En todas sus películas, de un modo u otro, Jonás Trueba está “a vueltas con el amor”, un tema al que regresa con Volveréis, donde muestra la cotidianidad de una pareja, que deja perplejos a sus seres queridos cuando anuncia que terminarán 15 años juntos con una fiesta de ruptura. En su octavo largometraje, el cineasta madrileño hace gala más que nunca de herencia cinematográfica, aquella que viene de su familia –dirige a su padre, Fernando Trueba, que debuta como actor– y de las comedias clásicas de Hollywood. Jonás Trueba se lleva este género a su terreno para reflexionar sobre las relaciones, el propio cine y cómo los libros y las películas nos hablan de nosotros mismos. “Estamos bien” puede ser la frase que más repitan Itsaso Arana y Vito Sanz a lo largo de esta historia, premiada en la Quincena de Cineastas del Festival de Cannes y que llega a los cines este viernes 30 de agosto.
Parte de una ocurrencia de su padre, Fernando Trueba: que hay que celebrar el final de las relaciones y no el inicio. ¿Cuándo se convierte en una película?
Era una idea que guardaba a partir de una frase suya y yo mismo la comentaba cuando algunos amigos se iban a separar. Me di cuenta de que funcionaba más como una ficción, que tenía algo de idealista. Siempre pienso que las películas que hacemos tienen este componente. Era muy consecuente con lo que venimos haciendo y además contiene la mecánica de las comedias clásicas que siempre me han gustado. Creo que me estaba esperando. A veces las películas las llevas dentro y no lo sabes.
En Volveréis está muy presente la repetición, tanto en la estructura, como en la referencia al libro de Sören Kierkegaard. ¿La pone en valor?
Yo la reivindico mucho. Sabiendo que está mal vista de alguna manera y que en el cine parece que todo tiene que avanzar siempre. La repetición forma parte de la vida de una manera absoluta. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, repetimos los mismos gestos, las mismas frases…Y el cine lo evita o lo deja de lado. Hay algo que me gusta reivindicar para el cine, toda una serie de cosas que el mainstream suele obviar, que son los ritmos de la vida cotidiana. El cine parece que le tiene miedo a la vida o que no le parece suficiente la realidad y la quiere todo el rato acelerar, domesticar, manipular, espectacularizar, como si la vida no fuera suficiente.
“El cine mainstream suele obviar los ritmos de la vida cotidiana”
El amor es una constante en su filmografía.
Prácticamente está en todas mis películas, mejor o peor, más o menos, va y viene. Supongo que siempre estamos a vueltas con el amor. Los exiliados románticos era una reivindicación de los amores efímeros de verano, del puro presente. En La Reconquista había más peso del amor pasado, un amor que perdura más allá de las relaciones mismas. En Volveréis lo contamos de otra manera que no lo habíamos hecho. Habíamos empezado a amargarlo en Tenéis que venir a verla, y aquí quizá profundizamos más: este amor de la pareja cuando ya lleva un tiempo juntos y hay algo que quizá se percibe gastado y rutinario. Lo mostramos sin convertirlo en un cliché, reivindicándolo. El amor muchas veces es eso y el cine no lo muestra. ¿por qué casi siempre se centra en el principio del amor, el flechazo, o el desastre del amor, el final dramático? Pero casi nunca en lo que es el amor mayormente: el desarrollo de la pareja. Puede ser muy elástico y va mutando y es lo interesante.
¿Qué comedias clásicas le han marcado?
A Itsaso y a Vito les hice ver las que son canónicamente entendidas como comedias de enredo matrimonial. El libro La búsqueda de la felicidad, de Stanley Cavell, trata sobre este género en el que una pareja se separa y vuelve o se da una segunda oportunidad, a partir de siete títulos: Sucedió una noche, La pícara puritana, Las tres noches de Eva, La costilla de Adán, Historias de Filadelfia y Luna nueva. Durante una semana, veíamos una cada día y luego nos quedábamos charlando y constatando lo modernas que seguían siendo. Lo inalcanzables que son.
He pensado mucho en ese género de la pareja puesta en crisis hasta la locura. Amanecer, de Murnau, aunque no es una comedia, tiene que ver mucho con esta historia de la pareja que se pone en discusión y L’ Atalante también podríamos decir que es una comedia de re-matrimonio. Si te vienes al cine contemporáneo, una película de los Dardenne que está en otro registro, El niño, también es una película sobre la pareja puesta en crisis o Te querré siempre, de Rossellini… Es un género que atraviesa el cine más allá de la comedia.
Volveréis bebe también de estas otras películas. Parte de una premisa de comedia, pero no creo que lo sea exactamente. Y otra que me ha gustado mucho siempre, desde pequeño, Atrapado en el tiempo, trabaja la repetición de una manera muy profunda y la tengo completamente en mi ADN.
Hablando de ADN, siempre ha hecho películas con amigos y ahora suma a su padre, en su primer papel como actor.
También percibo a mi padre muchas veces como un amigo. No deja de ser nunca mi padre, pero creo que tenemos una relación de amistad y de compartir que se puede parecer mucho a la que tienes con un amigo y ha estado muy bien poder incorporarle al equipo de Los Ilusos. Nuestras películas trabajan siempre una cierta idea de grupo y meter a mi padre ahí como uno más ha sido muy emocionante también porque él lo percibía así. Se lo ha pasado bien y ha hecho reír mucho al equipo. De los días más felices de todo el proceso es cuando vino mi padre a rodar porque les dejó a todos muertos de la risa entre tomas. Trajo un espíritu curiosamente muy juvenil y divertido, que es muy suyo. Él es muy chorra, yo creo que probablemente en su colegio era el gracioso de la clase y, si le dejas, lo sigue siendo.
Una de las frases de su personaje es: “¿Para qué sirve un padre si no es para darle bibliografía a sus hijos?”
Esa frase es justa. Salió así espontáneamente en el rodaje, pero que creo que responde a algo que llevamos con nosotros que es esta cosa de la transmisión. Estamos compartiendo libros, películas, canciones, música, artículos de periódicos, conversaciones… todo el rato. Mi padre me ha transmitido esto y yo a él de un tiempo a esta parte. Veo así la vida muchas veces, tiene que ver con una especie de transmisión de cosas que nos gustan de unos a otros. Ese momento de la película lo he vivido muchas veces: mi padre hablándome de algo por lo que está apasionado, algo que está leyendo y que inmediatamente quiere que tú lo leas. Tiene algo casi a veces obsesivo y dictatorial y me ha gustado hacer humor con eso.
En la película, la lectura ejerce casi de terapia.
Los libros, las películas pueden tener algo curativo. Nos han salvado o hemos sentido que nos salvaban o que nos daban una clave de algo en un momento y nos hemos agarrado a ellas como a un flotador.
“Los libros y las películas pueden tener algo curativo”
En La virgen de agosto coescribía con Itsaso Arana y aquí es un guion escrito a seis manos, también con Vito Sanz. ¿Cómo lo han gestado?
Volveréis ha sido una forma de retomar una escritura del cine y del guion más clásica, que también es algo que me viene de familia. Esta es mi película más escrita desde Todas las canciones hablan de mí, en el sentido de sentarme a hacer un guion un poco más canónico, con su estructura, sus diálogos más precisos y muchas versiones.
Con Itsaso y Vito ha sido proponerles convivir conmigo durante el proceso, asumiendo yo la dirección de esa escritura, pero utilizándoles para consultarles todo y ponerlo en crisis todo para conseguir algunas ideas que tienen que ver con los personajes.
Es una coproducción con Francia, donde La virgen de agosto funcionó muy bien.
Es muy difícil llegar al circuito francés y parece que allí solo llega un cine español que parte de la coproducción, como puede ser el de Oliver Laxe, Rodrigo Sorogoyen o Albert Serra. Yo es la primera vez que la tengo. Nosotros llegamos con La virgen de agosto por una distribuidora francesa, somos un caso muy raro. Ahora finalmente se ha dado con Volveréis porque una productora se ha interesado y nos han dejado hacerla como hemos venido haciendo las anteriores, sin ningún tipo de forzamiento. No es que quiera hacer por defecto todas las películas en coproducción. Hay que intentar que sean naturales.
“Uno siempre necesita hacer sus propios rituales”
Los protagonistas usan un método adivinatorio inspirado en Ingmar Bergman, El tarot de Bergman. Como director, ¿qué se augura para pasado, presente y futuro?
No lo sé muy bien. Me lo debería echar ahora, porque estoy ahí en un impás, en un presente un poco extraño entre mi pasado y mi futuro, en una especie de confusión. Lo hemos usado incluso durante el proceso de escritura del guion, le hemos consultado dudas fuertes que teníamos y nos ha ayudado mucho porque no deja de ser un ejercicio de estimulación creativa. De mirar una imagen, una palabra y ponerlas en relación unas con otras. Depende mucho de ti.
Volveréis propone un nuevo ritual en un mundo donde cada vez desaparecen más tradiciones. ¿Cómo se relaciona con los rituales?
Como con muchas otras cosas, de una forma contradictoria. Por un lado, entiendo esa paulatina desaparición de algunos rituales, como las bodas, de tradiciones que reconozco que las veo con distancia, pero que sin duda hemos necesitado siempre.
En nuestra productora, Los Ilusos, siempre antes de empezar una película a mí me gusta ritualizarla y vamos al mismo lugar, que es El Pandora. Es una tradición para darnos suerte, casi algo supersticioso. Y volvemos a ese mismo sitio nada más terminar para constatar qué tal nos ha ido. Al final uno siempre necesita hacer sus propios rituales.
Este de celebrar la separación existe y desde hace tiempo. A mi padre le sale como algo espontáneo, que tiene que ver con una idea de ver la vida casi escapista, de no querer ver el lado triste de las cosas, pero descubrió que en Mauritania lo vienen haciendo de siempre y que en Estados Unidos también se hace. A la gente le gusta celebrar todo, quizá a veces demasiado, pero yo creo que está bien tener rituales. Quizá no exactamente los que se nos imponen.