Dos años antes de que Daniel Monzón dirigiera Celda 211, uno de los grandes éxitos del cine español, le dijeron que las películas de cárceles, prisioneros y fugas no interesaban a nadie. Una opinión con la que Alberto Rodríguez no puede estar más en desacuerdo. “Son historias que interesan y se entienden muy bien. Todos comprendemos lo que supone perder la libertad”, indica el director y guionista andaluz, que lleva varios años impartiendo un taller en el centro penitenciario Sevilla II. En fotogramas, el sevillano entra en La Modelo de Barcelona –escenario del espectacular episodio de la fuga de 45 reclusos– en los inicios de la Transición, tiempo en el que las cárceles vivieron un movimiento de presos comunes agrupados en la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL), cuya gran reivindicación era lograr una amnistía similar a la que se estaba concediendo a los presos políticos.
Cubierto por profesionales que conoce muy bien y en los que confía –desde el guionista Rafa Cobos al director de fotografía Álex Catalán–, Rodríguez levanta el telón del Festival de San Sebastián con una producción inspirada en hechos reales. “Es la película en la que las emociones están más a flote”, avisa el director de La isla mínima, que hace doblete en el certamen al presentar también uno de los capítulos de la serie Apagón.
¿Cuánto de realidad hay en la película?
Mucho más de lo que parece. Un porcentaje bastante alto de los acontecimientos que ocurrieron en La Modelo y en la prisión de Carabanchel están mezclados, pero el espíritu de la historia es el mismo en una que en la otra. Y de fondo, todo lo que fue el movimiento COPEL.
Han hecho un considerable trabajo de campo.
Lo primero que nos llamó la atención fue la fuga del año 78, cuando 45 presos se escaparan de La Modelo por las alcantarillas en plena Transición. Íbamos de sorpresa en sorpresa, porque cuando empezamos a hablar con algunas de las personas que se fugaron, nos dimos cuenta de que más interesante que la fuga, que fue extraordinaria, fue el movimiento de COPEL Que los presos se unieran buscando una utopía, en un país en el que la libertad avanzaba a pasos agigantados y, sin embargo, ellos sabían que iban a ser los últimos y se iban a quedar fuera. Nos pareció muy atractivo. Nos entrevistamos con presos, abogados, el entonces director general de Instituciones Penitenciarias [Carlos García Valdés], periodistas, funcionarios… Hablamos con mucha gente. Ha sido un viaje muy enriquecedor que completamos con numerosas visitas a la hemeroteca y la lectura de un montón de libros. Entre otros, biografías de presos que pasaron por La Modelo.
En 1997 se estrenó COPEL: una historia de rebeldía y dignidad, documental impulsado por algunos expresos sociales pertenecientes a esta Coordinadora que perseguía dar voz a todos aquellos que vieron la suya aniquilada.
Las historias sobre cárceles se silencian. La cárcel no le importa a nadie, está hecha para quedar al margen de la sociedad. Todos sabemos que está ahí, pero a no ser que tengas un familiar o tengas que hacer una gestión, no hay contacto. Es la solución que hemos encontrado al problema, está hecho para ser invisible.
A través de autolesiones, huelgas de hambre, incendios y motines, fueron noticia y consiguieron contar a los medios lo que pasaba dentro, que era muy distinto a lo que pasaba fuera.
Lograron la atención de los medios porque en ese momento no se había hecho una raya y se había dicho la libertad llega hasta aquí, nuestra democracia es esta, y por la sensibilización de la sociedad hacía cualquier colectivo desfavorecido. Todavía había una oportunidad para la utopía.
Pero no es lo habitual. Por ejemplo, la mayor parte de la gente no sabe qué ha pasado durante la pandemia dentro de las prisiones, donde al no recibir la visita de los familiares, se han quedado sin droga. Pero nadie se ha hecho esa pregunta.
El género de cine carcelario tiene tirón.
Sí, como género o subgénero, funciona. El género de fugas es muy básico. El viaje de alguien que está prisionero y se tiene que fugar conecta. Otra cosa es cuando empezamos a hacer consideraciones como ciudadanos tipo ‘de qué nos sirve tener encerrados a unas personas’. Mi sensación es que eso no te lo preguntas.
La película sí plantea muchas cuestiones.
Modelo 77 habla de unos presos que están reivindicando algo utópico. Lo suyo sería haber hecho una tabla rasa para comenzar de cero como el país, y eso no lo consiguieron porque partían con desventaja enorme. Muchos delitos por los que fueron condenados desaparecieron con el nuevo código penal. En La Modelo había un módulo de homosexuales, divididos en “adquiridos y congénitos”, ¡vete a saber cómo los diferenciaban! El salto de una dictadura y de un gobierno de militares a una democracia, fue enorme, y buena parte de lo que había en las prisiones españolas era miseria, gente que venía de muy abajo intentado pelear por sobrevivir, y muchos de ellos acababan en la cárcel.
Aislar en lugar de rehabilitar
Por los reportajes en televisión, por las películas, se conoce lo que es una prisión, al menos visualmente. Hoy en día, lo que retrata en su película es una realidad lejana.
Afortunadamente. Las condiciones de vida y el trato que tienen los funcionarios con el interno se han modificado, han evolucionado. El gran problema es que su tiempo, pertenece a la institución. No tener libertad para disponer de tu tiempo y que toda tu actividad mientras dure tu pena este reglada por otro machaca a cualquiera, y esto no ha cambiado ni va a cambiar.
Ellos abogaban por un intento de justicia social, y esto se comparte ahora con la gente en prisión, que en su mayoría también viene de la miseria y pobreza. Y está la lentitud de la justicia: a los que se fugaron en el 78 los juzgaron en el 95, y los indultaron casi 20 años después. La justicia siempre llega tarde para los más desgraciados.
¿Cree en la reinserción?
Es muy compleja en un sistema como el que tenemos, que es punitivo. Creo que la cárcel no sirve para rehabilitar, sirve para aislar.
¿Le gustaría que su trabajo sirviera como un modo de prevención?
Lo importante es que hemos conseguido hacerla. Lo que quiero es que le guste al público y le haga pensar. Pero que se convierta en un modelo de algo… No creo que el espectador se haga alguna de las preguntas que nosotros nos hacíamos cuando estábamos en la preparación.
En esta historia de “amistad, solidaridad y libertad” tiene a dos actores a los que ya había dirigido, Javier Gutiérrez y Jesús Carroza, ¿cómo llegó a Miguel Herrán?
Fue una propuesta de la directora de casting Eva Leira. Buena parte de la fuerza que tiene el personaje se la da Miguel. Ni malos ni delincuentes, los personajes son, por encima de todo, personas, y esa capacidad para dotarlos de humanidad viene del trabajo de todo el reparto, que no hicieron arquetipos.
¿Les puso muchos deberes?
Han trabajado mucho, han leído, obligados, buena parte de los libros que manejábamos. Todos los relatos de prisiones contados en primera persona o autobiográficos tienen en común que las emociones más primarias, las que tienen que ver con la necesidad de querer y de que te quieran, se disparan. Siempre hay un momento en que se te encoge el corazón con lo que te cuentan estas personas que tienen el soporte emocional fuera. Hay que recordar que en los años setenta no había visitas vis a vis, el contacto era casi imposible.
Le ha salido una película muy masculina.
El que solo aparezca una mujer, que es la representación de lo que está pasando fuera, es una forma de expresar la brutal represión que había. Varios miembros de Els Joglars visitaron La Modelo en el 78 y nos contaron que detuvieron a varias chicas venezolanas que se habían hormonado y, por su aspecto, fueron a la cárcel de mujeres. Cuando las monjas descubren que son mujeres trans, las trasladaron a la cárcel de hombres, lo que te dice lo aislado y retrogrado que estaba este país.
Y ahora, ¿qué quiere hacer?
Ni idea. Me apetecería volver a los orígenes, hacer algo pequeñito, más contenido, centrado más en el trabajo de los actores. Luego, ya verás en el follón en el que nos metemos.
Modelo 77 se estrena el 23 de septiembre.