Mario Casas: «la interpretación es mi droga»

Por Chusa L. Monjas · 3 mayo, 2016

Confiesa que le ha picado el gusanillo de dirigir «porque me gustaría trabajar con los actores

Es uno de los nombres con más tirón del momento, y su presencia en la gran pantalla es un seguro para llenar las salas de cine. Mario Casas defiende a muerte los trabajos que hace hasta el final, una postura que adoptó desde su primera película y que mantiene diez años después de su debut cinematográfico. Protagonista de los taquillazos Mentiras y gordas, Fuga de cerebros, Tres metros sobre el cielo y Palmeras en la nieve, el conocido intérprete gallego tiene en cartelera Toro, el segundo largometraje de Kike Maíllo que inauguró el recientemente clausurado Festival de Málaga, ciudad que le trae muy buenos recuerdos. “Aquí rodé mi primer filme, El camino de los ingleses, hace tres años recibí el premio que más ilusión me ha hecho -el de mejor actor por La mula– y en Málaga se ha filmado Toro”, expone Casas, para quien su crecimiento como actor está en encarnar distintos personajes y en el tiempo. «No creo que sea una película la que marque un antes y un después en tu carrera, son los años los que, poco a poco, te van situando en otro sitio».

 

¿Qué espera de Toro?

Que el espectador se lo pase bien. Me quedaría tranquilo si salieran del cine con la sensación de que han visto una película entretenida. Reivindico el cine palomitero, el blockbuster, sea thriller, drama o una producción de la Marvel.

Les ha salido una historia muy masculina. Comparte fotogramas con José Sacristán y Luis Tosar.

Estoy aprendiendo. He tenido la oportunidad de ver cómo trabaja Sacristán, que tiene más de 60 años de carrera y se lo ha hecho todo; y Luis, que todo lo hace de diez, hasta el anuncio de la cerveza. Luis y yo tenemos personalidad gallega, nos entendemos muy bien sin hablar. Lo más importante es cómo son, he tenido muy buena relación con los dos porque son personas nobles que aman la profesión. En los rodajes no caben egos porque han pasado por muchos sitios y se les nota. José y Luis ruedan como si fuera su primera película. Sacristán es muy inteligente, muy culto. Cuando habla del cine le sale ese niño de Chinchón, se lo ves en la mirada, que es limpia y se refleja en el cine que está haciendo con directores jóvenes, sacando proyectos distintos y ofreciendo cosas nuevas y buenas. Sacristán se está reinventando continuamente.

¿Le gustaría tener una trayectoria como la de José Sacristán?

Lo firmaría ya.

Toro fotografía una España añeja, agresiva, marcada por la corrupción. El personaje que encarna Sacristán, Romano, dice que ‘España es un país de malos hermanos’.

España es mi sitio y me fascina. No hablo de política porque está todo bastante difuminado y en estos momentos hay poco entendimiento. Hablo de la sociedad, que es lo que me gusta y que es muy de verdad en la manera de vivir, de relacionarse; de la base, que es en lo que creo. Lo que cuenta son los ciudadanos, aunque a veces se olvida.

El estrés de las pausas

Tiene pendiente el estreno en España de Los 33, ha repetido por tercera vez con Álex de la Iglesia en El bar y ha terminado Contratiempo, de Oriol Paulo.

Soy muy afortunado, me están ofreciendo proyectos muy diferentes que, salga mejor o peor el personaje, me están dando la oportunidad de madurar, de aprender. Ya no soy un niño [en junio celebrará su 30 cumpleaños], estoy más asentado y, profesional y personalmente, tengo las ideas más claras de lo que busco.

Lleva tiempo viviendo una buena racha, ¿se lo debe a su buen ojo para elegir?

Cuando llevas diez páginas de un guión y tienes el feeling de que lo quieres hacer… Pero el guión también lo leen mis padres, mis hermanos, mi prima, un amigo… Un público muy variado en el que confío mucho porque les gusta el cine y la televisión, me conocen muy bien y me han visto crecer. Escucho a los que me rodean porque sus puntos de vista son muy interesantes y su opinión es la del espectador, de la persona que paga la entrada.

Es de los actores que no se toma como una obligación la promoción.

Nadie me ha puesto una pistola en la cabeza para hacer lo que hago. Yo he decidido dedicarme a esta profesión, sé el trabajo que he hecho y el esfuerzo que me ha costado. A veces te ves infectado porque han cortado tu trabajo, porque el tono o la música no te gusta mucho, por como han montado la película… Pero el director está por encima de todos y yo lo respeto.

¿Fantasea con dar el salto a la dirección?

No es una fantasía, es un gusanillo que está ahí, me apetece mucho dirigir porque me gustaría mucho trabajar con los actores. Ojalá sea a corto plazo, si hay un guión, puedo formar un equipo y un productor, una cadena confía en ti. Paco León y Raúl Arévalo son dos actores que han demostrado que saben dirigir, que tienen mucho talento y una visión novedosa.

Antonio Banderas nos dirigió en El camino… y sabía cómo hablarnos, en que momento asaltarte, cómo guiarte porque es actor. Yo me encerraría con los actores para los ensayos, para intercambiar opiniones, perfilar los personajes… Kike Maíllo también lo hizo en Toro y es un proceso mágico.

Hacer una película es muy complicado, muy difícil porque no hay tiempo y casi no hay dinero. Los directores me parecen superhéroes, hacen obras de arte con los presupuestos que tienen.

¿Qué es para usted la interpretación?

Es mi droga. Cuando no estoy rodando o promocionando estoy mal, el estrés se apodera de mi, me invade el estrés de las pausas.

¿Cómo lleva que cada película que hace sea un acontecimiento?

La única vez que he sentido esa carga ha sido con Palmeras en la nieve. Costó 10 millones de euros, se filmó en 3 países, fue un rodaje de 12 semanas, se promocionó muy bien… Daba miedo, pero funcionó porque mucha gente había leído la novela, porque fue el sueño de mucha gente y por la energía positiva de que teníamos una gran película. Un actor puede llevar equis espectadores al cine, pero Palmeras… fue un éxito por el boca-oreja.

Yo estoy teniendo la fortuna de caer en buenas manos, es un error pensar en individual, todo funciona cuando trabajas en equipo.

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