Afirma que llegó al cine «tarde y aturullado», pero Juan Cavestany no tardó en convertirse en uno de los nombres propios de nuestro séptimo arte y con Gente en sitios pegó un puñetazo en la mesa ante el que se rindió la crítica. De esta propuesta coral, sin presupuesto y cámara en mano, ha pasado en cuatro años a firmar una de las apuestas de Movistar+, la serie Verguënza, que estrena en noviembre. Y es que reconoce que su trayectoria como guionista, director y dramaturgo –cuenta con un Premio Max por Urtain– parte de una inquietud permanente por huir hacia delante: «Siempre he querido hacer ‘otra cosa’ y estar en ‘otro sitio'». Ahora, este exponente de un humor absurdo e incómodo, para el que «las películas antiguas son el futuro», se ha sumado a la Academia. Una invitación en la que aceptar significaba «hacer un gesto hacia algo colectivo».
Su formación es en Ciencias Políticas y Periodismo, ¿cómo llega a ponerse detrás de una cámara?
El cine había sido un deslumbramiento de la infancia como el de muchos niños, poco organizado y menos informado aún. Luego siempre he querido hacer ‘otra cosa’ distinta a la que estuviera haciendo en un momento determinado. A este impulso huidizo en realidad solo conseguí darle forma cuando rodé Gente en sitios, es decir tardísimo.
¿Se siente cómodo con la etiqueta de cine experimental y de autor?
Supongo que lo de experimental sí, un poco, pero lo de autoral tengo dudas.
Si ya es complicado rodar en España, hacer un cine de guerrilla, con presupuestos mínimos, ¿es misión imposible?
Yo he hecho lo que he podido en un puñado de películas nada más, pero es verdad que cada vez me cuesta más, es complicado organizar complicidades.
El teatro es una parte fundamental en su carrera, ¿cómo se relaciona con su faceta cinematográfica?
Lo primero que escribí en forma dialogada fueron escenas cortas para Animalario, y mi primer guión, Los lobos de Washington, originalmente era una obra de teatro pensada para la compañía. Desde entonces, como siempre he querido hacer ‘otra cosa’ y estar en ‘otro sitio’, el teatro me ha servido de coartada de mis carencias en el cine, y viceversa, con el resultado de un gran desarraigo. Me identifico con Rafael Sánchez Ferlosio cuando dice que el denominador común a todo ha sido siempre una gran sensación de vergüenza. Lo poco que sé se lo he copiado a Andrés Lima y a Mariano Barroso, con perdón a ambos.
¿Qué ha supuesto Animalario en la escena teatral española?
Si pienso en el proceso de creación de Urtain y su posterior impacto, hace ya diez años, creo que fue de lo más gratificante de mi vida. Puede ser que ya antes, Alejandro y Ana había coincidido con un momento de revitalización de cierto tipo de autoría y circuitos teatrales.
Se estrena en televisión como director, al igual que otros realizadores españoles como Alberto Rodríguez o Enrique Urbizu. ¿Cree que es una tendencia este trasvase entre la gran y la pequeña pantalla?
El auge de la televisión de pago es una realidad ahora y en mi experiencia como director y espectador, es interesantísimo. No sabemos si será pasajero, desde luego el cine como lenguaje y referencia sigue plenamente vigente, y quiero pensar que la sala de cine se mantendrá e incluso volverá con fuerza, como los discos de vinilo.
¿Qué le motivó a dar el salto?
Más que saltos son tentáculos de una misma cosa. Hemos hecho Vergüenza como serie de televisión porque era su formato natural y después de desarrollar el proyecto durante varios años, llegó la plataforma que necesitaba ese contenido, con lo cual más que una motivación es una oportunidad.
Libertad, independencia y riesgo creativo son calificativos que se asocian con sus cintas. ¿Están presentes también en Vergüenza?
Yo creo que sí, porque viene del mismo barrizal, y además porque Movistar+ nos ha pedido, casi exigido, esos elementos, y además luego ha cumplido rigurosamente con su apuesta y con su exigencia.
¿Hasta qué punto es importante el público a la hora de abordar sus historias?
El público es un misterio y a la vez un anhelo de cualquiera que se proponga elaborar un relato en cualquier forma, una canción o un nuevo tipo de arroz instantáneo. Al escribir y rodar Vergüenza soy consciente de que seguramente me dirijo a un público más amplio que el de Esa sensación, por ejemplo, pero eso no me hace tener nada más claro respecto al proceso ni a su posible repercusión.
Antonio de la Torre, Roberto Álamo, Javier Gutiérrez, Maribel Verdú, Raúl Arévalo… Nunca le han faltado los grandes rostros del cine español para encarnar a esos protagonistas que no encuentran su lugar.
Trato de juntarme con gente pacífica y constructiva, que sepa escuchar y a la que me guste escuchar. Me gusta la normalidad y el sentido común, incluso a costa de la diversión. Cuando ha sido así, he aprendido mucho. Cuando no ha sido así, he aprendido más todavía.
En el pasado ha afirmado que busca que lo que dice tenga algún valor “en medio de una sobresaturación de información y estímulos y en plena decadencia moral” ¿Es el cine un arma cargada de futuro?
En esa cita puedo reconocer mi propia sensación de no dar abasto como espectador, consumidor, emocionalmente, etc. que es sin duda el estado en que se pretende que estemos. Esto intento combatirlo a través, por ejemplo, de la lectura de Pablo D’Ors y de ver películas antiguas, que son el futuro. Ahora ir al cine requiere un esfuerzo casi como el de ir al teatro, ese ejercicio de abstraerse del ruido exterior y concentrarse, un hábito que se va perdiendo. Una película como Handia, que cito por ser la última que he visto, más que apuntar al futuro apunta a lo eterno, y además me parece que debería recetarse como fármaco.
La crítica ha vinculado sus filmes con la tradición cómica de Valle-Inclán, Gómez de la Serna, Buñuel, Azcona o Cuerda, ¿qué valor le da al humor?
El humor, aún cuando uno no sabe utilizarlo para relacionarse socialmente, al menos sirve para relacionarse con uno mismo y con lo que nos hace daño. Aporta distancia y relativización. Es un filtro frente a la fealdad, en este sentido comparable a la función del arte. A través del humor se reconoce y se reconcilia uno con la pequeñez o la tiranía de muchas empresas humanas.