Encrucijadas cotidianas | Viaje al cuarto de una madre

Por Celia Rico Clavellino · 24 septiembre, 2018

Celia Rico Clavellino comparte sus sensaciones sobre su ópera prima, presente en el apartado Nuevos Directores de San Sebastián

Esta es mi primera película. Y como toda primera vez, empecé a escribirla con muchas dudas e incertidumbres. Decía Chantal Akerman que hay que rodar una película para entender un guión.

Todo empezó con una escena en la que una madre, sola en casa, llamaba a su hija por teléfono, buscando la calidez de una voz querida. Su hija, ocupada en otros menesteres, no tenía tiempo para charlar.

Como hija, me sentí mal al releer lo que había escrito. Vivo a mil kilómetros de mis padres y el teléfono forma parte de nuestra relación. A veces, cuesta encontrar el momento para devolverles una llamada, a pesar de que ellos siempre están ahí, atentos, para descolgar el teléfono al instante en el que se les necesita. Cómo corresponder algo así.

Fue ese malestar el que me movió a seguir escribiendo, a preguntarme cuáles son las expectativas que solemos depositar en las relaciones con nuestros padres o nuestros hijos; y cómo de necesarios o prescindibles podemos llegar a ser para ellos en cada momento de la vida.

Viaje al cuarto de una madre es una película sobre el estrecho lazo que une a una madre y a una hija, tan íntimo y delicado que a menudo se enmaraña y las atrapa. Una historia sobre los apegos y las distancias en la que hemos intentado capturar esos momentos complejos de la vida en los que el amor se revela en el saber alejarse, en el dejar ir. Me gusta citar a Natalia Ginzburg cuando dice que, como padres, deberíamos tener una relación íntima con los hijos y, sin embargo, no mezclarnos violentamente en su intimidad. Encontrar el justo equilibro entre silencio y palabras.

Buscar ese justo equilibrio ha sido, precisamente, uno de los trabajos más bonitos y delicados a la hora de trabajar con Lola Dueñas y Anna Castillo para construir la estrecha –y casi mimética– relación entre sus personajes: una hija que quiere marcharse de casa, pero que no se atreve a decírselo a su madre; y una madre que no quiere que su hija se vaya, pero que tampoco es capaz de retenerla a su lado. Lola y Anna han conseguido crear algo profundo y delicado moviéndose en el terreno de las sutilezas y de los pequeños gestos. Me siento muy afortunada de poder contar con ellas en mi debut en el largometraje; son dos actrices con un extraordinario dominio de las emociones y sus resortes.

Me gusta colocar a los personajes en encrucijadas cotidianas en las que, sin certezas a las que agarrarse, tengan que decidir –y por tanto, dudar– qué es lo mejor y para quién. En la tesitura de estas (in)decisiones se abren grietas, laberintos y hasta descubrimos que tenemos deseos. A pesar de que los miedos los escondan de nuevo. El amor incondicional no necesariamente le vuelve a uno más fuerte.

Todo el proceso de hacer esta película ha estado atravesado por la pregunta sobre cómo vivir la propia vida y manejar ese amor que nos hace tan frágiles. No tengo una respuesta clara; las incertidumbres continúan cuando todo el proceso se acaba. Así es el misterio de hacer una película.

Es un inmenso placer presentar mi ópera prima en San Sebastián y darla a conocer al público con la misma ilusión con la que todo un equipo la ha hecho posible. Estoy feliz y agradecida por esta gran oportunidad que nos brinda el festival.

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