Lucía Alemany: “El cine debe ser altavoz de las lenguas de la calle”

Por Enrique F. Aparicio · 23 septiembre, 2019

Cuando los encendidos colores de las banderolas que serpentean las calles del pueblo son absorbidos por el sol de los días cada vez más cortos, los parientes regresan a la ciudad y el silencio se instala con el fin del verano, un pequeño pueblo del Levante encontrará a Lis (el descubrimiento Carmen Arrufat), figura central del debut de Lucía Alemany La inocencia, cabalgando los bandazos de la adolescencia. Dar forma a su vocación, liberarse de los límites del amor romántico, plantarle cara a su terrorífico padre (el nunca suficientemente reivindicado Sergi López), hacerse valer entre las chicas de su edad y ser fiel a sí misma –aun sin ninguna certeza de quién es–, son algunas de las cuestiones de esta protagonista, que se construirá ante nuestros ojos esquivando cualquier artificio.

La adolescencia es un periodo de la vida muy retratado en el cine, ¿qué nos atrapa de esos años?
La adolescencia es el despertar: el despertar sexual, el despertar a la individualidad, a los placeres adultos, sin muchas responsabilidades y con pocos filtros. Significa empezar a tomar las riendas de tu vida. Con caras guapas y cuerpos jóvenes, con ansia y euforia. Con la mirada inocente de quien descubre algo por primera vez.

Normalmente hay muchos tópicos en torno a las películas sobre adolescentes, ¿qué visión quería que primara en su historia?
Los adolescentes están creando la personalidad con la que se relacionarán con el mundo, y lo primero que necesitan es mucho respeto, escucha y amor. Solo así podrán caminar libres de inseguridades y miedos. Y ese respeto, escucha y amor debe venir, principalmente, de sus padres.

La inocencia es una película muy localista, que da importancia al contexto concreto, ¿era esto importante para usted?
Sí, me gusta retratar la vida social, ya que todo toma un sentido u otro dependiendo mucho del contexto social en el que se desarrolle. Por eso contar una historia separada de su contexto espacial me sabe impersonal, prefiero meterme en las relaciones sabiendo dónde suceden, de dónde provienen y hacia dónde se dirigen: conociendo la raíz y el núcleo. Así el carácter de los personajes tiene más dimensiones, y esa amplia dimensión es la que le permite al público pensar más sobre ellos, diseccionarlos si se le antoja, empatizar y conocerlos como seres concretos y propios.

Del mismo modo, se reivindica el valencià de poble. ¿Cómo cree que se relaciona esta historia con la lengua en que está contada?
Localizar una historia en un contexto concreto sin respetar la lengua de ese contexto me parece poco honesto. Sería para mí despegarse de una realidad para elevarse a la dimensión cinematográfica, olvidándose de su carácter cine-realidad, en su función ‘documentalista’. Más que reivindicar el valencià de poble, se reivindica que las historias se narren con el lenguaje que se habla en la calle, olvidándonos de los estándares correctos, para que nuestro cine respire alma y vida, más que propiamente intelectualidad.

El lenguaje articula el pensamiento, y el pensamiento pone palabras al sentimiento y la emoción. En la lengua se descubren más particularidades de las relaciones sociales concretas, de las expresiones individuales y de la manera de ver. Por eso me parece sumamente enriquecedor que el cine sea altavoz de las lenguas que se hablan y se usan en los sitios donde se cuentan las historias.

Los diálogos son sorprendentemente naturales, ¿cómo los trabajaron? ¿Hay improvisación?
Hay improvisación, aunque siempre marcada por la pauta del guión. La improvisación la conseguimos rodando todas las escenas de principio a fin, sin fragmentarlas por planos. Cada plano empieza donde empieza la secuencia y termina donde la secuencia acaba, así los actores tienen libertad para vivir y dar ese tono naturalista que desprende la película y que fue nuestro objetivo principal a la hora de crear este proyecto.

”Despegarse de la realidad sería olvidarse de la dimensión cine-realidad”

El pueblo de la historia no está idealizado, no es un lugar idílico en el que siempre es verano: las fiestas se acaban, las amigas se van y quedan los problemas. ¿Qué relación tiene con el pueblo como entorno?
Un pueblo es un espacio muy cerrado. En un pueblo pequeño de unos mil habitantes estás obligado a entenderte con quienes te han tocado, es difícil escoger a tus amigos, también es difícil escoger tus actividades de ocio o saber bien lo que te gusta, porque la oferta es limitada. Tiene cosas muy buenas, como la libertad de la calle, las puertas abiertas, las distancias cortas, la despreocupación en el horario, el no anonimato o el contacto con la naturaleza. Pero tiene otras que lo pueden convertir en una cárcel por el reducido espacio, el miedo al qué dirán, las etiquetas, ese propio no anonimato (que puede ser un aliado o un enemigo) y la falta de libertad a la hora de ser tú mismo, puesto que todo se sabe, se dice o se comenta… Esa polaridad es la que la película quiere mostrar, tratando el espacio como un personaje más, con sus virtudes y sus defectos.

¿Cree que el cine español cae en los tópicos del locus amoenus?
No lo creo, puesto que hay muchas películas con entornos hostiles y realidades sociales duras. Por otro lado, si la historia lo requiere, es bonito en el cine vivir el locus amoenus, puesto que una de las funciones del cine es dar luz a la vida y ser transmisor de belleza, para impulsarnos luego, en nuestro día a día, a encontrar nuestro propio locus amoenus.

Este es una historia de relaciones entre mujeres y es muy incómodo ver cómo la presencia masculina (los personajes de Sergi López y Joel Bosqued) arrasan violentamente con los esfuerzos de las mujeres por hacer su vida. ¿Qué intención tenía al introducir estas relaciones?
El padre autoritario y la madre sumisa es un modelo de familia patriarcal todavía bastante común, aunque cada vez menos. Por eso Sergi López adopta esta función. Aun así, es necesario observar cómo también el personaje de Laia Marull arrasa violentamente contra su hija. No es una cuestión de personajes masculinos o femeninos, es una cuestión del patriarcado.

El personaje de Joel Bosqued repite el patrón de padre que Lis ha aprendido, y rompiendo con él, rompe con el patrón de padre y de madre violentos que Lis tenía adoptado.

El sentimiento de culpa es fundamental en la historia, y de hecho se verbaliza en varias ocasiones. ¿Seguimos bajo ciertas formas de culpa sobrevenida, de pecado original?
Por supuesto, y esa culpa que nos autocargamos nos debilita.

Debutar en el Festival de San Sebastián es todo un privilegio, ¿siente presión? ¿Cuáles cree que son los atractivos de su ópera prima en un certamen con tan amplia oferta?
Siento ilusión más que presión. El realismo con que los actores interpretan a sus personajes, el alma y la vida natural que desprende la película.

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