Oliver Laxe: “Me inmolo en cada película”

Por Enrique F. Aparicio · 24 junio, 2019

La diversidad y la fragilidad son cualidades atractivas para Oliver Laxe (París, 1982), que acudía de nuevo a Cannes, donde ha presentado sus tres largometrajes, para defender la primera película en gallego que se ha visto en La Croisette. También era la primera vez que este cineasta de renombre, para el que es significativo que las cintas españolas premiadas en Cannes no suelan contar con apoyo de las televisiones nacionales, rodaba en su tierra, una Galicia en la que el ser humano y el fuego forman “espejos el uno del otro” en su relación con la naturaleza, siendo capaces de crear belleza y dolor. Sin la presión de “legitimar mi mirada” al enfrentarse con la cámara a su entorno más inmediato, Laxe ha procurado incrustar en las imágenes la libertad y la absoluta entrega que le llevan a hacer cine: “no veo otra manera de hacer mi trabajo”.

Vuelve de Cannes con premio, ¿qué cree que ha visto el jurado en O que arde?
Vuelvo con dos premios, no solo con uno, también hemos ganado el premio a la mejor banda sonora. Cuesta tanto ganar premios en Cannes que no quiero dejarlo pasar por alto.

Creo que una de las cosas que más puede gustar a un espectador o a un miembro de un jurado es la libertad con la que se ha hecho una película. Todos amamos la libertad y anhelamos ser verdaderamente libres, por lo tanto disfrutamos cuando sentimos que alguien ha sido libre, porque queremos lo mismo para nosotros. Hemos filmado esta película en medio de incendios reales, donde muere gente. Es un ejemplo. Creo que al jurado le ha quedado claro que yo quería y necesitaba hacer esta película, al precio que fuera. Y esta actitud se marca a fuego en una película, nunca mejor dicho. Eso se siente. Yo me inmolo cada vez que hago una película, no veo otra manera de hacer mi trabajo ahora mismo. Por otra parte he filmado un espacio que me es profundamente querido, el valle en el que ha nacido mi familia. Me imagino que algo de ese amor está en las imágenes, y que les habrá llegado también. Creo que les ha quedado claro que por encima de todo yo quería y necesitaba filmar algo que amo verdaderamente.

La suya es la primera película en gallego en Cannes, ¿qué atractivo cree que ha tenido en un festival de semejante oferta?
Creo que en oficial nunca ha habido películas enteramente en catalán o en euskera, por una vez hemos sido los primeros. Los gallegos estamos en la periferia de Europa, un poco al margen de todo, para bien y para mal. Y siempre que las voces pequeñas se reivindican lo celebro, me gusta la diversidad y la fragilidad. En Galicia tampoco es que nos preocupe ser los primeros de nada, hemos aprendido a morir, y en el fondo nunca nadie es primero de nada, ni tampoco sirve para nada. Pero siempre viene bien un buen grito o gemido al aire de vez en cuando. Al volver a Galicia, me he dado cuenta de que ha sido un hito cultural muy importante para nosotros, muy sano. La gente se ve reflejada en la película, y eso estructura. Nos hemos quedado todos muy a gusto con este grito. Los personajes de O que arde son perfectamente reconocibles por todos los gallegos, pero espero que también lo sean para el resto de españoles. Con esa intención se ha hecho.

De nuestros cineastas, solo Víctor Erice logró participar en Cannes con sus tres primeras películas, ¿le ha dado vértigo?
Como las cosas pasan poco a poco, no te da tiempo a tener vértigo. Vértigo sentí en 2010 con mi primer largo, Todos vós sodes capitáns, que era la única película española en Cannes. ¡Los 30 000 euros que costó hacerla representaban a la industria cinematográfica española al completo!

¿Qué le ha aportado su paso por Cannes a su carrera cinematográfica?
Las dos últimas veces que he vuelto de Cannes con premio he tenido la ilusoria creencia que a partir de entonces las cosas cambiarían positivamente para mí en España. ¡Pobre inocente! O que arde fue, por ejemplo, rechazada dos veces por la televisión pública española, la de todos, y ya van cinco veces que presento proyectos sin obtener un solo euro de este canal «marca España», proyectos serios. Todo el mundo puede entenderme si digo que, tras una tercera vez ganando allí premios, no quiero volver a pecar de iluso y me planteo hacer la siguiente en otro país, donde la industria esté enfocada a obtener premios en Cannes, el más grande escaparate cultural y económico de películas del mundo. Y no lo digo lamentándome, es muy sano hacer películas en otros países. Pero es importante decirlo, porque no es normal que suceda.

Ha rodado por primera vez en España y en su idioma materno, ¿qué ha sido diferente en el proceso?
En mis dos anteriores películas filmadas en Marruecos he tenido que cuidar mucho cómo mirar y desde dónde mirar. No quería utilizar Marruecos de mero decorado. Quería ser justo con nuestro país vecino, no deformar su imagen, ir más allá de esos clichés que muchas veces el propio cine alimenta. Pero en Galicia no he tenido que preocuparme tanto por la manera de mirar, no he tenido que pensar tanto, no tenía que legitimar mi mirada. He podido trabajar con más naturalidad.

Un marroquí, un bereber, un gallego o un andaluz… son en esencia iguales, y me enfrento a ellos de la misma manera. Pero obviamente al filmar en mi casa hay algo de mi propia esencia y de la esencia de ese lugar querido que, filmando en otros lugares, sería más difícil que surgiera. En el fondo, creo que hacer cine es conectar con la esencia de uno.

¿Qué le ha descubierto la cámara de un lugar tan familiar?
He intentado hacer la película más digna, honrosa y amorosa posible, filmando en las tierras donde mis antepasados han vivido y trabajado durante siglos. Si no me he mentido mucho a mí mismo, lo cual es siempre posible, filmar así tiene siempre consecuencias. Nada es inocuo, filmar de una manera u otra siempre las tiene, en este caso positivas para mí. Pero como son esenciales y estructurales, operan a la sombra de la conciencia. Así que tampoco me pregunto mucho por lo que he descubierto, tengo fe en que ha sido un viaje benéfico, y punto. Me ha servido para enraizarme más, pero me imagino que también he aliviado algunos de esos dolores que todas las familias arrastran de generación en generación. Es un territorio complejo, no nos es fácil entenderlo. Pero el cine es una invocación muy potente que puede operar a ese nivel.

Últimamente se habla de nuevo del problema de la despoblación de la España vacía, ¿qué ecosistemas humanos estamos perdiendo?

Estamos perdiendo unos valores milenarios, la sabiduría de cómo gestionar nuestros egos sin acabar siendo unos imbéciles por el camino. Eso es lo más grave que estamos perdiendo. En el ámbito rural hay cortafuegos a la imbecilidad. Antes la naturaleza nos enseñaba, nos exigía, nos empequeñecía, nos serenaba. Ahora se supone que eso lo hacen las universidades…

“Mis personajes conviven con la idea de sentirse pequeños”

¿Cree que la piromanía es un ejemplo paradigmático de la relación entre ser humano y naturaleza?
La película no es una tesis sobre la piromanía. Tampoco estamos seguros de que el protagonista, Amador, «el que ama», haya prendido fuego a la montaña. A lo mejor ha sido un rayo el que lo ha provocado, o una negligencia cualquiera.

En O que arde, el fuego y el ser humano son espejos el uno del otro. Estamos todos de acuerdo en que el fuego es una de las cosas más hermosas que existen en el mundo, y al mismo tiempo es cruel y provoca dolor. Con el ser humano pasa un poco lo mismo, somos capaces de lo mejor y de lo peor. Y el cine nos permite dar un par de pasos atrás y entender, o mejor dicho sentir, que la vida es compleja y muy difícil de entender. Desde ese lugar sin juicios he querido mirar a mis personajes y a la naturaleza que los envuelve. No hay oposición entre una cosa y la otra. Amador y su madre Benedicta se sienten pequeños ante los elementos, pero conviven muy bien con la idea de sentirse pequeños.

La suya es una trayectoria en los márgenes del cine español contemporáneo, ¿se siente cómodo en ese tránsito?
Mis películas han ganado cuatro premios con tres apariciones en Cannes. Que a eso se le pueda seguir llamando márgenes del cine español habla claramente de los problemas estructurales del cine español.

A la luz de la edición de este año, ¿cree que el cine español actual planta cara en festivales como Cannes?
Ha sido un año muy bueno. Tres películas en secciones oficiales y con aceptación unánime por parte de público y prensa internacional. A mí personalmente me parecen los tres muy buenos trabajos, y lo que más destaco es que nuestras voces sean tan diferentes. Esa diversidad es muy sana en una cinematografía. Es, desde luego, el camino. Pero es un espejismo. Albert Serra ha financiado su película en Francia, la ha tenido que filmar en alemán, francés… La mía tiene un sesenta por ciento de dinero europeo y voy camino de hacer mi siguiente fuera. Entre Albert y yo sumamos siete apariciones en Cannes, ¿cuántas de estas películas han sido apoyadas por una televisión nacional?

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