David Pérez Sañudo: “Me interesa señalar las deficiencias y las personas al límite”

Por María Gil · Fotografías de Unai Mateo y David Herranz · 23 septiembre, 2024

Regresa al Festival de San Sebastián con Los últimos románticos, la adaptación al cine de la novela de Txani Rodríguez

El universo de Los últimos románticos, aquel que transcurre en pueblos industriales que ya no son lo que fueron, no es ajeno a David Pérez Sañudo. El director bilbaíno conectó inmediatamente con este libro, ganador del Premio Euskadi de Literatura, y lleva a la gran pantalla sus páginas, con Miren Gaztañaga como protagonista. La actriz da vida a Irune, una mujer solitaria y con tendencias hipocondríacas, que trabaja en una fábrica de papel y cuenta con un reducido número de conocidos, entre ellos un operador de Renfe, Miguel María, a quien consulta horarios de trenes que nunca toma. El segundo largometraje de Pérez Sañudo, “un viaje de descubrimiento y superación de una situación y un espacio opresivos”, es uno de los títulos de la sección New Directors del festival donostiarra, el mismo escenario donde presentó en 2020 su ópera prima, Ane.

 

Es la adaptación de la novela homónima de Txani Rodríguez. ¿qué le atrajo de esta historia?

Nace como una propuesta de las productoras, pero ya la había leído y me atrajo sobre todo que retrata un universo muy próximo al espacio en el que yo he crecido, algo que tiene que ver con la periferia de Bilbao, con algo suburbial, postindustrial, decadente y con personajes que tienen que seguir adelante intentando sobrevivir a una prosperidad económica que ya no existe. Ese tipo de contexto era muy sugerente.

Mantienen el título del libro. A la hora de gestar el guion, coescrito con Marina Parés, ¿han querido ser muy fieles?

Cualquier lector de la novela se identificará con la película. La esencia está, pero es un libro lleno de pensamiento, de mundo interior. Y trasladarlo a una gramática audiovisual, a un espacio físico y algo concreto no siempre era sencillo. Nos gusta decir que es totalmente diferente y que es la misma historia al mismo tiempo.

¿Ha sentido más presión que cuando la historia parte de usted?

No, porque el estado emocional desde el que se afrontan los retos tiene mucho que ver con la propia inseguridad. La presión autoimpuesta es tan grande y el lugar desde el que a veces trabajamos tiene tanto que ver con las dudas, que forman parte del día a día.

Conocemos a Txani Rodríguez. Es una persona importante para nosotros y queremos que quede satisfecha. De vez en cuándo, te preguntabas “¿esto lo va a ver ella y yo estoy aquí decidiendo tomar una arista que no está en la novela?”. Ese tipo de miedos aparecen, pero el proceso ha sido muy sencillo porque Txani ha dejado mucha libertad. Ha entendido que las naturalezas de una película y de un libro no son las mismas y que teníamos que asumir nosotros el reto.

Gente que hace surf en una palangana

La define como una película luminosa.

Nosotros usábamos mucho en rodaje la frase de “gente que no puede soñar, de gente que hace surf en una palangana”. Irune, la protagonista es alguien así y Los últimos románticos no deja de ser un viaje de descubrimiento y superación de una situación y un espacio que son opresivos. Yo creo que es luminosa. Irune me parece un personaje muy divertido, dentro de que el tono muchas veces es parco. La película evoluciona desde algo más pausado y silencioso hacia algo más abierto, dinámico y sonoro.

“El cine vasco tiene cierta tendencia a contar las bondades del territorio”

Más allá de las vivencias de la protagonista, se apuntan el problema medioambiental del eucalipto, la precariedad laboral o la situación de la sanidad pública, ¿Es importante mostrar el contexto social en el que ocurren las historias?

Hay una pulsión bastante visceral. Nunca trabajamos con la premisa de “hay un problema, vamos a mostrarlo”. Pero lo que sí he reflexionado es que el cine vasco, generalizando muchísimo, tiene cierta tendencia a contar las bondades del territorio, y yo creo que estoy más en lo contrario. Me interesa señalar lo que puede mejorar, las deficiencias, las personas un poco al límite.

Al lado de ciudades muy prósperas, como Bilbao, que han tenido una reforma del paisaje urbanístico impresionante, hay lugares donde había una prosperidad industrial en los 70, 80 y 90 y que, sin ser pueblos decadentes, se respira cierta atmósfera de que ahora son otro tipo de municipios, con otro tipo de empleos e incluso han podido perder población. Este tipo de espacio metalizado me interesa muchísimo porque forma parte del ADN de Vizcaya, de su periferia, de la margen izquierda. Los últimos románticos está ambientada en Llodio, que es un pueblo de Álava, pero que a efectos prácticos forma parte de la periferia bilbaína porque está en la frontera con Vizcaya. Hay algo ahí que me remite mucho a la figura del migrante. Al castellano, el andaluz y el gallego que llegó a Vizcaya en los 60 y 70 a trabajar y a esa descendencia que forma parte de la ciudadanía.

Este naturalismo convive con otros momentos que se salen de lo cotidiano.

Es un salto al vacío, sentimos que es lo más arriesgado que tiene Los últimos románticos, pero desde luego hay algo ahí próximo al realismo mágico. No ha sido nunca la vocación o el interés, pero hay algo lírico, que de vez en cuando interrumpe la película y no solo en lo que respecta al personaje de Miguel María. Hemos sido un poco más atrevidos en ese sentido.

La escenificación de lo cursi

Al igual que sucedía en Ane, hay una canción clave para la protagonista. ¿Qué importancia le da a la música?

Dentro de una propuesta bastante austera y naturalista, nos gustaba tener un elemento provocador, disruptivo. El término romántico tiene que ver con la idealización de la otra persona, de épocas pasadas que ya no están y de un futuro en el que hay muy poco presente. Entonces, tener algo tan luminoso y alegre, de alguna manera, siento que te hace cuestionarte si forma parte de la propia película, cuánto hay de capricho en eso. Creo que lo romántico tiene que ver con la escenificación de lo cursi. Durante el proceso de guion nos hemos preguntado mucho cómo retratar lo cursi, lo delicado. Teníamos que ser capaces de retratar las características cursis que tenía Irune y nos hemos apoyado mucho en la compositora. Y esta canción pop, “Solo una noche”, se opone a la sutileza del conjunto de la banda sonora. Es una ruptura enorme y ha sido vital desde versiones muy tempranas de la escritura. La han compuesto ad hoc Beatriz López-Nogales y Pablo Martínez Díaz y está interpretada por la cantante Yarea.

Los últimos románticos alterna el español con el euskera, ¿tenemos ya completamente normalizado el cine en todas las lenguas del país?

Diría que sí estamos próximos a la normalización, en términos de que ya se rueda con frecuencia en catalán, en euskera, gallego etc. Pero el objetivo de normalización no ha concluido. Eso llegará cuando una televisión no tiemble para poner en prime time y en su cadena principal una película en euskera o en catalán. Sigue siendo difícil. Hay cierta sensación de que la gente puede apagar la tele. Se ve mucho con RTVE, una película en euskera tiende a ir a La 2. Todas las películas no están en igualdad de condiciones en términos de distribución. Algo tendrá que ver con el interés, indudablemente, pero hay otra parte que tiene que ver con una tendencia heredada, y que es difícil de cambiar. Y que seguramente necesita de un impulso institucional y un saber hacer nuestro, de los profesionales, de exigirnos y mejorar.

Me gustaría seguir rodando en euskera, para mí es muy importante. No es mi lengua materna, es una lengua adquirida que me entusiasma y tiene algo muchas veces de reto, pero hay historias mías que pueden ser en otro idioma. No pretendo ser dogmático.

  • Los últimos románticos se estrena en cines el 15 de noviembre. 

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