Maider Fernández: “Mientras filmo, genero mi punto de vista”

Por Enrique F. Aparicio · 24 septiembre, 2019

A, b, c, d, e, f, g, h, i, j, k, l, m, n, ñ, o, p, q, r, s, t, u, v, w, x, y, z, sí, no, exclamación, interrogación. Todo lo que se puede decir, todo lo que se puede pensar, todo lo que se puede transmitir a otra persona no necesita más elementos ni símbolos. Las letras de Jordi forman una cuadricula en un cartón desgastado que el protagonista de la ópera prima de Maider Fernández, aquejado de parálisis cerebral y al que tardaremos más de diez minutos en poder ver, señala una a una en un hercúleo esfuerzo por hacerse entender. Al mismo tiempo –un tiempo que se hace materia y pesa sobre el intercambio comunicativo– el espectador se ve señalado por esos mismos dedos, que parecen cuestionar cómo somos capaces de entendernos los unos a los otros, asediados por las miles de interferencias que nos distraen de la húmeda raíz de las letras desnudas.

¿Por qué tardamos tanto tiempo en ver al protagonista del documental?
Una de las cuestiones importantes de la película es el tiempo: el tiempo que tarda Jordi en comunicar algo que para el resto de la gente es sencillo, y el tiempo que se le da al espectador para que conozca a Jordi sin juzgarlo desde un punto de vista superficial. Cuando montamos la primera parte, tomamos muy conscientemente la decisión –que en realidad ya estaba tomada desde la escritura– de tardar en mostrar su cuerpo y su rostro.

En la película es importante el hecho comunicativo con Jordi. Es lo que marca el ritmo, la forma en la que los dos nos vamos conociendo. Da idea del valor y el peso que tiene la comunicación. Quería marcar la diferencia entre el cuerpo y la persona. En los primeros diez minutos solo vemos sus manos, señalando letra a letra, para que el espectador disocie la imagen de un cuerpo con esas dificultades y la de una persona que se expresa.

¿Cómo entra en contacto con Jordi y cuándo decide filmarle?
Estaba estudiando el máster en documental creativo de la Universitat Pompeu Fabra, y como proyecto planteé un documental observacional sobre Lourdes. Empecé a investigar sobre el santuario y la relación que tiene con la ciudad de Barcelona, donde yo estaba. Encontré un grupo de peregrinos que viajaban con asiduidad, y que se reúnen mensualmente para charlar y hacer ejercicios espirituales. Filmé una de las reuniones y al revisar el material descubrí a Jordi. Me pareció una persona muy interesante. Formaba parte de ese grupo, marcado por muchísimas pautas, y él no las seguía del todo, tomaba sus propias decisiones.

Después de aquel descubrimiento a través de las imágenes le propuse conocernos, siempre con la cámara y el micrófono delante. Le fui descubriendo y a la vez fui descubriendo la película.

¿Cómo fue evolucionando la relación con Jordi y la suya propia con la cámara?
Comencé a filmar durante el proceso de escritura, por lo que iba generando mi punto de vista mientras grababa. Nunca existió un encuentro sin cámara. Mi forma de trabajar era filmar esos encuentros, sobre todo fijándome en la forma de comunicación –la tabla de cartón con letras–, al llegar a casa transcribía y revisaba lo que había filmado, para ver cómo avanzar en el siguiente encuentro.

Fue un proceso bastante espaciado; la parte más intensa, los encuentros en su habitación, duraron unos cinco meses. La relación a tres (nosotros dos y la cámara) se va haciendo más natural, más íntima y estrecha. Se ve en lo cómodo que va estando Jordi y en la forma en que nos comunicamos y nos entendemos. Al principio se ve mi torpeza al no entender lo que me dice, y poco a poco esa dificultad se va diluyendo, voy comprendiendo sus gestos, él entiende por dónde voy cuando le pregunto ciertas cosas… Ese conocimiento mutuo va avanzando y la presencia de la cámara desaparece. Incluso yo misma me olvido de que estoy filmando.

”El gran descubrimiento es la necesidad de concentrarte sobre el acto comunicativo

Tiempo y lenguaje son los grandes temas. Todo lo que se puede decir queda reducido a una tabla manuscrita que parece precaria.
Es el gran descubrimiento: la necesidad absoluta que genera esa herramienta en tener que concentrarte sobre ella, su papel como transmisor necesario de información, por más que yo pueda comprender algún gesto. Agradezco mucho que él se mantenga fiel a ese sistema, porque le ofrecen continuamente una tablet. Es difícil para alguien así poder comunicarse usando sus movimientos, porque su boca es su mano y, a través de sus gestos con el dedo, habla. El gran aprendizaje es la necesidad de concentrarte en eso, de mirar esa mano que se desplaza sobre la tabla, sin la posibilidad de distraerte, que es lo que nos ocurre en los procesos comunicativos habituales. Esa necesidad de concentrarnos se enfrenta a la aparente precariedad de la tabla manuscrita. ¿No es lo realmente precario crear más elementos que no ayudan a esa concentración?

“Estoy pensando qué preguntarte”, dice en un momento dado. ¿Qué dudas le surgían durante el proceso?
Ese momento es importante porque adelanta la despedida. Llevábamos mucho tiempo conversando y, como siempre pasa cuando conoces a una persona, más allá de mi interés como directora, sentía un agotamiento de la curiosidad.

¿Le preocupaba caer en el exhibicionismo o el morbo con el que habitualmente se retratan estos casos?
Yo estudié educación social, y me interesa mucho la manera de relacionarnos con estas personas, como en el caso de Jordi, que tiene parálisis cerebral y eso le aísla en un mundo concreto. Es importante superar la barrera de juzgarle como una persona con diversidad funcional, o juzgar a la película como ejercicio de “mira a esta pobre gente”. He hecho un esfuerzo consciente para huir de ese punto de vista, aunque sé que he sido paternalista a veces, y dura en otras, en mi relación con él. Por eso era importante que yo apareciera en la cinta, porque busco esa reflexión, la de nuestras contradicciones en la relación con estos seres humanos. La mayoría de la gente ni tiene la oportunidad de relacionarse con ellos.

¿Cuándo descubrió que había llegado el final de lo que quería contar?
Tras esos cinco meses de acumular material, pensé que había llegado el momento de hacer algo con ello. Montamos los primeros 20 minutos, para mostrarlos en el Festival de Cine Casi Hecho de Las Palmas de Gran Canaria, y vimos que lo que planteábamos funcionaba. A partir de ahí, fuimos tomando ciertas decisiones y valoramos qué cosas nos hacían falta para cerrar la historia. Me generaba un cierto malestar, que no sé si se llega a notar en la película, la forma de filmar a Jordi al final: la primera parte, la conversación, no tenía duda de que era una relación honesta con él. Las imágenes que grabamos buscando cosas concretas para la película, porque sabía que ciertas partes encajaban en tal sitio, me convertía más en directora que en interlocutora.

¿Qué cree que le puede aportar el paso por Zinemaldia a la cinta?
Soy de San Sebastián, así que es muy especial estar con mi primera película larga en el festival. Creo que puede generar interés a nivel internacional, algo que ya estamos notando. Espero que ayude a que el filme se pueda ver. Es un documental pequeño, que siempre lo tienen más difícil, y el apoyo de los festivales es fundamental.

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