Una función esencial. Homenaje a los Profesionales 2018

13 septiembre, 2018

Por octavo año consecutivo, la Academia reconoce a siete figuras de nuestro cine por su trayectoria detrás de la cámara

No los vemos cuando vemos una película porque su tarea, aunque es esencial, es invisible a los ojos del espectador. José García Donado, pintor en Construcciones Moya; Humberto Cornejo, cabeza visible de la sastrería a la que pone su apellido; el maquinista Alfredo Díaz ‘Fredy’; la script Nuria Casanueva; el ayudante de dirección Fernando Izquierdo; el jefe de eléctricos Miguel Ángel Cárdenas; y la atrecista Elena Villanueva son los nombres de la edición 2018 del Homenaje a los Profesionales, premio con el que la Academia reconoce su silente aportación al sector. Rodeados de amigos, familiares y compañeros, estos siete “grandes en la sombra” recibirán el 13 de septiembre un homenaje de la institución, que por octavo año consecutivo da voz a gente del cine que habitualmente no la tiene.


por Chusa L. Monjas y Enrique F. Aparicio

 

Aunque ya cuenta con 70 años, a José García Donado todavía se le conoce en la profesión como Pepito, aunque no siempre fue Pepito el pintor. “Me lo puso uno de los jefes que tuve en los primeros años, y me quedé con Pepito. Al principio era Pepito el jardinero, porque ese fue muy inicio”, rememora este manchego de Valdepeñas que, como tantos otros jóvenes de la época, buscó en Madrid un futuro mejor. “Caí en manos del que después se convertiría en mi suegro, Alonso el jardinero, y trabajé con él bastantes años en distintas películas. Pasé a trabajar con Julián Mateos en ambientación, dentro de la casa de Mateos donde se hacían muebles. Hicimos muchas películas, americanas y españolas. Después me incorporé con Ramón Moya [recientemente fallecido] a construcciones Moya, donde estuve muchísimos años”.

Como pintor, trabajaba directamente con los decoradores y los directores de arte. “Cuando nos llegaba el proyecto, lo estudiábamos y discutíamos cómo íbamos a ejecutar el trabajo, lo ajustábamos al presupuesto con los productores… Ahí empezaba este mundo de bastidores, de papel al aire, de pinturas, de mezclas y de tierras naturales. En un mes podíamos hacer crecer una iglesia, una catedral, un estadio… Es maravilloso porque veías brotar algo que no se puede hacer en la vida real”. García Donado ha disfrutado especialmente de observar la naturaleza para ajustar al máximo la sensación de veracidad. “Unos ingleses me decían: qué escuelas debe de haber en España para que hayáis aprendido a hacer así la pedriza. Y yo les decía: mi escuela es la vida. Estamos en abril y los musgos son verdes, y cuando estemos en agosto se pondrán negros. Disfrutaba de ver cómo la naturaleza se colaba en mi trabajo, porque tratábamos de que aquello fuera lo más real posible”.

Aunque también había que echarle creatividad, especialmente para compensar los escasos medios: “a nosotros nos llamaban los ‘pintores de la pala’, porque pintábamos con una pala, con piedras… Nos buscábamos los medios con las pocas cosas que teníamos. El cine es mágico en eso: con poco puedes lograr grandes resultados. En un escenario pequeño puede haber una grandísima obra”.

La sastrería del cine y la televisión nació en 1920 y, desde entonces, ha vestido a todos los actores y actrices españoles que alguna vez han trabajado en películas de época “y también a bastantes internacionales que han rodado en España”, añade el propietario de sastrería Cornejo, Humberto Cornejo, un ingeniero de Caminos que siguió los pasos de su abuelo Humberto y de su padre, Vicente, al frente de esta emblemática casa marcada por “la calidad del trato, el rigor y la profesionalidad en el trabajo, y la seriedad en el cumplimiento de los objetivos y de los plazos”.

Dar continuidad a la empresa familiar fue el reto que asumió el que es el representante de la tercera generación de esta firma que cuida el oficio. “En España se están perdiendo los oficios. Nosotros intentamos mantenerlos, formándolos en nuestra empresa en la medida de nuestras posibilidades, y colaborando con talleres externos que trabajan de la forma más artesanal posible”, declara Cornejo,  quien, por deformación profesional, cuando va al cine se fija, sobre todo,  “en el vestuario, y más si la película es de época”.

Sus actores-cómplices Concha Velasco y  José Luis López Vázquez –“que empezó su carrera en el cine como figurinista”–;  las películas más complicadas a las que han suministrado indumentaria –El misterio de Wells, Tirano Banderas y Ágora, “para la que confeccionaron más de 3000 prendas”–; las ‘joyas’ que guarda  en la nave: el vestido de Penélope Cruz de La niña de tus ojos, con figurín de Sonia Grande y Lala Huete, “hecho de mantones de manila bordados”, y toda la colección de vestuario que confeccionamos para El perro del hortelano,  con figurines de Pedro Moreno… Humberto Cornejo acumula recuerdos de un trabajo reconocido por la Academia. ”Este homenaje es especial porque lo interpretamos como un premio a la realización del vestuario, que es nuestro trabajo en el cine”.

Este año han servido el vestuario para los últimos largometrajes de Almodóvar y Amenábar, y están rodando con vestuario suyo dos títulos internacionales con figurines de Paco Delgado y Bina Daigeler, además de un filme dirigido por Paul Verhoeven. Y es que en sus fondos de armario, cuyo fuerte son la época romana y los siglos XV, XVI,  XVII y XVIII, están sus confecciones para el cine –“el vestuario nuevo se hace en régimen de alquiler, y después del rodaje vuelve a nuestros almacenes para ser reutilizado en posteriores producciones”– y las compras de vestuario que han hecho de La reina Margot,  Gladiator, El perfume, Alejandro Magno y El reino de los cielos, entre otras muchas superproducciones.

Los 60 y finales de los 90 fueron puntos de inflexión de la sastrería, cuyo camino en el siglo XXI lo señalizan sus hijos, Paula y Humberto, “que espero que sigan las pautas que nos han distinguido en estos 98 años, adaptadas siempre a las necesidades que demanda el mercado actual”.

Entre cámaras, contrapesos o vías de travelling se ha movido Alfredo Díaz casi toda la vida. Este maquinista comenzó trabajando “en un taller de soldadura. Soldaba en el taller del empresario de Grúas Valero. Dejé de trabajar en ese taller y cuando se enteró el señor Juan Gómez Guindos, me mandó llamar y me puse a trabajar con él, en 1960. Él se dedicaba a las grúas de cine y estuve durante 17 años en la empresa. Al principio llevaba el mantenimiento de las grúas: limpiarlas, arreglarlas y ponerlas en perfecto funcionamiento”. Tras un año en el taller, comenzó a ir a los rodajes, donde al trabajo mecánico con la maquinaria se sumaba un gran componente de organización y ejecución. “Todos los profesionales dan el máximo de sí en esta profesión, y el maquinista una décima más, porque tiene que estar pendiente de lo que le dice el segundo operador, el operador, hacer movimientos de ensayo con la cámara, marcar las posiciones…”.

Díaz explica que “hay que estar muy atento, uno no puede ni marcharse al baño porque hay que estar pendiente. Como normalmente es una sola persona, aunque ahora es más común llevar ayudante, ocurre que cuando no estás marcando posiciones, estás liberando las vías del travelling o de la grúa, poniendo la cámara, los contrapesos… Siempre en tensión para que no haya ningún accidente y pendiente de lo que te dice el segundo operador. Y todo eso ligarlo y que les guste al operador y al director, que es lo importante”.

Se siente afortunado de haber desempeñado su oficio en el mundo cinematográfico: “es una profesión en la que uno conoce a mucha gente, y ves que estás haciendo algo que queda para la posteridad”. Aunque desde su posición “uno no se puede dedicar a ver cómo se expresan los actores, sino a hacer que el plano vaya fluido y no se aprecie la mecánica. Después, cuando el director da por bueno el plano, ya puedes detenerte a pensar: qué bien lo han hecho, qué emocionante. Y eso llena mucho”. Además, ha  “tenido la suerte de hacer películas que han salido muy bien, que han sido taquilleras… Eso el equipo lo vive con mucha ilusión. De vez en cuando hay una que se queda en la memoria para siempre. Citaría Los santos inocentes, una película muy dura de hacer pero cuyo resultado fue maravilloso”. Resultado que no duda en depositar en absolutamente todos los miembros de un rodaje. “Todos tenemos nuestro cometido, y todos son importantes. Si falla un eslabón, aunque sea el más pequeño, falla todo. Un error repercute en todo el equipo y en el desarrollo de la película”.

Por muy grande que sea una película, siempre se hace plano a plano. Esta máxima de José Luis Borau, que le llegó a través de su amiga Iciar Bollain, es el mantra que Nuria Casanueva se repite a la hora de afrontar su trabajo como script, oficio que define como “el montador en el rodaje: mantienes una mirada fría, no te dejas llevar por las emociones, por los nervios, intentas que a la secuencia no le falte ningún plano y planteas ideas para que haya posibilidades distintas”. Guardar la continuidad de la película es el cometido de estos técnicos, imprescindibles en la creación de las películas aunque trabajen fuera de los focos y las alfombras rojas. “A los técnicos se nos reconoce con el trabajo que nos dan”, reflexiona Casanueva. “Muchas veces estaría bien no tener que discutir un sueldo, por ejemplo. Los productores reales, los que se la jugaban, prácticamente han desaparecido. Hay mucha gente que no sabe qué hace cada técnico, y eso provoca que no sepan valorarnos. Es como un empresario que no conoce a sus empleados”.

Ese prestigio se lo ha bregado tanto en proyectos pequeños como en producciones mastodónticas. “Cuando me han presentado proyectos grandes (Lo imposibleNarcos) casi me caigo de culo, pero siempre pienso en esa frase. Pueden ser muy grandes las cosas que rodean el rodaje: los súper actores, la corte de personas que les rodean, rodar con seis cámaras… pero no dejas de estar haciendo un plano. No cambia tanto, hay que quitarse esa presión, es cuestión de perspectiva. Tu trabajo es el de un artesano: escribes, haces fotos, repasas y vuelta a empezar”.

Tras décadas de trabajo, Casanueva ve cómo su oficio “ha cambiado mucho con el digital. Las películas estaban antes mucho más pensadas, había más complicidad entre actores, cámara y director. Antes, el director y yo nos colocábamos lo más cerca posible de la cámara, y se creaba mucha complicidad. Ahora está siempre muy lejos, porque controla el rodaje a través de monitores. Se ha perdido parte de esa magia”. Magia que para ella comenzó muy pronto, con solo tres años, cuando su padre la puso por primera vez delante de la gran pantalla. “Era una película del oeste. Ni siquiera la vimos entera, simplemente le pidió al portero que nos dejara entrar porque nunca había visto una pantalla grande. Me subió a los hombros y vi el final de la película. Recuerdo muy bien los tiros y los títulos de crédito”.

«Por muchas películas que hagas, siempre aprendes algo nuevo. En este oficio nunca dejas de crecer”, mafiesta Fernando Izquierdo, un catalán “adicto al trabajo” a quien el azar y una moto condujeron al cine. “Como mi padre no me pagaba ni la gasolina, entré en una productora de publicidad que me contrató para rodar una serie con los americanos”, recuerda. Quería trabajar y, tras conducir un camión y pasar por una empresa textil, en el celuloide encontró el medio que más se adaptaba a su carácter, primero en la producción y después como ayudante de dirección. “Me gusta estar pendiente de la gente, cuidarla”, admite.

Sentido común, orden, pasión y saber escuchar son las claves para ser un buen ayudante de dirección a juicio de Izquierdo, que tiene “la suerte de despertarme cada día para crear algo nuevo desde diferentes ámbitos, y de trabajar con equipos con un abanico de edad entre los 18 y los 60 años que te aportan cosas”.

Mientras dure la guerra, de Alejandro Amenábar, y la serie El día de mañana, de Mariano Barroso, son los últimos trabajos de este profesional que ha repetido con muchos de los cineastas con los que ha colaborado (Jaume Balagueró, Paco Plaza, Daniel Monzón, José Corbacho y Juan Cruz…). “Me gustan mucho los directores de actores, me fijo mucho en los matices. Que un intérprete me pueda trasladar sensaciones es como yo entiendo esta profesión de contar historias y que estas lleguen. Más que el cine espectáculo de explosiones, efectos especiales y persecuciones, soy de un cine de sensaciones”.

Acepta el Homenaje a los Profesionales “como un regalo. Como soy introvertido, los premios me descolocan, pero son maravillosos”, y tiene la misma disposición y responsabilidad “con un corto, una tv movie o con una película con los americanos”, señala este hombre tranquilo en el set.

Le gusta su posición y no busca el salto a la dirección. “Antes de estar al frente de la segunda unidad en El Niño, le dije seis veces no a Daniel Monzón,  pero su insistencia y su confianza en mí siempre se la agradeceré, porque me di cuenta de que es mejor hacer las cosas para poder valorar y limpiar las dudas que puedes tener. Pienso que la vida me llevará donde me tenga que llevar, no podré estar siempre corriendo por las calles dando motor porque necesitas tener mucha energía y esta, en algún momento, menguará”, adelanta Izquierdo, que acaba de cumplir 54 años.

Para Miguel Ángel Cardenas sería muy complicado explicar su vida sin hablar de cine. Su abuelo trabajaba en los estudios CEA de Madrid, su padre en iluminacion, su tío en sonido… y fue su progenitor el que, cuando terminó la carrera de Psicología, le ofreció trabajar en una serie de televisión de eléctrico ayudante, y así ganar algo de dinero  para montar su gabinete. “Aún no lo he montado, pero no he dejado de hacer películas”, dice este técnico madrileño que se acuerda de todas las películas  en las que ha trabajado.

Lo suyo es la luz, controlar la iluminación, a la que se enganchó por curiosidad. “No conozco a todo el equipo, no he visto los decorados, no sé si va a ser dura la climatología, a veces no sabemos ni dónde vamos a dormir y lo único que tenemos es una historia que contar. Y surge la curiosidad de saber cómo se va a articular todo para contar esa historia y qué se puede aportar”, explica este jefe de eléctricos, que retrata su oficio como “un puesto de enganche entre la parte artística y la técnica de la iluminación. Es intentar que aquello que se ha imaginado el director de fotografía se traduzca en aparatos, telas, difusiones, colores, intensidades. Es poner lo físico a una idea e intentar que esa idea trasmita algo predefinido y además, especialmente en nuestro cine, que esa ‘idea de iluminación’, esté en presupuesto”.

Cree que se piensa más  en el director de fotografía cuando se habla de luz que en los eléctricos “porque se da importancia a la creación por encima de la ejecución”, pero asegura que a su colectivo se le da la importancia que tiene en una película. “Cada vez más. Es muy difícil ser eléctrico, tienes que estar altamente profesionalizado, y demostrando en cada proyecto tu implicación y disposición”.

Ha puesto los focos a largometrajes dirigidos por Alberto Rodríguez, Benito Zambrano, Amenábar, Medem, Calparsoro, Álex de la iglesia, Urbizu, Uribe, Pedro Olea, Ricardo Franco, Pilar Miró…”Todos los directores desean que las escenas de sus películas estén bien iluminadas, otra cosa es el peaje que se esté dispuesto a pagar por ello”, indica este profesional pegado al Smartphone. “El poder seguir el recorrido del sol, o manejar las luces desde el móvil, así como poder fotografiar decorados, localizaciones, enviar diseños de iluminación o referencias de iluminación, lo han convertido en uno de los pocos elementos necesarios para un buen desarrollo del trabajo”.

Carpintería, jardinería, fontanería, pintura, mecánica… Ningún aspecto técnico le es ajeno a Elena Villanueva, para la que los atrecistas deben saber un poco de todo: “somos los ojos del director de arte durante el rodaje y, como representantes del departamento en set, estamos para facilitar la filmación. Nos encargamos de ir moviendo el decorado según la necesidad de cada plano, de todos los enseres que utilizarán los actores y de mantener el raccord o continuidad de los objetos y decorados, entre otras cosas”. Con ello, deben ser “capaces de conseguir cualquier cosa que se te ocurra o, en un momento dado, hacer algo que se pueda parecer o dar el mismo servicio; poder limpiar o camuflar cualquier mancha o por el contrario reproducirla… Es muy dinámico, siempre estás aprendiendo trucos”.

En sus quince años de carrera, muchas cosas han cambiado. “Cuando empecé, las fotos de raccord se hacían con polaroid. Y cuando estaba en la búsqueda de atrezzo, iba con el callejero de las páginas amarillas en el coche, y las fotos las llevaba a revelar a sitios de una hora para llevárselas al director de arte corriendo”. Además de las tecnologías, han cambiado los tiempos: “ahora, con el digital y con los recortes de tiempos, se hacen menos ensayos y el ritmo creo que también ha cambiado. Es todo mucho más rápido… A veces parecemos salidos de una secuencia de Benny Hill, aunque luego todo encaja milimétricamente”.

Villanueva explica que “cada película tiene su complicación y satisfacción, y muchas veces van de la mano. Por ejemplo, recuerdo Ma Ma, de Julio Medem, con muchísimo cariño: la atmósfera, cómo él nos hizo sentir partícipes de su mundo… Ahí conocí a Aitor Mendizábal , mi compañero de trabajo, y recuerdo cómo se nos ponía la piel de gallina en el combo… Estaba cumpliendo un sueño”. Más recientemente, recuerda cómo “en Abracadabra teníamos tres bodas, con todo lo que supone. Además estaba embarazada (la terminé de 6 meses, con una buena panza), así que acababa las jornadas muy cansada; pero había un equipo maravilloso que me hizo sentir súper cuidada todo el tiempo”.

Lo mejor de su oficio, “que no te aburres: conociendo personas, el constante movimiento, aprendiendo y descubriendo mundos y vidas de lo más dispar, yendo a sitios a los que de otra forma jamás hubiera tenido acceso, viendo los trabajos de los diferentes departamentos y cómo todos se engranan en uno, dando resultados espectaculares”.

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