Aitana Sánchez-Gijón: «Soy actriz por una necesidad insaciable de amor»

Por Chusa L. Monjas · Foto: ©Alberto Ortega · 3 noviembre, 2015

Medalla de Oro 2015, la intérprete sintetiza su oficio «en que parezca que todo está sucediendo por primera vez”

Está exultante y con la emoción a flor de piel. Aitana Sánchez-Gijón está viviendo cosas «muy importantes» en el oficio que lleva desempeñando desde hace tres décadas y en el que sigue trabajando y formándose con el mismo empeño que cuando empezó. Mujer comprometida política y socialmente con su tiempo, no ha perdido sus sueños ni su capacidad de riesgo cuando representa la vida para los demás delante de la cámara y en los escenarios, medios que ha compatibilizado a lo largo de su carrera, tanto en España como en el extranjero.

Nacida en la Ciudad Eterna, la actriz habla pausadamente de sus inquietudes profesionales, de lo que le mueve a seguir queriendo ser otros «para ser yo misma, para entender el mundo que vivo». El teatro –Medea, personaje por el que fue reconocida con el Premio Ceres que ha supuesto un «punto de inflexión» en su trayectoria, y el montaje de La rosa tatuada– y la televisión –la serie Velvet–, son los planes a corto plazo de esta intérprete que rechaza que actuar sea fingir y que considera la belleza «como un instrumento más». «Me he pasado gran parte de mi carrera queriendo que me apreciaran como actriz y no por el físico. Desde hace unos años, recibo con muchísima más alegría los piropos», confiesa.

Ya tiene apuntada en su libreta la película que protagonizará el próximo año. En este, recogerá la Medalla de Oro 2015 de la Academia, institución en la que fue la primera mujer que rigió sus destinos. El día de la entrega, el 2 de noviembre, se acordará de Bigas Luna, con el que hizo Volavérunt y La camarera del Titanic, y al que echa «mucho de menos». La última vez que vio al cineasta catalán y padrino de su hijo fue en la concesión de la Medalla de Oro a José Luis Alcaine. «Estuvimos sentados en la misma mesa y le dije que le quería mucho», rememora esta artista que no se pone límites y que solo se resistiría a proyectos «que ideológicamente fueran contrarios a mi manera de pensar». Si pudiera elegir, le gustaría que le ofrecieran hacer comedia.

 

Fue la primera mujer que presidió la Academia, institución que concede las Medallas de Oro ¿tiene este premio un significado especial?

Si hay algo que no me esperaba en este momento de mi vida era recibir este reconocimiento. Me ha pillado por sorpresa, me pasé un buen rato intentando convencer a Antonio [Resines] de que estaban equivocados. Me abrumaba tener la Medalla al mismo tiempo que Juan [Diego], me daba mucho pudor estar en una situación de iguales recibiendo este honor porque considero que no estoy a la altura de Juan, de su carrera. Dije que solo se la dieran a Juan y que si a mí me la tenían que dar, que esperaran 10 o 15 años cuando me lo mereciera un poco más.

¿Por qué tenía esa impresión?

La realidad es que yo prácticamente no hago cine. En diez años he hecho dos películas y he participado de pasada en alguna. Hace mucho tiempo que no cuento con el cine, afortunadamente tengo una carrera teatral intensísima, muy satisfactoria y que me da las grandes alegrías profesionales; y una serie de televisión de éxito en la que estoy feliz. En todo este tiempo no he parado de trabajar, de hacer cosas que me llenan.

Pero el cine forma parte de su vida.

Y si llega, bienvenido, pero no cuento con él. Durante mucho tiempo he estado esperando que sucediera algo: proyectos que no salían, gente que no me llamaba… He soltado un poco las amarras, me he desapegado sin dolor ni rencor. Por edad, por la crisis, por circunstancias, por lo que sea, no me toca, a lo mejor dentro de veinte años me hago todas las abuelitas del cine. En cualquier caso, son rachas.

Y viviendo esa tesitura ante el cine, le dan la Medalla de Oro.

Me impactó mucho, creía que no era yo quien más la merecía. Considero que mi carrera cinematográfica está llena de películas interesantes, he trabajado con muchos de los mejores pero, en general, no en sus mejores películas. O he estado en algunas producciones estupendas, pero no han funcionado. Dicho esto, agradezco mucho el premio, es una muestra de cariño y lo recibo porque hay que dejarse querer, siento que me viene muy bien dejarme querer.

Entonces, ¿piensa que le falta ese director para estar en su mejor proyecto?

Sí.

¿Algún nombre en particular?

Son tantos que si empiezo no paro. Me gustaría mucho trabajar con Iciar Bollain.

Y con esta distinción, ¿no le han entrado ganas de ir sumando más películas a su currículo?

Ya sabe, el gusanillo de las luces, los focos, la cámara… Esto lo vivo en la televisión porque no dejas de estar haciendo audiovisual. En Velvet, casi todo el equipo es del cine. Como se hacen tan pocas películas, somos los mismos. Esa parte de nostalgia la tengo cubierta porque estoy grabando todas las semanas y a una velocidad más dinámica y ágil que en el cine. Pero sí echo de menos el cine, me encantaría hacer más películas, y, si vienen, pues será como ese hijo al que dejas libre y cuando vuelve le haces una fiesta, te alegras y lo disfrutas, no le chantajeas diciendo que le estabas esperando.

Pues el ‘retoño’ regresa a casa el próximo año.

Antes de que me concedieran la Medalla, me llegó una propuesta de Patricia Ferreira para rodar en otoño de 2016 una historia sobre tres mujeres alrededor de la cincuentena [compartirá gran pantalla con Carmen Machi y Adriana Ozores]. Hay hombres y están muy bien tratados, pero no son el centro. Patricia ha pulverizado todas las estadísticas que publica CIMA (Asociación de Mujeres Cineastas), se ha puesto el mundo por montera para mostrar que hay otra realidad, otra manera de contar historias y que hay vida después de los 35.

Apuntado este proyecto cinematográfico, continúa pisando las tablas. Lo suyo con el teatro es amor incondicional.

Es un lugar sagrado, de trascendencia, que te conecta con el origen de los tiempos. Hagas un vodevil o un tragedia griega es donde se produce la magia.

Pero la magia también se produce en el cine.

Sí, pero de otra manera, no como el ritual del teatro, donde lo esencial no ha variado desde la época de los griegos.

El ojo de la técnica

¿Qué implica llevar 30 años siendo otros?

Son 30 años de vida, eso es lo fundamental. Es la vida que te alcanza, te atraviesa y te llena de vivencias, de experiencias y que hace que abordes los personajes con una profundidad y una riqueza que vas ganando con los años. Es la experiencia de la vida y también hay un dominio y una conciencia muy grande del instrumento, de cuáles son las teclas que tienes que tocar. Y está el mismo entusiasmo que cuando empecé de niña.

¿Por qué quería representar la vida para los demás?

Más que nada como camino de conocimiento, de búsqueda personal. Ser otros para ser yo misma, para entender el mundo que habito. Me podía haber dado por la filosofía, la psicología… [le dio por Filología Hispánica]. Se trata de hacerte preguntas, de aprender, de investigar, de entrar en lo más profundo del ser humano. Y, sobre todo, por una necesidad insaciable de amor. Los que nos dedicamos a esto lo hacemos básicamente para que nos quieran.

¿Qué es para usted actuar?

Colocarte en los zapatos de otro y comprender sus razones más profundas. Eres una correa de transmisión, estás al servicio de una historia y del que cuenta esa historia, y tú eres el instrumento que expresa las emociones, la personalidad y las circunstancias de un personaje. La actuación consiste en tener un ojo fuera y un ojo dentro. El primero está controlando el barco, y el que está dentro está viviendo, sintiendo y siendo el personaje. Hay que encontrar el equilibrio entre el ojo que está dentro y el que está fuera.

Y, ¿cómo se consigue actuar bien?

Cuando el ojo de fuera no te está juzgando, solo está guiando la nave sin interferir al que está dentro. Lo que pasa es que el juicio se te cuela permanentemente, y te desconcierta, te hace trampas, hace que te trabuques, que se te vaya el texto, que no logres la emoción que necesitas. Cuando ocurre esto, es que el ojo de fuera no está actuando como debe, mientras que es útil cuando te va abriendo el camino y hace que consigas el mismo punto de emoción en la primera toma y en la vigésima. Es el ojo de la técnica, el que sustenta el trabajo del actor.

Hay que prepararse mucho para que parezca que nada se ha preparado.

En eso consiste, en que parezca que todo está sucediendo por primera vez. Para ser otros hace falta preparación, una base, una técnica actoral. Este es un oficio muy serio, tienes que tener el instrumento muy afinado y el saco lleno de vida.

¿Cómo armoniza la maquinaria?

En la parte más física manteniendo una disciplina constante, tienes que estar físicamente muy activa y en forma, sobre todo cuando haces teatro de riesgo como el que estoy haciendo yo. Hay que tener una curiosidad insaciable hacia todo lo que sea alimentarte culturalmente, estar conectada con lo que le pasa a la gente y no olvidarte de vivir tu vida personal. Hay que actualizarse constantemente, salir de la zona de confort y buscar siempre proyectos que te pongan en riesgo.

Un aprendizaje constante.

La vocación y el talento no son nada sin el trabajo. Es una carrera de fondo en la que hay que lidiar con situaciones muy distintas porque puedes tener un director maravilloso capaz de sacar lo mejor de ti, y otras veces tienes tú que sacarte las castañas del fuego, y hay compañeros con los que con solo mirarte salta la chispa y otros que eso no se produce y tienes que trabajar igual. Hay que tener recursos y estos los consigues formándote, trabajando.

Lugares inesperados y de riesgo

¿Quién le dio su primera oportunidad?

Pedro Masó en la serie Segunda enseñanza, aunque la primera película importante de mi carrera fue Bajarse al moro, de Fernando Colomo. Estar junto a Juan Echanove, Verónica Forqué, Antonio Banderas, Chus Lampreave… Esta historia ha resistido muy bien el paso del tiempo, se ha quedado como un icono de aquellos años.

Además, Bajarse al moro es una de las escasas comedias que ha interpretado.

Tengo un gran respeto por el género porque no tengo vis cómica, cuando la he hecho ha sido desde una seriedad brutal, nunca intentando ser graciosa. Lo curioso es que uno de mis mayores éxitos en el teatro ha sido con la comedia Un dios salvaje.

Desde entonces, siempre ha estado ahí.

Nunca me he sentido como un boom. He tenido una carrera en la que me ha dado tiempo a asimilar todo lo que me iba pasando. Poder desenvolverme en cine y en el teatro me ha dado mucha estabilidad, no me he dejado deslumbrar por el éxito o por una mayor exposición mediática.

Cuando interpretó Un paseo por las nubes, muchos dieron por hecho que iba a quedarse en Estados Unidos.

Sentí que no pertenecía a ese lugar, allí solo se habla de cine y yo necesito estar conectada a la tierra, no puedo vivir en una burbuja. No fue algo que busqué, fue una apuesta de mi agente, Alsira (una persona muy importante para mí porque estamos juntas desde que empecé), que yo secundé. Ella fue la que llevó una cinta a Alfonso Arau para que me hiciera una prueba. Terminó el rodaje y volví porque me estaba esperando mi compañía (Strion) para empezar a ensayar La gata sobre el tejado de zinc. Mi ­ambición pasa por encarnar personajes fascinantes que me coloquen en algún lugar inesperado y de riesgo, con directores fascinantes y en proyectos fascinantes.

No le tentaba hacer una carrera en Hollywood.

Me parecía cosa de marcianos. No necesitaba ser una estrella internacional para sentirme satisfecha. Si mañana me llama Woody Allen o si surge un proyecto maravilloso, voy de cabeza, pero si no estás allí y no te lo trabajas, es muy complicado. ­Admiro lo que han hecho mis compañeros Penélope Cruz, Javier Bardem y Antonio Banderas, intérpretes con un talento inmenso y una gran disciplina, que han trabajado de manera constante y muy dura para ocupar el importante lugar que tienen allí.

¿Llegará el momento en el que pueda pararse porque ha conseguido todo lo que se había propuesto?

Esto es infinito. Mientras hay vida, hay personajes e historias que narrar. Hace cinco años no hubiese podido hacer Medea y dentro de cinco estaré interpretando personajes acordes a mi realidad.

Conciencia de gremio

Trabaja desnudando sus emociones y exponiéndose en público, ¿le cuesta liberarse de los personajes?

Depende. Tengo una realidad que tira de mí de una manera muy fuerte y constante, así que no me queda otra que poner los pies en la tierra. Esto es fundamental porque te puedes quedar colgada en esos mundos de ficción, donde tienes unas experiencias tan intensas y profundas con las familias que creas momentáneamente que te pueden confundir y crearte mucho vacío cuando se acaba. Pero hay algo que no controlo y, por ejemplo cuando estoy a punto de representar Medea, se me crea un estado de ánimo de ansiedad, de no dormir bien, una desazón muy grande, que es el que yo sé que necesito para poder hacer lo que hago. He aprendido a tolerarlo, pero intento que no fagocite el resto de mi vida.

Los directores son los responsables de crear un ambiente propicio para la creación. Usted ha recibido órdenes de Pedro Costa, Antonio Giménez Rico, Fernando Fernán-Gómez, Pilar Miró, Adolfo Aristarain, Gómez Pereira, Campanella, Chávarri, Aranda, Bigas Luna, Luis Puenzo, Ventura Pons, Imanol Uribe, Gonzalo Suárez…

Algunos lo tienen todo tan claro que no dejan mucho margen a que sucedan cosas y hay otros que se dejan arrastrar por lo que sucede en el momento. Hay que tener recursos para sacar adelante tu personaje sabiendo lo que te están pidiendo y lo que no te están pidiendo. Algunos ruedan maravillosamente bien, pero de actores no saben mucho porque, como decía Fernán Gómez, «mi trabajo con los actores termina en el momento en que los escojo, ellos ya saben lo que tienen que hacer».

Fernán-Gómez la dirigió en El mar y el tiempo.

Me chocó que no me diera muchas indicaciones. Me he encontrado con otros directores que también actuaron así, que te dan una serie de orientaciones y luego tú les tienes que proponer, darles lo que necesitan porque, quizá, no saben cómo pedírtelo.

¿Hace diferencia entre arte e industria?

Es una industria cabe todo. Una cinematografía sana y fuerte se caracteriza por acoger todas las posibilidades. Es fundamental que haya un apoyo institucional porque tenemos que existir como industria, pero el cine es parte de nuestra identidad cultural. Un país que no cuida su identidad cultural es mediocre y está abocado a que lo sea por los siglos. Me parece una falta de inteligencia y de visión por parte de los que nos gobiernan no tener políticas que protejan las industrias culturales –el cine, el teatro, la literatura–, unos bienes intangibles que al mismo tiempo tienen un alcance tan enorme.¿Qué tiene más visibilidad que la cinematografía de un país? Si se trata de vender, estás vendiendo la gastronomía, el patrimonio histórico, el modo de vida, realidades sociales…

Es de las que da la cara por las cosas en las que cree.

No concibo ser ciudadana sin comprometerme con la realidad que estoy viviendo. El haber sido presidenta de la Academia me dio una perspectiva de la profesión, no solo desde el prisma de actriz, me amplió el campo de visión de todos los ángulos y también de los conflictos internos que se generaban dentro de la profesión. Me dio una conciencia de gremio, de gran familia.

El cine, ¿sigue siendo cosa de hombres?

El poder sigue siendo masculino. Envidio bastante la cinematografía francesa porque hay historias maduras protagonizadas por Juliette Binoche, Isabelle Huppert, Catherine Deneuve… Yo tengo una hija de 11 años y cuando me dan papeles de madre ¡mi hija tiene 25! ¿Donde están las mujeres de 45 años que tienen hijas de 11, son sexualmente activas, tienen un compromiso político y son profesionales capaces? Las actrices tenemos más posibilidades, pero cada vez veo más productoras y directoras de fotografía. Soy optimista porque hay una toma de conciencia, aunque también creo que tenemos que pelearnos mucho nosotras como colectivo y por eso existe CIMA.

¿Cómo le gustaría pasar a la posteridad?

Solo aspiro a permanecer en la memoria, en el corazón de mis seres queridos máximo dos generaciones. Los realmente grandes permanecen durante unas generaciones y luego ya está. Perviven Medea, Séneca, Cervantes, Spielberg, Woody Allen, Buñuel, Almodóvar, Fernán-Gómez, Saura… los demás habremos pasado por aquí siendo un poco testigos y personajes de nuestro tiempo, y es suficiente.

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