Juan Cavestany: “Intento no caer en películas impenetrables”

Por Enrique F. Aparicio · 19 septiembre, 2020

Un efecto óptico, protagonizada por Carmen Machi y Pepón Nieto, es el último artefacto del personalísimo cineasta, que presenta en la sección Zabaltegi de San Sebastián

Una pareja de mediana edad, instalada en la más absoluta de las rutinas, parte de viaje a Nueva York para constatar, con sorprendentes resultados, lo que se parece a su Burgos natal. Ese desplazamiento en el espacio, pero también en el tiempo y en su propia naturaleza, le sirve a Juan Cavestany para recorrer varios géneros cinematográficos y transmutar el paseo sin rumbo del turista en una búsqueda infinita de la identidad propia. Dos de los rostros más reconocibles de nuestro cine y nuestra televisión, Carmen Machi y Pepón Nieto, se enredan en esta narración en bucle que tiende un puente posible entre los universos lyncheano y azconiano.

 

Una pregunta sobrevuela toda la película: ¿dónde estamos? En mitad de la incertidumbre actual, cobra una nueva dimensión.

Absolutamente. Ha sido una coincidencia cósmica. Esta película es un proyecto que llevo arrastrando varios años, y que siempre ha orbitado en torno a esos temas: la relación con el espacio, la desubicación, la relación con la realidad… Por casualidad, nos ha tocado todo el montaje y la presentación en mitad de la pandemia, y de repente la película parece premonitoria. Incluso nos planteamos si incorporar algo, pero habría sido una maniobra oportunista. La historia trata de gente que repite una vez todo su periplo sin aprender, y que se mueve por un mundo en el que la gente no está o no se la ve.

La repetición y la confusión, ¿son también elementos cinematográficos?

Igual sí, porque en la estructura dramática siempre hay una idea de ciclo, de viaje de ida y vuelta, de recorrido –que puede ser de aprendizaje, de aventura, fatal o iluminador–. Cuando nos enfrentamos a historias en el cine, consciente o inconscientmente esperamos esa repetición; quizás no en la propia trama pero sí respecto a otras cosas que hemos visto. Hay una expectativa de reconocimiento, nos hemos acostumbrado a recibir la información de determinada manera.

Y luego, hay una tradición de películas sobre bucles temporales o bucles en la narración, a la que este trabajo se acerca un poco sin pretenderlo, porque no me gustan demasiado esas películas, estilo Memento, en la que la estructura funciona como un puzzle que hay que resolver. Atrapado en el tiempo sí me hace gracia.

Esta película trata también sobre lo que es una película, o sobre la sensación de una película, y eso sí tiene encaje con una cierta tradición fílmica. Al final es una reflexión sobre el tiempo, del manejo y manipulación del tiempo, que es de lo que va el cine.

El montaje juega con las relaciones entre tiempo y espacio.

Me da la impresión de que he hecho una película con bastantes lecturas posibles. Y como suele pasar con mis cintas, no parto de ocurrencias, tesis ni artefactos; no quiero plasmar mi visión o mi reflexión sobre algo. Pero están ahí, a nivel intuitivo. Parto sobre todo de la experiencia. En este caso, yo pasé bastante tiempo en Nueva York trabajando como periodista, y fantaseo con lo que sería estar de vuelta allí. Del mismo modo que allí tenía muchos momentos de desubicación respecto a mi vida en España. La historia nace de esa experiencia y de la observación del viajero, del artificio que es en sí la experiencia del turista: te vistes con ropa que no es la habitual, vas a los sitios a los que te han indicado que tienes que ir, lees la guía de viaje como si fuera un guion. Cuando te cruzas con turistas ves que son casi como tú pero no lo son, los identificas siempre no tanto por el vestuario sino por la actitud. Eso siempre me ha provocado curiosidad.

«Siempre he tenido la inevitable tentación de querer abarcar distintos géneros»

Se crean ciertos paralelismos entre cultura pop y la cultura tradicional, como guiños a Caperucita roja. ¿son cables a tierra para empatizar con la historia, para reconocer algo dentro de la extrañeza?

Probablemente. Tengo precaución de no caer en una película impenetrable, con referencia solo a mis propias pesadillas. La película es enigmática y misteriosa, pero cuando escucho a la gente hablar de ella, pienso que es más transparente y accesible de lo que podría haber sido. Hay algunas motivaciones para rodar más estéticas, fotográficas. He bebido de fotógrafos como William Klein y Philip-Lorca, que se mueven en la órbita de lo narrativo, de lo cinematográfico.

También hay un trabajo con la imagen de archivo, de la imagen de deshecho… De la ciudad de Nueva York como género fantástico o de género. A veces he descrito la peli como una fábula, la historia de dos padres que se van de viaje y dejan a su hija camino a algún lado.

De hecho, los protagonistas captan imágenes con su propia cámara.

Es una cámara más de la película. Está su historia, su historia repetida y la conciencia de que están en una película. Ellos llevan su cámara –no un móvil, una cámara digital de las que ya casi no se ven–, desde la que se accede a otro plano de irrealidad. Normalmente les salen cosas imprevistas o les sale mal.

¿Esta película tiene género? ¿Le interesa tenerlo?

Siempre he tenido la inevitable tentación, contra la que todo el mundo te advierte, de querer abarcar distintos géneros. Gente en sitios no se decidía qué quería ser, y esta –aunque tiene una narración más uniforme– quiere también abrazar muchos géneros. Es una deriva mía, porque como espectador disfruto de todo, no sabría decir cuál es mi género favorito. Hay comedia constumbrista, retrato del español medio, terror… No quiero dejar nada por hacer. En ese sentido me dan envidia los actores, que pasan de series a cine, de comedia, a drama, de algo comercial a cine de autor…

Presenta la cinta en el año más raro de San Sebastián.

Sí, y también ha surgido con su dosis se extrañeza. Estaba montando la película, que es completamente independiente y he producido con amigos, y un día me crucé con José Luis Rebordinos [director del festival]. Salía de montar y pensé que tenía que llamarle. Pero se me pasó. No le llamé, y a los pocos días me llamó él, que se había enterado y le interesaba. Yo dudaba de si era una película para San Sebastián o para Sitges –donde también estará–, pero ir a Donostia, para una película tan pequeña, es un logro y una ilusión. También voy inquieto, con unas ganas de celebrar relativas. Pero a la vez con ganas de colaborar en mantener viva la llama.

¿Dónde está Juan Cavestany en 2020?

En el limbo, buscando el suelo.

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