Desde el nacimiento del cine, el cartel ha supuesto para muchos espectadores la información inicial sobre una película. La primera sesión cinematográfica organizada por Auguste y Louis Lumière, en 1895, atrajo únicamente a treinta y cinco espectadores. Para multiplicar el número de asistentes, los célebres inventores encargaron a experimentados cartelistas el diseño de afiches publicitarios. Frente a la idea de anunciar el espectáculo de un modo genérico, el grafista Marcellin Auzole se basó en el humorístico filme de los Lumière El regador regado. Representó la imagen de una familia situada ante la pantalla cinematográfica contemplando, divertida, la citada película. Había nacido el cartel asociado a la promoción de un film, binomio permanente hasta hoy.
Un afiche, cartel o póster cinematográfico se origina mediante el encargo de un productor o de una empresa distribuidora a un grafista. Si se trata de un título nacional inédito, su productor entrega al cartelista distintas fotografías del filme, indicándole habitualmente las líneas generales del futuro cartel. El resultado será un diseño original, realizado específicamente para la nueva película.
Cuando la producción es extranjera y ya estrenada en cines foráneos, su distribuidora facilita al diseñador, junto con las fotografías, los afiches de la película editados en el país de origen, lo que puede condicionar al autor, obligado en ocasiones simplemente a adaptar el modelo publicitario extranjero al mercado nacional.
Así, el cartel cinematográfico no procede exclusivamente del artista firmante. Su labor está condicionada por el criterio de productores y distribuidores que demandan una obra comercialmente atractiva. El grafista propone el diseño, pero desarrolla el cartel según la decisión última del productor que habrá podido aceptar, en mayor o menor medida, su planteamiento formal.
En España, los afiches de cine pudieron ser realizados por artesanos del pincel atentos a presentar un estreno simplemente, pero también autores inquietos, receptores de las innovaciones artísticas, nutrieron sus diseños mediante aportaciones del constructivismo ruso, del art decó francés, del racionalismo alemán o del pop art norteamericano.
La variedad de los carteles españoles también surge de la especialidad plástica de su autor. Un diseño puede configurarse mediante la intervención de un pintor, un ilustrador, un humorista gráfico, un caricaturista, un fotógrafo, diversos artistas que imprimen al cartel un perfil determinado.
La obra de los diseñadores españoles para el sector cinematográfico desde 1927 hasta la actualidad, ha sido presentada por quien suscribe estas líneas en dos publicaciones, Carteles de Cine. 100 Diseñadores Españoles, 1927-2015 y Carteles de Cine desde Barcelona. 1927-1972.
En un repaso cronológico, las mayores innovaciones gráficas se desarrollaron en el periodo 1927-1939. Autores como Herreros, Raga, Serny, Morell, Rivero Gil o Paco Ribera supieron dotar a sus diseños de una línea original e innovadora. Entre ellos destacó especialmente el valenciano Renau, cuyas aportaciones introdujeron en el grafismo español elementos vanguardistas internacionales.
A partir de 1939, con el cambio político, el cartel cinematográfico español se resiente. Algunos de los más destacados autores anteriores desaparecen exiliados o encarcelados. Las nuevas propuestas perdieron audacia y frescura para desarrollar un naturalismo academicista. Lo cual no evitó que se desarrollaran firmas destacadas como Chapí, Peris Aragó, Jano, Mac, el estudio Mcp y especialmente Soligó, con su deslumbrante uso del color.
En los años sesenta llegó la renovación a través de un autor fundamental, Cruz Novillo. Recogió el simbolismo del norteamericano Saúl Bass y lo desarrolló con brillantez en nuestro país con la complicidad del productor Elías Querejeta. Notables fueron los diseños de El juego de la oca, El espíritu de la colmena o El sur.
A partir de los años 70, surgió una generación poseedora de un estilo más personal, basado en la sugerencia y el simbolismo. Eran, entre otros, Iván Zulueta (Furtivos), Prieto (Un hombre llamado Flor de Otoño), José Ramón (Las Truchas), Ceesepe (La ley del deseo), Mariné (Todo sobre mi madre) o Mariscal (Calle 54).
Desde la llegada de la tecnología digital, la fotografía se ha erigido en la herramienta fundamental de los diseñadores. Han surgido así carteles muy sugestivos con las firmas de Art & Maña (Los otros, 2001), Barfutura (Te doy mis ojos, 2003), User T38 (El laberinto del fauno, 2006). Una mención destacada merece el argentino Juan Gatti, vinculado al sector gráfico español desde hace tres décadas, con brillantes aportaciones como son, entre otras, Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), La comunidad (2000) o Hable con ella (2002).
Un ejemplo de los efectos que el cartel cinematográfico puede llegar a suscitar, lo percibimos en las vivencias que el eminente actor Emilio Gutiérrez Caba aportó, con generosidad y maestría, en la introducción de Carteles de Cine. 100 Diseñadores Españoles. 1927-2015.
“Cuando era niño y recorría de la mano de mi madre las calles de aquel Madrid de posguerra profundamente gris, descubría con mis ojos infantiles y curiosos las imágenes que, desde vallas, paredes y demás lugares insólitos, anunciaban el próximo estreno cinematográfico en forma de cartel. Miraba fascinado aquel mundo de composiciones sensuales, coloristas. La maestría de sus autores me sugería que el triste horizonte de aquel momento no lo era tanto, que había un espacio para la sensibilidad y el arte”.