Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga: “Nuestra generación ha oído hablar de la guerra, pero no la entiende”

Por María Gil · 20 septiembre, 2019

Del debate interminable y la discusión de ideas, señas de identidad de Moriarti, surgen los proyectos del trío de cineastas Aitor Arregi, Jon Garaño y José Mari Goenaga, que dirigen a seis manos La trinchera infinita. El miedo, sensación que exploran a través de la historia de un topo de la Guerra Civil y la posguerra, es el protagonista de esta ficción, a la que ponen rostro los malagueños Antonio de la Torre y Belén Cuesta. Ambientada en Andalucía y con el castellano relevando al euskera en su filmografía -“el idioma siempre es el que más encaja con el relato”-, su nuevo filme coloca a los realizadores vascos de nuevo en el punto de salida en la carrera por la Concha de Oro, que ya disputaron con Loreak y Handia. A la tercera puede ir la vencida.

¿Qué les atrajo del tema de los topos?
J.M.G: La historia surgió tras el visionado del documental 30 años de oscuridad, que contaba la odisea de distintos topos en la posguerra, durante el franquismo, y usaba la de Manuel Cortés como hilo conductor. Te pones a investigar y ves que es un fenómeno conocido –el libro de Manu Leguineche y Jesús Torbado, Los topos, fue un éxito en los 70 –, pero para nosotros era desconocido y nos apetecía hacer una ficción y traerlo a la luz. También porque esta figura siempre se presta a hacer otro tipo de lecturas. Es gente que por miedo a represalias se encerró en sus casas, en algunos casos más de treinta años. Los topos eran un pretexto ideal. Te permiten hablar de los mecanismos del miedo, de cómo funcionamos ante él y de cómo ese miedo al principio puede tener una amenaza más palpable, pero, poco a poco, va metiéndose dentro de ti hasta formar parte de tu carácter. En ese caso hay un contexto concreto, pero también puede tener reflejo en otras situaciones de gente que no está literalmente encerrada, pero sí figuradamente, que no es capaz de mostrarse como es por miedo.

La trinchera… acompaña a Higinio Blanco durante 30 años de reclusión
J.M.G: Ese era nuestro reto y lo que nos motivaba. Porque sí hay otros referentes sobre topos en el cine español, Javier Cámara en Los girasoles ciegos, Fernando Fernán Gómez en Mambrú se fue a la guerra, pero jamás se había contado toda la odisea, todo ese encierro sin salir del escondite. Y eso nos permitía jugar con lo que nuestro protagonista se imagina que está pasando fuera, lo que escucha pero no ve, lo que intenta ver pero no alcanza ver… establecía un juego cinematográfico bastante interesante.

Antonio de la Torre y Belén Cuesta interpretan a los recién casados Higinio y Rosa. ¿Siempre tuvieron en mente a estos intérpretes?
J.M.G: Antonio de la Torre siempre estuvo en nuestra cabeza. En el caso de Belén, hicimos varias pruebas, pero nos gustaba desde el principio y nos decantamos por ella porque nos daba lo que este personaje necesitaba. Rosa te transmite fuerza, pero también fragilidad. Es un personaje con una carga emotiva muy grande y Belén nos transmitía sobre todo pueblo. Es verdad que ha hecho sobre todo comedia, pero habíamos visto que podía tener carga dramática, al ver KIKI… yo me dije ‘esta mujer sabe hacer drama’.

El punto de vista de la cámara es el de Higinio, pero también es el drama de Rosa
A.A: Cuando una persona se encierra 30 años el encerrado no es solo él. Rosa está en su propio zulo por el compromiso que le une, por el amor. Antonio es el protagonista, pero Belén tiene un peso casi tan grande como él.

J.M.G: No solo Belén, también el propio matrimonio. Los espectadores se van a identificar con la imposibilidad de separarse el uno del otro, que en este caso tiene una razón de ser concreta, pero que todo el mundo que ha vivido en pareja ha podido sentir. Esa sensación de que una relación te está ahogando pero no eres capaz de acabar con ella. Mucha gente va a empatizar más con Rosa porque la realidad también es así. Hay voces que decían que quién verdaderamente tenía mérito eran las mujeres, que las que llevaban el peso de todo eran las que te están ocultando. Hay algo en el personaje del topo con el que a veces no es fácil conectar. Los vemos como víctimas pero, a la vez, hay algo en su actitud que nos hace pensar que por el hecho de que esté escondido otra persona está sufriendo.

«El miedo va metiéndose dentro de ti hasta formar parte de tu carácter»

Dos  de las tres cintas españolas que compiten por la Concha de Oro están ambientadas en la Guerra Civil, la suya y Mientras dure la guerra. ¿El público demanda estas historias?
A.A.: Al final hay algo en el aire que hace que proyectos coincidan temáticamente. La Guerra Civil, la posguerra y la dictadura dan narrativamente para mucho más de lo que han dado a día de hoy. Son interesantes narrativamente y demandados, porque gran parte de las películas que se han estrenado sobre ese período han tenido una buena afluencia de público en el cine.

Es curiosa la famosa frase de “otra película más de la Guerra Civil”, porque no se dice nada de eso cuando salen películas de la II Guerra Mundial, la gente no se cansa de eso. Muchos lo critican, pero igualmente no va a ir a ver cualquier otra película española. Es normal que la cinematografía de un país apele a su pasado y al reflejo que pueda tener en su presente.

El hijo de Rosa y de Higinio, Jaime, encarna a una España que no ha conocido la guerra. Tras más de 40 años de democracia, ¿Cómo creen que España se enfrenta a nuestro pasado?
A.A.: El hijo representa la figura del que quiere saber. Quiere saber lo que ha hecho su padre y avanzar, pero sin cerrar los ojos al pasado. Es reflejo en parte de la sociedad de hoy en día. Creo que el debate se sitúa en los que dicen ‘avanzar, eso ya queda lejos’,  y los que también quieren avanzar, pero quieren poner también el retrovisor para ver lo que pasó. Cuando hacemos una película muchas veces la intención es apelar a hoy en día.

J.M.G: creo que representa nuestra generación, aquella que ha oído hablar de ese conflicto, pero que no es capaz de entenderlo al 100%. Escuchas muchas versiones y muchas voces y nos pasa un poco como al hijo con su padre, nos preguntamos qué hicieron.

Se han definido como outsiders. Tras el recorrido de Loreak y los 10 goyas de Handia ¿Sienten que ya han salido de los márgenes?
J.M.G: Lo de outsiders lo decimos porque de producimos desde el País Vasco y en ese sentido sigue siendo así. Ahora hemos ido a hacer la película a Andalucía, que es otra periferia. Desconocemos ciertas dinámicas que se pueden dar en Madrid, donde está el grueso de la industria. Trabajamos desde aquí y, si la historia es en otro lugar, nos iremos a otro lugar. Pero a la vez tenemos la sensación, que no estaba con 80 egunean y Loreak, de que ahora mismo la gente nos conoce. Y no hace falta más.

Aspiran de nuevo al máximo galardón. ¿Cómo viven esta fidelidad del festival?
J.G: Parece que uno se acaba acostumbrando a estas cosas, pero en el fondo te sigue haciendo la misma ilusión. Nuestras películas funcionaron luego porque aquí tuvieron una buena acogida. Esperemos que se repita.

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