“Mocita, usted saldrá de la aldea, pero la aldea no saldrá de usted”. De esta frase que le repetía un profesor se acuerda siempre, Elena López Riera, cuyo cine mira al lugar donde se crió, una pequeña ciudad de Alicante donde lo cotidiano coexiste con las leyendas y los relatos orales, conocida por Miguel Hernández y también, desgraciadamente, por las riadas que, cada pocas décadas, la cubren de agua –la última, la DANA de 2019–. Esta catástrofe recurrente en Orihuela y la mitología en torno a ella centran el debut en el largometraje de esta Doctora en Comunicación audiovisual, cineasta, programadora y docente, que mezcla ficción y documental en El agua. Aquí aborda, a través de la historia de una joven, un amor de verano y una tormenta que acecha, sus obsesiones: “qué es lo que permanece de generación en generación y el margen que hay para cambiarlo” y traza un relato de empoderamiento femenino “y del cine”. Devota de Santa Rita, patrona de las causas imposibles y de las prostitutas, Riera hasta el momento ha rodado lo que conoce, pero no pone límites geográficos a su filmografía. “Funciono por impulsos”, reconoce esta oriolana afincada en Suiza, que en su próximo proyecto de ficción, Dame veneno, se alejará de su lugar natal para explorar la relación entre el espiritismo y el activismo feminista en el Madrid de principios del S.XX.
¿De dónde surge El agua?
Todos los años llega la gota fría y es como ‘que viene el lobo’, pero nunca sabes lo fuerte que va a ser. En la riada del 87, yo tenía cinco años y recuerdo que me impactó mucho porque sentías muy fuerte el miedo de los mayores. Hacía tiempo que tenía ganas de trabajar sobre ese miedo y sobre toda la mitología que había en torno y con la que he crecido. Antes de 2019 tenía un tratamiento y una primera versión de guion, pero luego estalló la DANA y la realidad superó a la ficción.
La joven Luna Pamies protagoniza la película, junto a Nieve de Medina, Bárbara Lennie y actores no profesionales de la Vega Baja.
Contraponer actrices tan consagradas y con tanto bagaje detrás con gente que nunca lo había hecho establece un diálogo super enriquecedor. El grupo de chicos y chicas jóvenes sí era importante que fueran de allí por una cuestión de facilidad y de conexión con esa tierra y geografía. El agua le debe mucho a la Vega Baja y se enriquece mucho de cada historia y cada persona.
La leyenda de la novia que se llevó la riada y de las mujeres que tienen el agua dentro, ¿Se plasma en la película de manera fiel al relato popular?
Estas mitologías, la literatura oral que se cuenta en casa me fascinan porque cada persona tiene una visión muy diferente y nunca sabes qué parte es inventada y qué parte es real. Yo lo contaba tal y como me lo contaba a mí mi abuela. A lo que jugábamos con las mujeres que aparecen en la parte documental es que cada persona se lo reapropia. Igual que en cada pueblo sacar el mal de ojo se hace de una manera y la oración es diferente.
Y es lo bonito porque esas historias funcionan como el síntoma de cosas que sí que son muy reales. Hay mucho de ideología política. A mí me llama la atención como se puede transmitir de generación en generación, como convive con la modernidad. Lo rural muchas veces se considera como si vivieras en un tiempo pasado. Y lo mitológico convive con lo contemporáneo, en Orihuela y en Madrid. La gente va a yoga y cree en él como si no hubiera un mañana. Al final la humanidad necesita algo para salir de nuestro día a día.
“Las historias funcionan como el síntoma de cosas muy reales”
Orihuela es una ciudad en el que el agua y el río Segura siempre está en la conversación cotidiana y suele ser un problema.
De ahí viene uno de mis intereses de la película: el ecológico y económico. El agua se necesita para vivir y particularmente en una región agrícola. Siempre hay un miedo de que no llegue o de que llegue demasiada. Regar es una cuestión super importante y fuente de disputa. Normalmente los ríos no son feos, por eso para mí era muy importante mostrar que este río no es feo, sino que lo hemos hecho feo.
Si contaminamos, si construimos donde no hay que construir. ¿Cómo no se va a llevar el agua por delante las casas?
Los escenarios de la película son la huerta y las afueras, lejos de los edificios y el casco histórico monumental.
Es mi manera de mirar esa ciudad, porque donde yo me he criado no es en los lugares bonitos y turísticos, sino con mis colegas en ‘los tubos’, en los huertos, tirándonos naranjas. Y también mostrando la crudeza de la zona del Levante, donde la naturaleza no existe, solo hay hileras de naranjos, cultivo intensivo, muchísima construcción y cemento. Era intentar mostrar lo rural en su crudeza. Estoy harta de las películas que hablan de lo rural desde un punto de vista romántico y embellecido.
Yo tengo una relación de amor-odio muy fuerte con Orihuela porque desde que tengo 14 años solo me quería ir de allí y luego solo he querido volver. El pueblo nunca ha salido de mí y muchas de las cosas contra las que me he querido rebelar de ‘no voy a hacer lo mismo que mi madre’ luego me encuentro repitiéndolas. Me interesa mucho el intercambio generacional, los miedos y la educación que heredamos. Ese margen que hay para cambiar las cosas y el que no hay, aunque pensemos que vamos a ser mejores que la generación anterior.
En la cinta mezcla la historia de ficción de Ana, la joven protagonista con vídeos grabados con móviles en la DANA de 2019 y las entrevistas a las mujeres de la ciudad.
Vengo del documental. Para mí lo más importante de la película es eso porque la base era mi abuela y la manera en la que me contaba las historias. La parte de ficción es como las ilustraciones de un cuento. Por una cuestión sentimental, la palabra de esas mujeres era más valiosa que la ficción. Las mujeres de una generación se lo han cargado todo a la espalda. La carga económica, social, de educación y emocional de que todo el mundo vaya a contarles su problema. Pensaba que era solo mi abuela, pero luego me he dado cuenta de que no, que había una generación que no se les ha preguntado nunca lo que querían. Muchas me decían a la hora de grabar que ellas no sabían hablar y, si piensan eso, es porque nadie les ha escuchado nunca.
¿Las leyendas y tradiciones se están perdiendo en la actualidad?
Sorprendentemente, hay un revival respecto a mi generación de todas las cosas esotéricas. De hecho, muchos de los diálogos de la película son transcripciones de conversaciones reales de las actrices adolescentes, sobre todo sobre el horóscopo. Y se lo sacan todo: el mal de ojo, el agua, el sol…. No sé si hay algo que tiene que ver con la pandemia, con el hecho de que haya habido enfermedad y muerte. Es una época muy insegura para mucha gente y hay una pérdida de creencia religiosa o al menos de práctica y una necesidad al mismo tiempo de creer en lo inmaterial muy fuerte.
“Me interesa tomar discursos y géneros que ya existen y destruirlos”
El agua está recorriendo numerosos festivales internacionales ¿Cómo se entienden estos mitos fuera de nuestras fronteras?
Al final mitologías sobre el agua hay muchísimas. Y mitologías de mujeres muertas y ahogadas. Atemorizar a las mujeres para que no salgan, que se castigue el cuerpo de la mujer y que se tome como referente para cualquier tipo de pretexto para tener miedo pasa en todas las culturas del mundo porque todas son machistas. Lamentablemente, es bastante universal, aunque no me guste usar esa palabra.
Frente a esto, hay un empoderamiento femenino final.
En el cine, me interesa tomar discursos y géneros que ya existen y destruirlos, cambiar las piezas, deconstruir y jugar con ellos. En este caso era un cuento clásico de verano de ‘chico conoce a chica’. Quería que no fuera lo que se espera de él en toda su forma y convención y lo mismo con el documental de talking heads hablando a cámara. Que un personaje protagonista se salte todas las reglas de la ficción y hable en primera persona directamente al público era una manera de explotar todos los códigos que venían antes de un documental clásico y una historia de amor clásica y que no lleguen al puerto que se esperaba. Hay una cuestión de empoderamiento importante y de empoderamiento del cine, porque también es una historia de como la película decide contarse de manera diferente.
Alcarràs, As Bestas, Suro, El agua… Lo rural es una constante en las cintas españolas que están viajando a festivales internacionales ¿por qué que nos estamos fijando especialmente en esas realidades?
Es pronto para tener una perspectiva histórica. Creo que tiene que ver con el acceso al cine de la clase media periférica que no hemos crecido en ciudades y tenemos otros horizontes. No significa que siempre vayamos a hacer cine ahí o desde ahí, pero creo que el hecho de que haya otro tipo de personas que accedan a dirigir pelis hace que las películas sean más diversas. Hay más rurales, igual que hay más feministas o que reflejan otro tipo de realidades minoritarias sexuales y de género.
El agua se estrena en cines el 4 de noviembre.