Marc Crehuet: «El humor también es un arma»

Por Enrique F. Aparicio · 19 mayo, 2016

El rey tuerto enfrenta a un antidisturbios y a un antisistema con sus convicciones

Una habitación empapelada acoge el encuentro entre dos amigas de la infancia y sus respectivas parejas: un policía antidisturbios de disciplina marcial y un idealista al que reventaron un ojo durante una protesta. No tardarán en atar cabos. Marc Crehuet convierte su función teatral en debut cinematográfico. Una comedia negra en dos versiones –catalán y castellano– con la mirada puesta en el humor al límite de Ricky Gervais o Louis C.K. y los pies bien clavados en la esta crisis “de sistema”. Alain Hernández y Miki Esparbé protagonizan una cinta que aspira a “hacer reír y tocar algo dentro del espectador”.

 

Los personajes de El rey tuerto hablan de los hilos que mueven la vida, ¿qué hilos le movieron a hacer esta película?

Fundamentalmente dos: una noticia de un chico italiano que perdió el ojo en una manifestación. Me impactó y recuerdo sacar el tema en una comida familiar y darme cuenta de que las visiones sobre la cuestión son muy opuestas y generan mucho debate. Esto fue antes del caso de Esther Quintana en Barcelona, y como tenía un encargo para escribir una obra de teatro, y podía hacer lo que quisiera, aposté por este tema para investigarlo. Además, me atraía la idea de escribir sobre un personaje con unas convicciones muy claras y lo que le pasa cuando estas se rompen y se ve abocado a la incertidumbre.

¿Qué ha cambiado de la obra teatral original a la versión cinematográfica?

Ha ganado un punto de vista. En cine lo marca mucho más el director; en teatro también tienes recursos, pero el espectador es mucho más libre como observador respecto al escenario. En el audiovisual, el punto de vista está claramente marcado. Dónde poner un primer plano, acercarte a un personaje con un travelling, los efectos de sonido… La fotografía, la densidad estética o no…

Ese es el cambio, a nivel de texto está prácticamente igual. Me planteé abrir algo la narración, dejar que respirara, pero decidí que lo que quería era precisamente un ambiente claustrofóbico y denso. Asfixiante. David [Alain Hernández] y Lidia [Betsy Túrnez] nunca salen de su casa. Son personajes atrapados en esa casa de muñecas que se han construido, reflejo de los constructos sociales que son menos perfectos de lo que creemos y si nos fijamos podemos ver las grietas.

Hablamos de una película pegada a la actualidad. ¿Estamos apropiándonos lo suficiente de nuestro tiempo a nivel de historias?

Yo sí veo una respuesta en el cine y en el teatro. Es natural. La crisis es más profunda de lo que pensamos. No es solo una crisis económica, es una crisis de sistema, que implica replantearse muchas cosas empezando por uno mismo. Esto genera dudas, preocupaciones, y los creadores queremos abordar estos temas desde diferentes puntos de vista.

¿Qué cree que cuenta El rey tuerto de su tiempo?

Habla de la necesidad de dialogar, de hacerse preguntas. De intentar salir de nuestra burbuja particular, nuestras jaulas ideológicas, y entender al otro. En la película se lanzan preguntas al espectador que me hago yo mismo escribiendo. Hay un punto de duda, de si el entendimiento es posible, partiendo de que el ser humano tiene sus límites y entender el punto de vista ajeno es más difícil de lo que pensamos. Sobre todo si va en contra de lo que tú crees que son tus intereses.

No quiero ponerme pedante [risas], pero es lo que decía Ortega y Gasset: en las creencias se está. Las ideas se tienen, pero en las creencias está uno instalado. Es muy difícil salir de ahí.

David, el antidisturbios, dice que “es peligroso pensar demasiado”.

El otro día leía un libro de Thomas Ligotti, muy negro, muy oscuro, donde hablaba de que la conciencia humana es un error de la evolución. Porque sin conciencia no nos plantearíamos ninguna de estas cosas; yo no sé si así alcanzaríamos la felicidad. Quizás también se alcanza a través de la conciencia. Pero desde luego tendríamos muchos menos quebraderos de cabeza.

Sobre todo cuando pasas procesos de crisis, que al final son procesos de deconstrucción, no tienes nunca la certeza de poder volver a construir una identidad, a nivel individual, o un modelo útil, a nivel social. Algo que te aboca a la incertidumbre, y poner en duda las seguridades requiere una valentía y asumir que no siempre vas a encontrar una alternativa clara.

¿La comedia sirve como salvaguarda ante esta crisis?

En el preestreno hablé con Juan Ramón Bonet, que es amigo, y me dijo que la comedia es un caballo de Troya. Me parece un concepto interesante, y no me lo había planteado de una forma consciente hasta que me lo dijo él. Creo que hay algo de eso. El humor es una herramienta de reflexión: es un arma. Para desmontar discursos, de una manera mucho más clara y efectiva que una réplica. Los humoristas Ricky Gervais o Louis C.K. son brillantes hallando fisuras en los discursos y en las vidas que tenemos todos.

¿Quién cree que reirá más con la cinta, un antidisturbios o un antisistema?

Han reído los dos, me consta. En el preestreno, a Alain Hernández se le acercó un antidisturbios para decirle que le había gustado, se había reído mucho y le quiso agradecer que hayamos planteado también su punto de vista.

Algo que era necesario, para que de ese encuentro que plantea la película se dé voz a todos los personajes. Escribí una primera versión del texto mucho más panfletaria, escrita desde la rabia y la indignación, y fui rompiéndola y reconstruyéndola a través del humor. El choque entre puntos de vista distintos es lo que te da riqueza, y la posibilidad de reflexión.

¿Qué han aportado Alain Hernández y Miki Esparbé a sus personajes?

Muchísimas cosas. Estuvieron dos años girando con la obra de teatro, y eso hace que los personajes están tan vivos en la película, aparte del talento inmenso de los dos. Lo que más admiro de ellos es su imaginación como actores, su capacidad de empatía para meterse en la piel de otra persona y vivir en ese límite que es el escenario de un teatro o las marcas de cámara en un rodaje. Dentro de esos límites ellos viven y se creen a sí mismos. Yo desde luego no me imaginaba esta historia con otros actores.

Dos personajes completamente dominados por mujeres.

Las mujeres mueven el mundo. En el caso de David y Lidia, hay algo incluso de comedia romántica, algo que me sirvió para hallar los mecanismos para salir de esas situaciones. Hubo un momento en que no sabía cómo dar un giro al personaje de David y encontré que podía ser a través del amor. Si lo analizas estructuralmente, su relación es una comedia romántica.

La relación entre los dos es un yin yang de amor y miedo.

Supongo que hay algo en el propio amor de invención, de construcción. Pactas unas normas y claro que da miedo perderlo. Cuando a David le deja Lidia lo primero que se desmorona es su construcción amorosa, y eso hace que empiece a agrietarse todo lo demás. La primera quiebra de su identidad es su identidad como pareja, dentro de esa casa que han construido juntos.

¿Cómo le gustaría que reaccionara el público al ver El rey tuerto?

Me gustaría que se riesen y que les tocase algo dentro. Le puse la película a Carles Guillot, un activista que perdió un ojo por una pelota de goma, y el mail que me mandó después de verla fue una satisfacción enorme. Si eso pasa también con el público, es lo mejor que le puede suceder a un autor, que tu voz llegue a alguien y le haga pensar, emocionarse o reír.

 

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