En medio de una noche valenciana en el 92, Benito Zambrano, de paso por la ciudad del Turia porque se formaba en un curso de iniciación al guión, no podía dormir. Al acostarse, “quizá por el estado de ebullición y excitación de cualquier proceso de formación”, le venían personajes a la cabeza que no le dejaban descansar. “Aquello era tan fuerte que me levanté a escribir como un loco, viví algo parecido a lo que llaman escritura automática”. De ahí, el germen de lo que sería Solas, el filme que le brindó más en su carrera y del que menos se esperaba, “un largometraje que quisimos hacer brotar de nuestro dolor y de las entrañas”.
Proveniente de una familia de jornaleros, padres analfabetos y hermanas dedicadas al servicio del hogar, a Zambrano le salió de lo más hondo una película que “no es autobiográfica, pero está llena de todo lo que es mi origen”. Fue fundamental en el proceso su encuentro con la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños en Cuba, “uno de los proyectos culturales más utópicos del mundo”, en la que vivió de primera mano que “en una escuela de arte lo más importante no es el conocimiento, sino el encuentro con uno mismo”. Allí se enteró de que existían Bergman y Tarkovski y vivió de primera mano “dos años maravillosos, lejos de los problemas de mi Andalucía, en el que todo tiempo me lo pude dedicar a mí mismo, en relación con el cine. Una cosa tuve muy clara: no podía salir de allí sin demostrarme que tenía algo que contar y que sabía contarlo”.
Allí precisamente conocería al que años más tarde se convirtió en su compinche, el productor Antonio Pérez, “sevillano y bético como yo”. Antes de que su relación se fraguase, Zambrano volvió a Madrid y paseó su libreto por distintas productoras –“Seguramente fui a LolaFilms, a Tornasol… Me pateé todas las productoras pero reconozco que lo que yo planteaba era un proyecto muy complicado. Si yo me jugase mis cuartos, quizá también habría dicho no porque no tenía nada de lo que el mercado quiere”. Pero no fue así, Benito Zambrano rodó, “sin pretensiones de nada”, la película de su filmografía que más tiempo estuvo en cartel, más dinero dio y más premios obtuvo.
Lo que sucede, conviene
En esa Cuba querida, Zambrano, que se considera a sí mismo “poco sintético, más bien barroco y extensivo”, acumuló muchos trocitos de papel en los que reflexionaba sobre lo que sería su ópera prima. Hoy, más de veinte años después, continúa emborronando papeles para dar a luz a sus relatos –“Tengo un guión escrito que es un remake. Reconozco que soy un tipo lento: el talento no me ha dado para más”–. Considera que no tiene “genialidad como director», pero sabe que con «un buen guión y un buen reparto» puede hacer algo que funcione.
A sus alumnos de hoy les aconseja que “sueñen, vivan y sientan continuamente su historia, que trabajen en construir la atmósfera y el ritmo. No todo es guión, hay que armar dentro virtualmente las historias”. No le cabe duda de que “el arte de contar guiones necesita madurez, poso, tiempo”.
Según cuenta, la suerte de los que empiezan es que “nadie les pide ni les exige nada. Haz siempre lo que mejor puedas y sientas”. En esos primeros pasos de iniciación, él se cruzó con Carlos Álvarez-Novoa, intérprete fallecido recientemente, que le enseñó una lección que nunca olvidará: “la honestidad. Para mí, ser honesto con lo que hago me es más que suficiente. Siempre intento quitarme un montón de filtros, todo lo que no es mío para ir directo a lo personal. Sin vainas”. Otra de sus saberes vitales se lo trajo de Cuba: “Todo lo que sucede, conviene”.