Jonás Trueba: “Mi manera de relacionarme con el mundo son las películas, ellas son mi Instagram”

Por María Gil · Fotos: © Nacho Lopez Gonzalez de Aguilar · 12 agosto, 2019

Estrena La virgen de agosto, protagonizada y coescrita por Itsaso Arana. La actriz interpreta a Eva, una mujer de 33 años que decide quedarse en Madrid en agosto, un tiempo de oportunidades para cambiar su trayectoria vital

No tiene redes sociales, pero no resulta difícil averiguar qué libros ha leído, que películas ha visto y sobre qué discute con sus amigos y reflexiona Jonás Trueba (Madrid, 1981), que entiende el cine como “una oportunidad de compartir cosas que te gustan con el espectador”. Las verbenas madrileñas, el calor asfixiante que se combate con sandía, cerveza y ventilador, y las canciones de Soleá Morente y La Bien Querida conforman la atmósfera de su quinto largometraje, La virgen de agosto, “una película sobre la identidad y sobre cómo los días de agosto me permiten repensar quién soy, a qué me dedico…”, donde, por primera vez en su filmografía, sigue a un personaje femenino de principio a fin.

Coescribe esta historia junto a la actriz protagonista, Itsaso Arana, a quien dirigió en La reconquista. ¿Ha cambiado la forma de crear respecto a sus anteriores trabajos?
En La reconquista vi muy claramente que había una coguionista en potencia maravillosa y le propuse escribir algo juntos. Le hablé de una sensación que tenía de Madrid en agosto, la transformación de la ciudad y todo lo que sucedía en esos días. Ella también había vivido sus propios agostos en la ciudad y sentimos que podíamos hacer algo ahí. Aunque es el primer guión de Itsaso, ella ya había escrito con su compañía La tristura y compartíamos muchas cuestiones casi generacionales y maneras de entender la creación.

Yo ya había coescrito antes y es un formato que me gusta. Azcona decía que el guión se hablaba más que se escribía. Al final poner negro sobre blanco en una página es lo de menos, lo importante son todas esas conversaciones que tienes.

Es la primera vez que en uno de sus filmes el personaje femenino está en el centro.
Ese es para mí el gran salto que he dado con esta película, atreverme a filmar a una mujer de principio a fin. Lo he intentado hacer con el mayor de los respetos, con mucha humildad, mucho cuidado y también con mucho vértigo. Me tranquilizaba que contaba con Itsaso y con mujeres que me acompañan en el equipo casi desde mi primera película, como Marta Velasco, Laura Renau, Lorena Tudela y Amanda Villavieja. No queríamos hacer un retrato de la feminidad, sino un retrato honesto y fidedigno de una mujer en concreto esos días. De lo que más orgulloso me siento es de esos momentos, casi misteriosos, a los que sé que no habría llegado con un personaje masculino o yo solo. Cuando una mujer está sola en la intimidad o sus conversaciones con otras mujeres. Para mí era muy delicado filmar eso, me sugería muchas dudas y muchas preguntas. Y de repente sientes que puedes estar ahí, privilegiadamente, con tu cámara.

Siempre ha dicho que le gusta hablar de “cosas que conozco mucho y tengo cerca, que haya una identificación primera” ¿Han cambiado los temas que le interesan?
Un poco, pero yo creo que socialmente han cambiado. De un tiempo a esta parte participo en conversaciones con mis amigas, en las que de repente están hablando de la regla. O cuestiones más propias de la mujer que antes no se hablaba tanto y ahora se habla. Es algo que está ahí y empieza a ser más natural.

El tema de la película es sentirse viviendo, volver a filmar con total legitimidad un paseo, una comida en un banco, una mirada, cómo te bebes un vaso de agua, cosas muy simples que nos preguntábamos a veces si eran dignas de ser filmadas. Yo creo que sí, al final son momentos cotidianos que te hacen sentir en el mundo. Ahora que estamos tan hiperconectados con las redes sociales, a veces nos olvidamos de estar sintiendo las cosas en el momento y la película va bastante de eso.

La virgen de agosto comienza con un texto del escritor, filósofo y poeta Ralph Waldo Emerson, pero es prácticamente la única cita en el metraje. ¿Es la película con menos referencias cinematográficas y literarias de toda su filmografía?
Es algo que siempre se me hace notar. ¿Cuál es el problema? El cine es una oportunidad de compartir cosas que te gustan con el espectador. Cuando lleno las películas de canciones, de cosas que me gustan, entiendo que ofrezco eso, la propia ciudad, la luz, los sonidos… En mi vida cotidiana, con mis amigos, a veces lo más interesante de nuestras conversaciones es cuando hablamos de lo que leemos y vemos. Mi manera de relacionarme con el mundo no es precisamente Instagram, que no tengo, son las películas. Ellas son mi Facebook e Instagram. No estoy dando el coñazo todos los días, hago una película cada cierto tiempo, y ahí intento poner las cosas lo mejor que puedo.

En los créditos de La virgen de agosto hay una lista de libros que la han inspirado. Lejos de parecerme un problema, o que pueda parecer pedante o intelectual, es un gesto de humildad, de decir que son libros que nos han ayudado y hemos disfrutado.

A mí lo que más me ha gustado de mis películas es cuando ha venido gente y me ha dicho que ha leído el libro de Natalia Ginzburg porque ha visto Los exiliados románticos, eso es para mí misión cumplida, el éxito. O gente que descubrió el grupo de jazz que sonaba al final de Todas las canciones hablan de mí. O alguien que me preguntaba por el restaurante chino de Los ilusos. Cosas físicas, cosas reales, que se materializan en la película, que es un canal de transmisión. Prefiero que me digan que han descubierto las canciones de Rafael Berrio gracias a La reconquista a que me digan que soy muy buen director.

La cinta llega en un momento en el que el tema de la maternidad interpela a la sociedad. Hace poco salía en las noticias que los nacimientos caen casi un 30% en España en la última década. También vivimos una desmitificación de la maternidad idílica, el debate de la maternidad subrogada… ¿Todo esto ha impregnado tu película?
El tema de la maternidad cuando pasas los 30 años casi lo invade todo. Los amigos que tienen hijos y los que no, los que pueden, los que se lo plantean, los que querrían pero no pueden, los que no querrían de ninguna manera, la discusión en torno a como nos segregamos los que tienen hijos de los que no… Son temas que están en el día a día de cualquier treintañero en España. No haces la historia pensando ‘esto es lo que sale en los medios de comunicación’, sino que a partir de un marco mucho más existencial aparecen asuntos mucho más concretos que están en el aire y que no intentamos imponerlos o elegirlos, sino incorporarlos de una forma orgánica.

Rodaron en las fiestas populares de San Cayetano, San Lorenzo y La Paloma, el escenario de la ficción.
Fueron 20 días de rodaje, frente a 15 de ficción, prácticamente en tiempo real. Hay una identificación muy grande conmigo, aunque sea una mujer la protagonista, porque estoy filmando mi ciudad con lo más profundo, básico y existencial de ella. Lo que tuvimos claro, con el director de fotografía Santi Racaj, es que no queríamos hacer planos recurso o dar el contexto con una grúa. Que Madrid fuera un fondo más o menos reconocible que la gente pudiera intuir.

Pero también hay una visión de fuera, de visitante.
Desde Todas las canciones hablan de mí tenía esta idea de ir como un turista por Madrid. Siempre pensamos en el turismo como algo pernicioso que nos invade, pero todos hemos sido turistas y, cuando vamos a otra ciudad, miramos las cosas con una ingenuidad, curiosidad y generosidad que luego no aplicamos a la nuestra. Yo intento hacerlo, mirarla con asombro, como por primera vez.

Y por otro lado, veo esos autobuses rojos llenos de gente y pienso que Madrid no da para un autobús turístico. Madrid no funciona como ciudad turística, no deja de ser un cúmulo de accidentes. Somos una ciudad caótica, hecha en desorden. Es lo que intenta mostrar la película, que para entender Madrid hay que vivirla, estar en el día a día, en las calles, en los bares, recorrerla, perderse… tiene algo imprevisible, algo inacabable.

“Intento en cada película desaparecer más como director, imponer menos las cosas”

Al igual que Madrid, Francesco Carril, Vito Sanz e Isabelle Stoffel son una contante en su filmografía.
Hay una idea casi de troupe de teatro, de que puedas volver a trabajar con ellos una y otra vez y son inagotables. Les vuelves a poner en el mismo sitio o en una situación parecida y nunca son los mismos. No trato de vestir a los actores con un personaje, nunca he hecho eso. Intento convencerles para que estén en la película y aporten lo mejor que tienen. Es la idea renoiriana de que son más interesantes ellos como personas que el personaje que yo haya podido pensar para ellos. Me gusta trabajar con actores particulares, genuinos, que precisamente no ves en otras películas o series. También quiero que las cintas tengan un aire familiar, que si alguien ha ido viendo una película nuestra, y luego otra, sienta que está en terreno conocido.

Es su quinto largometraje. ¿De que forma dialoga con sus anteriores trabajos?
Al final hay una serie de cuestiones que se repiten, o que vuelven en modo de variaciones. A mí me gusta que las películas dialoguen entre sí y con las de otros cineastas que me gustan. Volver a rodar en los mismos sitios o en lugares parecidos, pero que los filmas con otra luz porque es otra época del año, en otro momento de la vida. Nunca es lo mismo. Cada vez tengo un sentido del cine más originario, como lo pensaban los hermanos Lumière, que iban con su trípode, elegían un trozo de calle y lo filmaban, dejando ese registro para el tiempo. Yo entiendo el cine así: generar un registro de un tiempo o de unas personas concretas, un registro vital, propio. Es un camino que vengo haciendo desde Los exiliados románticos, de una manera más o menos intuitiva: buscar ese gesto más originario, esa disolución de la idea del autor. Sabiendo que, obviamente, tu personalidad va a estar porque se ve como te posicionas ante la realidad. Intento en cada película desaparecer más como director, imponer menos las cosas.

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