La lógica de Cuerda | Hasta siempre José Luis Cuerda

Por Félix Tusell · 13 marzo, 2020

El productor Félix Tusell dice adiós al director, guionista y productor, que falleció el 4 de febrero, recordando el rodaje de su última película Tiempo después

Habíamos localizado la ‘Corona de Espinas’, el mítico edificio de Fernando Higueras donde transcurriría el grueso de nuestra película Tiempo después, en varias ocasiones y con la anterioridad pertinente, pero en ninguna de ellas nos habíamos dado cuenta de que esas puertas de cristal que daban acceso al interior no se abrían automáticamente más que por los laterales. Esto hacía que el plano frontal no fuera tan vistoso como lo había ideado José Luis. Entonces él intervino:

—Pues ya está, muy fácil. Cuando Roberto Álamo llegue hasta este cristal entonará un quiquiriquí y se teletransportará al otro lado.

Unos segundos de incredulidad, ojos muy abiertos entre el equipo y rápidamente, asentimos. “Ah, pues sí. Muy bien, muy fácil. Vamos a ello”.

Con Cuerda, las más de las veces, trabajar (y estar) era así: algo fácil, divertido y muy, muy genial. Él también me enseñó que esto no tenía ni un pelo de surrealista, por mucho que muchos se empeñaran en etiquetar así su estilo. “El cine es un oficio colectivo, que requiere de mucha preparación por parte de mucha gente, lo cual anula el carácter automático del surrealismo puro”. Además de fácil, genial y divertido, se verá que José Luis era también una persona muy inteligente.

—José Luis, he estado pensando: si para entrar en el edificio tengo que cacarear, ¿qué te parece si, para salir, hago “¡guau, guau!”, como un perro?

Cuerda mira muy serio unos segundos a Roberto Álamo y le responde:

— No, no, ¿tú estás tonto? Para que se opere el teletransporte tú tienes que hacer quiquiriquí. Si ladras no va a pasar nada, hombre.

Y es que no todo valía en su cine. Él codificaba muy bien ese universo absurdo y, paradójicamente, todo en él tenía su lógica. Rezar El Quijote antes de irse a la guerra armado con limones era algo perfectamente coherente en alguien que consideraba la poesía como el más alto exponente de la naturaleza humana. Nunca le vi un ojo seco al leer Los heraldos negros, y le vi hacerlo unas cuantas veces.

También le vi gozar ese gazpacho albaceteño, cantar conmigo a voz en grito a Françoise Hardy en el coche, no perdonar un gracias a toda mínima atención, alardear de una pinacoteca falsificada, enfurecerse con los abusos de la Iglesia, mentar a John Ford al mirar el horizonte o recordarme ese irritante timbre de voz nasal que tenía mi padre al hablar.

Mi padre, que como yo se llamaba Félix Tusell y como yo era productor de cine, era íntimo amigo de José Luis. También fue el productor de su primera película, Pares y nones. Se comprenderá la emoción que he sentido yo, treinta y tantos años después, al producir su última película: el círculo se cierra de una forma preciosa. Yo no conocí a mi padre, porque murió siendo yo un bebé, pero si pienso en el refrán “dime con quién vas y te diré quién eres”. Me gusta mucho imaginar quién era mi padre si en el trabajo, y en la vida, iba con Cuerda.

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