El estreno de La estrella azul en San Sebastián, aparte de hacerme una ilusión tremenda por ser un festival donde cualquier amante del cine sueña con estrenar, es el final de un viaje larguísimo. De diez años desde que empecé a escribir el guión y tres y medio desde que comenzamos a rodar. Por si esto fuera poco, se trata de mi ópera prima, y además es una película que cuenta una historia real con la que tengo una implicación emocional enorme. No podrían juntarse más elementos para convertir el evento en una especie de clímax de toda una etapa de mi vida, y de la de muchos compañeros de aventura.
La estrella azul cuenta la vida de Mauricio, un rockabilly que da un giro total a su vida tras un viaje loquísimo por Argentina. Los avatares que hemos vivido para rodarla están a la altura de los de Terry Guilliam en La Mancha. La nuestra ya era una peli compleja de entrada, porque se desarrolla entre dos continentes y tiene escenas muy complicadas, especialmente conciertos en directo con muchísimos extras. Pero lo dramático vino cuando tuvimos que interrumpir el rodaje al tercer día a causa de la pandemia; a partir de ahí los obstáculos han sido de magnitud transoceánica, y varias veces el proyecto estuvo a punto de cancelarse. Lo más triste de todo fue la pérdida de seres muy queridos, una de las ausencias más dolorosas es la de Iván Aledo, precisamente una persona muy comprometida con la Academia, que iba a montar nuestra peli.
Hoy brindaremos por haber llegado al destino, y por Iván, Mauricio y todos aquellos que han sido nuestros referentes, nuestros guías y en definitiva, las estrellas que nos han guiado y nos han dado la fuerza para llegar hasta aquí.
