y la adolescencia en Horizontes Latinos

Por María Gil · 26 septiembre, 2023

Alemania, Blondi y El castillo son las tres coproducciones con participación española que se presentan en este apartado del Festival de San Sebastián 2023

Una madre y un hijo que son mejores amigos. Una madre y una hija que viven en un castillo en ruinas. Y una adolescente que quiere irse a estudiar a Alemania y alejarse de su situación familiar. Los vínculos y la emancipación son los protagonistas de las tres historias argentinas con participación española, que se verán en Horizontes Latinos, sección de San Sebastián dedicada a largometrajes producidos en América Latina, dirigidos por cineastas de origen latino, o que tengan por marco comunidades latinas del mundo. La actriz Dolores Fonzi da el salto a la dirección con Blondi, película a la que acompañan la ópera prima de María Zanetti, Alemania, y el debut en solitario de Martín Benchimol, El castillo. Tres primeras veces para estos creadores argentinos, protagonistas en una edición con importante presencia de miradas femeninas, ya que ocho filmes, de los doce seleccionados en este apartado, los firman directoras.

 

Alemania, de María Zanetti

Unos carretes de fotos olvidados que María Zanetti mandó revelar después de 25 años fueron el germen de su ópera prima. “Con algunas me costaba recordar el lugar y la época en las que habían sido tomadas, o aparecían personas que no recordaba. Fue extraño, por momentos sentí que estaba espiando la intimidad de otra persona. Y ahí surgió la necesidad de escribir, para reconstruir algo de esa memoria adolescente y familiar”, rememora la directora argentina.

El resultado es Alemania, película que sigue a Lola, una chica de 16 años, que está preparando las asignaturas que tiene que recuperar cuando aparece la posibilidad de ir a estudiar un semestre en el país germano. “Me interesaba indagar sobre la identidad de una adolescente común, atravesada por una dinámica familiar compleja y que busca nuevas experiencias para salir de casa y poder vivir con más libertad esa metamorfosis que es la adolescencia”, explica Zanetti, que considera esta etapa “muy atractiva” en el cine porque “es un momento visceral en la vida de una persona, medio deforme, emocionalmente intenso”.

“La adolescencia es un momento visceral en la vida de una persona”

La inestabilidad familiar de Lola pasa por un tema que hasta hace pocos años era muy tabú, tanto en Argentina como España: la salud mental. “Elegí mostrar aspectos del trastorno bipolar desde los ojos de una hermana porque es el punto de vista que conozco. También me parecía importante contextualizarla en los años 90. En esa época, todo era más difícil para las personas con temas de salud mental. Había menos información, pocas herramientas, poca política pública, mucho miedo y estigma. Mi familia, y sobre todo mi hermano que tenía el trastorno, ha sufrido esa deriva, y algo de eso, intente reflejar en la película”, relata sobre el componente autobiográfico de esta historia, que se potenció todavía más al rodar en la misma casa que vivió toda su toda niñez y adolescencia, que estaba “bastante venida abajo” y que recrearon a partir de fotos familiares.

María Zanetti

“Hay mucho de mí en la historia y en los personajes, siento que es una película personal”, confiesa Zanetti, que sí pone una cierta distancia. “No siento que sea mi historia, pero sí la de alguien muy familiar, como si estuviera contando un sueño, como una mezcla de realidad y fantasía”, reflexiona.

Para dar vida a Lola escogió a la joven Maite Aguilar. “Fue hermoso trabajar con ella, se involucró muchísimo con la película”, asegura sobre esta actriz que tenía lo que necesitaba la protagonista, “una mirada expresiva y que tenga cierta capa de nostalgia” y “un control muy sutil sobre su gestualidad, se siente muy cómoda con la cámara”.  Junto a ella, nombres como los de María Ucedo, Vicky Peña y Daniel Freire.

 Alemania es fiel al cine que le gusta a Zanetti, aquel “que explora los vínculos entre las personas, la intimidad de esos vínculos y cómo esas personas se relacionan con el mundo o las circunstancias que las rodean”. De su primer largometraje como directora afirma que se lleva “muchísimos” aprendizajes en cada una de las etapas del proyecto. Una vez terminada la película, toca entregarla a los espectadores de Donosti, en una sección en la que María Zanetti celebra compartir espacio con otras muchas realizadoras –“tener diferentes perspectivas es enriquecedor para todxs”– y con tantas producciones argentinas – “me parece una respuesta concreta a los discursos de odio y mentiras propagadas por ciertos sectores en mi país, durante la campaña electoral, y que van en detrimento de nuestro cine y nuestra cultura. Espero que esta presencia contribuya a protegerlos”, desea.

 

Blondi, de Dolores Fonzi

“Dirigir no era algo que tuviera pendiente, se fue dando naturalmente”, asegura Dolores Fonzi, que además coescribe y coprotagoniza Blondi. La conocida actriz argentina empezó a escribir el guion en 2017 junto a Laura Paredes, pero sin tener muy claro que fuera a ponerse detrás de las cámaras. “La filmamos en 2022. Hubo tiempo para pensar si me animaba o no, y al final me animé”, corrobora.

Su personaje da nombre a la película, pero esta historia es cosa de dos porque Blondi es inseparable de Mirko. Son mejores amigos. Les encanta vivir juntos, escuchan la misma música, miran las mismas películas, les gusta fumar marihuana, ir a recitales, tienen los mismos amigos, todo es perfecto entre ellos… pero, aunque parecen casi de la misma edad, Blondi es la madre de Mirko.

“Invertir los roles fue un acto para agregarles comedia, que es el tono en el que yo me siento cómoda. Lo tuvo a los 15 porque me parecía divertido que se lleven poco tiempo y que él sea más maduro que ella, pero después eso trae un montón de cosas, que no tenía conciencia de que iban a suceder”, reflexiona la directora sobre el germen de esta historia, que “ahora que está terminada ves que es una película que habla de las mujeres de una manera distinta, de las maternidades adolescentes, de cómo el aborto era ilegal en aquel momento…”, cita.

El joven Toto Rovito, al que fichó tras verlo en el rodaje de Argentina, 1985, interpreta a Mirko, este hijo inseparable. “Es una persona muy amorosa. Se entregó plenamente a la película. Viene de una estirpe artística importante de Argentina. Me gustaba que no tuviera nada que ver conmigo físicamente, mostrar en él el germen de la ausencia del padre”, cuenta Fonzi sobre el trabajo conjunto para generar este vínculo familiar en la pantalla.

Para la actriz y directora, la maternidad que muestra en Blondi no es completamente nueva. “Si tenemos que pensar en el porcentaje fáctico de personas que crían a sus hijos solas, la mayoría son mujeres. En ese sentido, es una película que le hace justicia a esa estadística. La mayoría de las mujeres que conozco crían solas a sus hijos”, defiende.

“No hay juicios sobre esa maternidad que ejerce como puede, quiere y elige”

Blondi es la historia de ella con el hijo y como no hay juicios sobre esa maternidad que ella ejerce como puede, como quiere y como elige, sin que nadie se le imponga a venir a decirle qué es lo que tiene que hacer con eso”, explica la argentina, que cree que la película quita presión a las madres y les pone enfrente la posibilidad de estar más a la par con sus hijos.

“Uno es un guía para las personas pequeñas que uno cría, pero después está bueno poder empatizar, que te comprendan. Si ven que de repente hoy tengo un día malo, un estado de ánimo que se me sale de control, estar más cansada o triste… mostrar estas emociones, no ser una madre ejemplar todo el día, que es lo que en general la sociedad te obliga. Creo que, en ese sentido, trae la película algo más desprendido”, expone.

En su primer largometraje Fonzi ha buscado alejarse de la solemnidad y de la marginalidad. “Una madre soltera, que fuma marihuana todo el día y latinoamericana en principio es una película que viene a mostrar un borde de la sociedad. En este caso, no está puesto el acento ahí para nada. Al contrario, esta persona elige vivir esa vida de una manera libre y le sale bien. Es un hijo querido que tiene una vida buena que cree en el progreso y emigra como todos emigramos de la casa de nuestros padres”, reflexiona Fonzi que también quería “tratar de salir de lo que se nos obliga a contar a los cineastas latinoamericanos, que es la miseria de Latinoamérica”.

Dolores Fonzi

Junto a Rovito, ha dirigido a un reparto que conforman Carla Peterson, Rita Cortese, y Leonardo Sbaraglia y por supuesto a sí misma, una doble actividad en la que confiesa haberse sentido muy cómoda. “Un amigo que es actor y director me dijo: vos actuar ya sabés, concéntrate en dirigir y me pareció bien. Y cuando escribís el material todavía lo tenés más incorporado”, destaca Fonzi, a la que le gustaría “ser cada vez más Blondi”.

Buena conocedora de San Sebastián -el festival al que más veces ha acudido con sus trabajos interpretativos (Paulina, Truman, La cordillera, Distancia de rescate) y como jurado-, ahora es el escenario para presentar su opera prima, inédita en España. La cinta ya se ha estrenado en Argentina, donde ha sorteado dificultades que no esperaba. “Que una película de una directora mujer, con tan buenas críticas, de una persona como yo que trabajo desde hace 20 años, se estrene con 30 salas muestra una manera de mirar el cine y qué se programa y qué no. Si yo, con todos los privilegios que tengo, estreno en 30 salas, una chica que hace su primera película, ¿qué ventana de visibilidad va a tener? Casi nula”, se lamenta Dolores Fonzi sobre la brecha de cristal que siguen encontrando las directoras en la industria del cine argentino.

El caso de Blondi invita a la esperanza, ya que superó todas las expectativas y fue un éxito en los cines. “Espero que quede una memoria en el recorrido para que la próxima película tenga un espacio un poco mayor. Todavía sigue pasando que hay que ganarse el lugar. Pero paso a paso vamos a ir logrando un reacomodamiento”, pronostica Fonzi, a la que seguiremos viendo delante y detrás de las cámaras, compaginando su carrera de actriz y su nueva faceta de directora.

 

El castillo, de Martín Benchimol

Buscaba curanderos en mitad de las pampas argentinas, pero Martín Benchimol se topó con un castillo. Allí se acababan de instalar Justina y su hija Alexia, después de que la señora para la que la madre había trabajado toda su vida como empleada doméstica se lo dejara en herencia. “Honestamente tuve las ganas de cortar el rodaje de El espanto, mi película anterior, y empezar a filmar El castillo”, reconoce el director argentino. No lo hizo, pero sí comenzó “una amistad muy grande” de siete años con estas dos herederas inesperadas, que ha sido fundamental para el rodaje de esta película, a la que fue encontrando la forma conforme pasaba el tiempo.

El castillo empieza con Justina dueña de la casa, entonces uno se preguntaría de qué va la película si ella ya recibió un castillo, si ya se salvó”, ironiza el director, que pone el acento en el tema de la pertenencia. “Cuenta una historia atípica en el sistema de clases latinoamericano. El ascenso social abrupto y mágico. Más allá de eso, la pertenencia de clase es algo que trasciende lo material. Y por eso la película cuenta como Justina se encuentra en el dilema de formar parte o no de otra clase social, de ser la dueña o no, en el sentido simbólico del término. Por eso persiste el retrato de la antigua dueña y la presencia de sus familiares. Porque es mucho más fuerte la pertenencia social, en el sentido generacional-histórico, que en la herencia concreta de una propiedad”, detalla Benchimol.

Pero un castillo no es cualquier propiedad. Es un lugar muy asociado a los cuentos de princesas e historias épicas. “Es bastante extraño en la pampa. Ahí hay cierta cosa extravagante que tenía la familia que lo construyó”, apunta el director, consciente de todas las implicaciones simbólicas de este lugar. “Me condujo a que la película tenga un tono mágico. En un momento fue bastante claro que estábamos contando un cuento de hadas un poco fallido, porque no es una salvación lo que recibe Justina. La película se mueve en la dicotomía entre la salvación ideal y la supervivencia, la imposibilidad real que tiene cualquier trabajador latinoamericano en ascender de clase”, señala.

Bregado en el documental, su primera aproximación a esta historia fue la no ficción. “Lo que pasaba es que jugábamos a hacer escenas del pasado, que ellas mismas habían vivido y que yo conocía, y eso empezó a tener un tono que me gustaba, porque eran ellas interpretando su propia vida, pero contenidas en una narrativa de ficción que a la película le venía muy bien. Tiene escenas de documental puro, muchísimas escenas que son recreaciones de su pasado y algunas escenas que son un futuro imaginario”, desvela.

Y en este juego de invitarlas a recrear su propia vida, surgían “escenas que eran muy genuinas” y que conectaban con lo que las propias protagonistas estaban viviendo, pero no afrontando. “La separación de ellas era algo inminente, pero que no lo estaban hablando. La película fue el escenario donde tomó cuerpo”, corrobora.

Martín Benchimol

Para el argentino, la vinculación entre madre e hija es clave en El Castillo y cómo su pertenencia de clase y su relación con el trabajo es muy distinta. “Están al borde de una emancipación diferente. Alexia está queriendo empezar un camino fuera de la casa, sin la dependencia directa de su madre. Y Justina tiene la oportunidad de poder apropiarse de su casa y de no retener a su hija, como hicieron con ella, que llevaba desde los 6 años trabajando para la familia de la propietaria y durante toda su vida no cobró dinero, recién recibió esta herencia en modo de compensación”, aclara sobre la situación de vulnerabilidad laboral que sufrió.

Junto a las protagonistas humanas, vacas, gatos, una cría de cerdo, hasta una oveja negra, que comparten los muros del castillo, se meten en las habitaciones y las siguen por las estancias, un reparto inesperado que Benchimol incluyó en la película, “porque entendí que esa es la manera que tiene Justina principalmente de habitar el espacio a su manera. Este para mí es su primer gesto de apropiación del lugar”.

“Estoy entregado a lo que el proceso me vaya conduciendo”

Y por si alguien tiene dudas de la realidad de la que parte esta historia, El castillo culmina con los vídeos grabados con el móvil que le ha ido mandando Alexia a lo largo de estos años de amistad. “La película tomaba una forma bastante de ficción y nos parecía que había un sello documental y de material hogareño que la peli merecía incluir, que merecía mostrarse. Fue totalmente intuitivo, pero funciona porque ellas en realidad logran vivir en la casa, disfrutarla, y disfrutar su vínculo”, corrobora el director, que con este material casero en el que ellas se filman a sí mismas deja testimonio de “su punto de vista” y también de “cómo se hizo la película”.

Las dos protagonistas, Justina Olivo y Alexia Caminos Olivo, acuden a San Sebastián para presentar el filme junto al director. “Están muy entusiasmadas. Se sienten muy identificadas con lo que hicimos y conocen como lo hicimos. Las escenas con algunas licencias, que saben que no son tal cuál su vida, las toman con cariño, con gracia”, explica el director, que recuerda que cuando se vieron por primera vez el montaje final sintieron “una identificación total con ellas mismas”.

Martín Benchimol ya había codirigido dos documentales La gente del río y El Espanto pero siente El Castillo como si fuera su ópera prima. “No solo porque es la primera en solitario, sino porque encontré una forma de abordaje que me gusta y sobre la que quiero seguir explorando. Trabajar con cierta dramaturgia real que traen las personas y luego convertirlo en película; ese experimento me gustó mucho porque es bastante incierto. De alguna manera es una pérdida de control muy grande porque estoy entregado a lo que el proceso me vaya conduciendo”. Lo tiene claro: “quiero volver a hacerlo”.

 

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