Consciente de que estamos viviendo “una época de cambio”, Alberto Rodríguez se ha convertido, sin pretenderlo, en uno de los protagonistas del debate que sacude a las grandes (y pequeñas) pantallas. Viejo conocido de San Sebastián, el realizador sevillano regresa a un festival donde ha presentado desde su debut El factor Pilgrim hasta El hombre de las mil caras. Lo hace con una producción con el destino marcado por el sello de las primeras veces. Será la primera serie en Sección Oficial en Zinemaldia, la primera iniciativa de producción propia que anunció Movistar+, y la primera vez que el director de La isla mínima estampa su firma en este formato. Sin acertar a predecir el futuro de la industria, lo que sí hace tras la cámara es cumplir un viejo sueño mirando al pasado. A esa Sevilla de claroscuro y picaresca, que no paraba de lanzarle preguntas.
Woody Allen, Scorsese, David Fincher, Sorrentino… muchos cineastas han encontrado en las series su nuevo medio ¿Qué le motivó a dar el salto?
Este proceso empezó hace casi tres años y yo no pensé mucho en el panorama y en otros realizadores. Simplemente que nos iban a dejar trabajar con una libertad total y nos permitían desarrollar una historia más larga y que, creo, no podría haberla contado de otro modo. Egoístamente pensé que era una buena oportunidad para hacer realidad un viejo sueño, darme un paseo por la Sevilla del siglo XVI.
La televisión tiene unos plazos muy diferentes a los del cine. ¿Puso sus condiciones?
Hemos estado los compañeros que hemos hecho las películas durante todos estos años. Es verdad que hemos trabajado a otro ritmo, un poquito más rápido que el habitual del cine, pero ese engranaje ha sido muy fácil de poner en marcha. La diferencia fundamental es el tiempo, pero también el volumen. Nos enfrentábamos a una película de cinco horas o a tres películas, sí quieres verlo de otra manera.
En Cannes se escenificó la polémica con el desembarco de las nuevas plataformas y las nuevas formas de ver cine y televisión. ¿Donosti ha sido más abierto que otros certámenes?
Yo creo que un festival tiene que poner el foco sobre una serie de producciones de ficción, durante un tiempo, para que les sirva de trampolín para que el gran público se fije en ellas. Sobre todo para las películas, pero no me parece mal este concepto ‘híbrido’, por decirlo de alguna forma.
¿Cree que el concepto de cine se ha expandido? ¿Las diferencias entre formatos se diluyen?
Espero que no. Lo que creo es que cada uno tiene que encontrar su sitio y lo irán descubriendo con el tiempo. Estamos en un momento de cambio probablemente, pero yo sí que apuesto porque cada uno siga existiendo con su propia idiosincrasia.
José Luis Rebordinos manifestó que el festival quiere formar parte del tiempo en el que vive. ¿Cree que los que no aceptan a los nuevos agentes y plataformas están negando el presente y el futuro del audiovisual?
Creo que ni todo es tan blanco, ni todo tan negro. Yo sigo siendo absoluto defensor de las películas, creo que son el formato en el que estoy más cómodo y que más me gusta, pero no creo que haya que cerrarle las puertas a las series o a producciones que estén hechas para otro tipo de ventanas o soportes.
Esto es una cosa, y otra la defensa que se ha hecho de la exhibición de las salas de cine. El lugar natural para ver una película son las salas. No es una pantalla, aunque sea del tamaño de la pared más grande que tengas en tu casa. ¿Que también se puede ver así y se puede disfrutar? Sí, pero cuando un director hace una película lo que quiere es que se vea y se oiga en salas.
“Hay desmanes que se repiten cíclicamente”
Su única y anterior incursión televisiva –dirigió cuatro capítulos de Hispania– no ha podido ser más diferente de esta ficción, que ha supuesto 18 semanas de rodaje en 130 localizaciones de Andalucía. Rodríguez se encontró “preparando dos platos a la vez en la cocina”, con la promoción de La isla mínima y el rodaje El hombre de las mil caras, lo que le impidió estar en el proceso de escritura de La peste, obra de Rafael Cobos. Ambos han confiado en Pablo Molinero, Paco León, Manolo Solo, Patricia López y Lupe del Junco para encarnar a los habitantes del que fue el epicentro de la vida económica de Occidente, al que asolan por igual crímenes y plagas.
Desde Movistar+ se habla de “la serie más ambiciosa de la televisión española”, con 10 millones de euros de presupuesto. ¿Se pusieron ese objetivo?
Lo que hemos pretendido es hacer las cosas bien. Cuando uno aborda un proyecto necesita que el presupuesto sea adecuado a lo que va a contar y, en este caso, sí lo ha sido. Hemos tenido un presupuesto generoso para tratarse de una serie de ficción en España, pero si te fijas bien, son seis capítulos. Un capítulo de The Crown u otra serie internacional es un disparate comparado con lo que cuesta uno nuestro.
Dos guionistas, uno de los cuáles dirige luego
El cartel reza: “Una serie original de Movistar+ firmada por Alberto Rodríguez y Rafael Cobos”. No sé si se siente cómodo con el concepto de showrunner habitual en la ficción estadounidense.
Creo que nosotros vivimos en un entorno distinto. En el caso de La peste hemos actuado como lo hacemos generalmente, tratando de seguir los pasos de una película. La figura como tal, en esta producción, no se ha ejercido o, si se ha ejercido, lo hemos hecho los dos.
La relación entre director y coguionista no es la tradicional.
Rafael está siempre en el casting, conoce a los actores… Esto lo hemos hecho desde el principio porque hemos pensado que era lo mejor para las películas. Él ha seguido ligado prácticamente hasta los estrenos. En la serie el comportamiento ha sido prácticamente el mismo.
La peste es un thriller, hay crímenes, desapariciones, corrupción… Esas palabras podrían servir para hablar también de sus anteriores proyectos. ¿Ve un hilo conductor?
No directamente porque la serie explora otros territorios, es un fresco de un momento más concreto. Pero en cierto sentido sí, por todo eso. La serie tiene algo de cine negro. Y al final todo se resume en que son historias de personajes, que creo que es lo que lo que tiene en común con las tres o cuatro últimas películas que hemos hecho.
¿El título va más allá de la plaga?
Tiene que ver con una enfermedad que no es solo física; con un estado de ánimo; con una forma de pensar, con la corrupción, con lo que se va pudriendo, con lo que se contagia…
Se han alejado de los referentes audiovisuales.
Han sido pictóricos y literarios. Un montón de pinturas, por ejemplo Caravaggio. Rafael se ha empapado de toda la literatura de picaresca de la época. Luego mucha historia, que es riquísima: cómo se organizaba la ciudad, cosas tan nimias como que en la escalera de la catedral se subastaban esclavos. Solo eso ya es un escenario maravilloso y no es habitual para el espectador español. Cuando realmente nos hemos enfrentado a la tarea de hacerlo, te das cuenta de que de la Sevilla del siglo XVI no queda prácticamente nada. Todo está contaminado o tiene mobiliario urbano. Ha sido mucho más complejo de lo que parece y eso, indudablemente, ha condicionado el lenguaje.
Nunca había viajado tan atrás en el tiempo. En La isla mínima encontró similitudes con la España de 2013. En esta ocasión, ¿cómo conecta La peste con 2017?
Conecta con el principio de una forma de pensar. Probablemente se está viviendo un momento extrañísimo porque el Imperio estaba en su punto más álgido y ya había algún documento que decía que eso no podía seguir creciendo. Ahora estamos en un momento de recesión absoluta. Sí que te puedes preguntar en 2017: ¿qué pasó con todo eso? Ahí es donde creo que está el enganche. Hay cosas, gestos y desmanes que se siguen repitiendo cíclicamente y que ya entonces empezaban a aflorar.
Como sevillano, supongo que tenía una idea preconcebida de su ciudad que ha cambiado con este flashback.
Creo que eso ha sido lo más interesante de la serie. La cantidad de prejuicios que teníamos sobre cómo se vivía en esa época. Y realmente, cuando empiezas a documentarte y a entrar en la pequeña intrahistoria del momento, te das cuenta de la cantidad de cosas que ignorabas, por ejemplo que el 10% de la población fuese negra. Hemos intentado que el espectador se meta a pie de calle. No estamos contando la historia de grandes reyes, ni intrigas palaciegas, sino la de aquellos que no salen en los libros de historia.
Con 50 minutos cada capítulo se aleja de los estándares habituales en nuestro país. ¿Se ha hecho pensando en el mercado internacional?
Es muy complicado hacer 80 minutos buenos. Eso es hacer casi una película por capítulo. Nosotros lo que hemos decidido es abordar un formato que pudiéramos abarcar, no pensando en la salida internacional, sino en que el espectador lo que vea sean 50 minutos de calidad y que no haya nada de relleno. Siempre me ha parecido excesivo el metraje de las series españolas.
¿Se considera seriéfilo?
No sigo mucho las series. Pero The Wire me pareció maravillosa.
¿La puerta a una segunda temporada está abierta?
Creo que sí, pero no soy yo el que tengo que decirlo. Yo no estaré implicado probablemente.
¿Regresará a la gran pantalla en su próximo proyecto?
El objetivo máximo es descansar una temporada. Es bueno parar para replantearse cosas y recargar pilas, pero tengo una idea que está más cerca del formato de una película que de una serie.